jueves, 13 de noviembre de 2008

¿DONDE ESTÁ EL MAL?


Hay muchas respuestas en nosotros que nos sorprenden y nos confunden. En muchas ocasiones no sabemos cual es la causa de que hagamos esto o lo otro. Y cuando lo que hacemos es bueno, decimos que somos buenos y, cuando es al contrario, decimos que somos malos. El mal, pues, viene a ser algo que lo define el resultado de nuestra acción en relación con las consecuencias que vaya a tener, bien para nosotros o para los demás.


Y, según nuestra razón, como lo que debemos hacer es lo que está bien y es bueno para todos, nos confundimos y sorprendemos cuando actuamos mal. Surge, pues inmediatamente en nosotros la pregunta: ¿por qué hacemos el mal?. En la inquietud de reflexionar y tratar de dar respuestas que nos ayuden a entendernos y clarificar nuestras actitudes, se me ocurre pararme en la complejidad que representa el hombre en su propia naturaleza humana. Y claro, me es ineludible referenciar mis criterios desde la limitación humana manchada por el pecado. El hombre desde su creación se ve adulterado por la sombra pecadora que lo limita y lo hace vulnerable al mal.





Y desde ahí podemos entendernos y comprender que hay en nosotros una lucha interior entre el bien, al que estamos llamados y así lo sentimos, y el mal que nos empuja e inclina a desordenarnos y corrompernos. A modo de ejemplo y de vivencia podemos ejemplarizar las ocasiones que hemos tenido de llenar el deposito del coche antes de que lo tomara nuestra esposa u otra persona y decidimos dejarlo vacío y que lo hicieran ellos. O aquella otra ocasión en que prometimos llevar a los chicos al partido, pero nos arrepentimos en el último momento con una débil excusa porque nos surgió algo más atractivo, que no importante.


También hayamos experimentado esto mismo en otras ocasiones y habiéndolos llevados al partido lo hemos hecho culpables de estropearnos nuestro particular y atractivo capricho. Hay muchos momentos en la vida, eso quiero significar, que actuamos hipocritamente aparentando ser una cosa y deseando hacer otra que redunda en mi propio beneficio sin mirar como queda el otro. Cuanta veces habremos pasado la página triplicada o más al leerle un cuento a nuestros hijos creyendo que no se darían cuenta porque estábamos impaciente por terminar y...etc., cada uno puede mirarse por dentro.


El resultado nos lleva a darnos cuenta de que dentro de nosotros hay respuestas que responden según apetencias y conductas que deseemos o nos enfrenten. Ante la permanente encandilación del coche que va detrás y que me molesta con sus luces, yo le dejo pasar para luego hacerle lo mismo. Ante la llegada de una persona al ascensor miro para otro lado y no lo paro porque quien se acercaba no me apetecía de compañero/a de viaje durante unos segundos.


Son actitudes que repetidamente realizamos durante cada día ya, en muchos momentos, sin darnos cuenta, de forma instintiva e irracional, como si de algo normal y bueno fuera. Y así, lo trasladamos a todos nuestros ambientes y circunstancias como algo corriente que todos practicamos y hacemos. Sin saber como y sin darnos cuenta, convertimos nuestro alrededor en una selva donde todos vamos gritando: "¡salvese quien pueda!"


Y degradamos, condenamos, somos indiferentes con todos los que nos rodean, según nos convenga, y los desvaloramos o criticamos sumergiéndolos en la más despiadada categoría de perezosos e imcompetentes. O, en el mejor de los casos tratamos de ser condescendientes con la gente que compartimos trabajo y tareas, mostrándole amabilidad y toda esa blandura que nos parece indicada para lograr que hagan lo que me interesan y sacar provecho propio.


Y de todo eso están llenos nuestro grupos, inclusos eclesiales, donde proliferan envidias solapadas, rencores, venganzas, trepadores y quitate tú para ponerme yo. Así el mundo es un problema, pero un problema que radica en cada uno de sus ciudadanos. El mal reina a sus anchas entre nosotros mientras no nos demos cuenta de que es de dentro de donde tenemos que partir para limpiar, puro lo de dentro, toda la basura que hay fuera.

2 comentarios:

  1. muy buen post!! todos tenemos el bien y el mal dentro y de nosotros depende cual es el que aflora. Y para que aflore el bien, como acertadamente dices, hay que darle una buena limpieza adentro.
    saludos. Hilda

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  2. Sí, creo que DIOS todo lo ha hecho bueno. Tengo en mente reflexionar sobre eso. Nuestro pecado adanoniano de soberbia lo ha cambiado todo y por él, entró en el mundo el mal.

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