viernes, 19 de diciembre de 2008

EL ÚLTIMO HOSPICIO (IV Y ÚLTIMO).

El último director y dos ex-alumnos del centro

Lo que he pretendido es dejar mi vivencia de la época Franquista. Mi vivencia, que también ha sido la de la mayoría, aunque cada uno dejará entrever sus opiniones, que creo, en muchos casos, no es producto de una reflexión serena y personal, sino más bien de falta de principios y personalidad para saber dar un criterio de lo vivido.

Fue una época cargada de muy buenas intenciones. Crecimos rodeados de normalidad, escolarizados, los que querían y se esforzaban, estudiaban, jugábamos, pobremente, pero habían ilusión por prosperar en todos los ordenes y, sobre todo, futuro. En el otro lado estaban los disidentes, muchas veces, los que protestan contra todo y buscan estar ellos, para luego... ahí está la realidad que contemplamos ahora.

También, he de decir en honor a la verdad que hubieron zonas, en el ámbito de la geografía nacional, que estuvieron más reprimida y vigiladas, pues eran las zonas rojas y rebeldes. En toda guerra hay secuelas que luego son más exaltadas en unos lugares que otros. Pero eso se debe a los resentimientos y a no admitir que tú mandes en lugar de yo. Porque si se busca el bien del pueblo, se puede encontrar el equilibrio dentro de una convivencia equitativa y justa.

Y eso creo que fue lo que sucedió en la dictadura Franquista. Y que conste que yo no tengo que ver nada con Franco, su régimen y los llamados derecha de ahora. En muchas ocasiones he discutido a favor y otras en contra. Sin embargo, debo ser fiel a lo que pienso y creo que hubo mucha flexibilidad y, hasta cierto punto, libertad. Se sabía quien pensaba en la línea comunista y quien no tragaba con la dictadura, pero no se hacía nada al respecto mientras tampoco se tratara de sembrar el rencor y romper la paz.

Quiero terminar reflejando muchas obras buenas y con sentido de solidaridad que se sucedieron paralelamente en esos tiempos. Pocas reflejan una época como esa guagua (autobús), de la foto del primer artículo, atestada de niños durante el franquismo. Son parte de la niñez que creció al socaire del Régimen y en la Casa del niño, frente al Martín Freire, centro que jugó un papel importante, recibieron comida, pupitre y cobijo.

Fue el último hospicio. Niños que vivieron en casa recuerdan hoy días de recreos y cornetas, y unas monjas que suavizaron la infancia más pobre. Algunos de los niños, hombres hoy, que vivieron, crecieron y estudiaron en la Casa del Niño reconocen que aún hoy pasar por la puerta de ese centro, situada frente a Martín Freire, les emociona. Fueron muchos años vividos en una casa que hicieron suya porque en la mayoría de los casos eran alumnos cuyos padres, sin medios económicos para cubrir las necesidades mínimas, techo y comida, optaron por dejarlos en la Casa del Niño en la que no "había hambre; había techo, cuchara y era divertido", recuerdan.

Fernando, Monti y Méndez en la puerta del centro.


Entre los testimonios se encuentra el de Agustín Méndez Pérez, tiene hoy 66 años y fue alumno de la casa; con el paso de los años terminó estudios de mecánico industrial. Su historia no resta mucho del resto de sus compañeros. "Lo primero que quiero decir, comenta Agustín, es que me honra haber estado en la Casa del Niño; no siento vergüenza, siento gratitud. A mí me llevaron a esa casa con siete años más o menos. Llegué en diciembre de 1949 junto a mi hermano porque mis padres tenían siete hijos y no podían mantenerlos a todos, así que a mí y mis dos hermanos, Antonio y Juan, nos llevaron a la Casa del Niño.

Juan es el nombre ficticio de un alumno.Hoy es abogado y reside en Las Palmas. Con sólo seis años su padre enfermó y murió; su madre quedó al cuidado de cinco hijos y no tuvo más remedio que llevar a dos hijos al internado de San Antonio y otros dos a la Casa del Niño. Después del recuerdo de la infancia allí vivida, juegos y recuerdos infantiles, Juan termina expresando que hoy,sus ideas son socialistas pero no reniega de la infancia que vivió en la Casa del Niño. Tenía, continua Juan, unas aulas enormes y un patio con un jardincillo en el medio en el que hacíamos gimnasia, jugábamos a la pelota y desfilábamos.

Y hay muchos más testimonios, la historia de Fernando Morales, José Domingo Montesdeoca y muchos más que llevan el mismo denominador común: un recuerdo agradable, lleno de gratitud y de solidaridad. Y ese sentimiento es el que yo quiero traslucir a lo largo de toda esa época donde se critica una parte de la historia, pero no se dice la verdad completa. Cada uno la lleva al terreno de lo que quiere y le interesa. Así la historia se desvirtúa y para unos el malhechor y tirano resulta ser el héroe y patriota, mientras que para otros el hombre justo, honrado y bienhechor resulta el tirano y el malo.

Me ha guiado la sana intención de manifestar que no todo es como algunos quieren hacer ver, y detrás de esa guerra inútil, como todas las guerras, hubo buenas intenciones y un sentido de querer buscar el bien común. Otra cosa que el hombre se convierta en lo que no quiere, pero eso suele pasar cuando sólo se cuenta desde el mismo hombre.

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