miércoles, 28 de enero de 2009

SEMANA MISIONERA MARIANA


Es el segundo año que vivimos una semana misionera proclamada por los misioneros claretianos. El año pasado vivimos la experiencia de ahondar en la persona de JESUCRISTO y la Eucaristía. Este año nos centramos en su Madre, María, para contemplar desde, su ejemplo y entrega al plan de DIOS, las actitudes que la definen como Madre de la Iglesia y camino, para siguiendo sus huellas encontrarnos con su HIJO, nuestro SEÑOR JESUCRISTO.

En el primer día contemplamos la serenidad con que María afronta los acontecimientos que DIOS tiene pensado para ella. Frente a sus planes, como toda chica joven, de formar su propia familia y dedicar su vida a la crianza y educación de sus hijos junto con su marido, irrumpe la decisión del SEÑOR de escogerla para que sea la Madre de su HIJO. Y ante esta repentina elección, que sobrepasa toda imaginación y la deja sumida en la más perpleja turbación, María dice SÍ, "hágase tu Voluntad".


Prioriza la Voluntad de su DIOS ante que todos sus planes, sus proyectos, su prometedora vida y los problemas que todo eso conllevara con su elección. ¿Cómo explicar a José tal Gracia de ser la elegida para la Madre del Libertador esperado por su pueblo? ¿Cómo explicar a su familia la concepción sin conocer a ningún varón? ¿Cómo enfrentarse a tantas criticas, incomprensiones y ataques? Pues, ante todo esto María dice : "SÍ", "hágase tu Voluntad".



¿Y nosotros? ¿Qué decimos nosotros? ¿Qué hacemos nosotros ante los problemas y circunstancias de nuestra vida?. ¿Cómo los afrontamos? ¿Qué pensamos que DIOS nos pide? ¿Cómo nos esforzamos en saberlo? ¿Cuales son nuestras prioridades, nuestras metas, nuestros esfuerzos? ¿Somos capaces de salir de nuestras comodidades, de nuestro propio mundo, instalados en la seguridad, en el miedo a qué dirán de nosotros? ¿Somos capaces de mantener la serenidad ante nuestros miedos, temores, problemas? ¿Somos capaces de decir "SÍ".

María nos dice que SÍ, que se puede, permaneciendo y estando en el SEÑOR. Y no nos lo dice, sino que su vida nos lo testimonia. Y lo consigue apoyando su fe sobre roca, no sobre la arenas movedizas, que se nos presentan como paso seguro y firme, para luego derrumbarse y tragarnos hundiéndonos en el lodo de la hipocresía, el engaño, la soberbia, la venganza, la muerte. La roca de su HIJO, verdadero HIJO de DIOS que nos sostiene y nos lleva, con su muerte y Resurrección al PADRE, que nos espera con la puerta abierta para salir a nuestro encuentro y rodeándonos con sus brazos dándonos la bienvenida a una vida plena y eterna.


Pero, para eso, María nos revela en el peregrinar de su vida, el siguiente paso que debemos guardar en nuestro Belén interior (corazón), que nos habilita a responder, sin ningún titubeo la afirmativa palabra de "SÍ", si quiero seguirte, ¡SEÑOR!, y estoy dispuesto a que se haga tu Voluntad en mí y en todos nosotros. Es la consecuencia de estar sereno, fortificado en su presencia, para luego responder con total disponibilidad a su llamada.

¿Estamos nosotros en esa actitud? Dejémonos de mirar a nuestro alrededor, porque el SEÑOR a quién mira es a ti, a mí, y a cada uno de nosotros en particular. Y es de cada uno de quién espera una respuesta, como Andrés, Santiago, Juan, Pedro, Pablo y muchos más. No justifiquemos nuestra respuesta en esto o lo otro. Y, menos aún en las actitudes de los otros. ¡NO!, miremos a María, pues ella aglutina y conforta a los que siguen adelante, sin mirar a otro lado.


Nuestra respuesta es particular, no en consecuencia de lo que hagan los demás. Es tú respuesta, y tu respuesta amorosa en relación también con los otros. No, sin los otros, y dependiendo de lo que hagan los otros, sino en ellos y con ellos, abrazando en esas circunstancias, ¿nos será eso lo que DIOS nos pide?, la Cruz de tu vida: perdonando y amando, porque los que te hacen mal no saben lo que hacen.

Es el momento de fijarnos en María de nuevo, para contemplar la naturalidad y sencillez con que ella se entrega a esa enorme tarea que le sobrepasa. Hacernos sencillos como palomas que conocedores de nuestras limitaciones y pobrezas nos despojamos de nosotros para que sea el SEÑOR quién haga y deshaga en nosotros. Es la huella de María de acatar en la serenidad, con la fortaleza recibida de quien la guía, abierta a su entrega y disponibilidad, de forma sencilla y natural confiada en el SEÑOR.


La sencillez es la hija de la pobreza, porque solo cuando se es pobre se es sencillo. No se puede estar instalado en la riqueza de la arrogancia, de la soberbia, del poder, de la exigencia, de mis propias ideas y ser sencillo. Todo eso llevará a imponer, a escoger tu camino y a no necesitar ni desear que Otro te guíe. Ser sencillo implica ser pobre, y María se hace pobre. Está despojada de todo y se entrega a que le digan de todo. Sóla ante el peligro, pero segura de que Quien la entrega así, la acompaña y la salva porque la ama hasta dar su vida por ella.

¿Y somos nosotros pobres? ¿Pobres hasta dejarnos interpelar, criticar, molestar, comprometer y disponernos al servicio de los demás? ¿Estamos dispuestos a ir tirando todo aquello que nos va impidiendo ser más amor y, por lo tanto, servicio, perdón y disponibilidad; serenidad, sencillez y fortaleza para que el ESPÍRITU SANTO nos lleve de su MANO y no convierta a la Gracia del SEÑOR? La respuesta está dentro de nosotros y sólo en nosotros, no busquemos fuera.



Y todo esto nos hará dócil al ESPÍRITU del SEÑOR. Es en lo que terminó María: siendo dócil a la Voluntad del SEÑOR. Cuando abonamos y cultivamos todas estas actitudes, el fruto último es la obediencia a todos sus mandatos, porque ya no somos nosotros los que vivimos en nosotros, sino que es el mismo CRISTO quién vive en cada uno de nosotros y nos guía.

viernes, 23 de enero de 2009

EL DON DEL AGRADECIMIENTO.


Ser agradecido es de bien nacido, dice el refranero español. Y es que cuando soy agradecido estoy reconociendo que aquello por lo que agradezco me ha sido regalado y dado gratuitamente. Porque si lo tengo que pagar, el agradecimiento no es tan merecido, ni mucho tengo que agradecer, puesto que al final lo he merecido con mi tributo.

También nos ocurre, que cuando sentimos agradecimiento por lo que nos ha sido dado, experimentamos un sentimiento de humildad y de respuesta a ese agradecimiento recibido. Pero la clave de la generosidad radica en la toma de conciencia de saber que todo lo recibido no me ha sido concedido para nacer y morir en mí, sino para que desde mí revierta en los demás. Ahora, no es sencillo entenderlo así, ni fácil despegarse de esos sentimientos que nos atenazan y, egoístamente, nos engríen como merecedores de tales tributos.

Embobados por nuestra naturaleza humana limitada; ciegos por nuestros apegos y vicios humanos a los que no podemos vencer, ni renegar. Llenos de dudas, confusiones y tribulados por querer exigir y entender el por qué de nuestra naturaleza tocada, sufrida e inmersa en un camino de espinas, obstáculos y problemas, levantamos la mirada hacia el cielo y exclamamos, desde nuestra soberbia, ¿por qué nos has hecho así y has creado un mundo tan lleno de sufrimiento?. Es la pregunta que todos, en muchos momentos de nuestra vida, nos hemos hecho alguna vez.

Y,volvemos al refrán, "ser agradecido es de bien nacido". Porque si fuésemos perfecto; porque si fuésemos suficientes; porque si el dolor hubiese sido irradicado de nuestra vida; porque si no tuviese necesidades físicas, ni enfermedades; porque si no hubiese en nuestra vida obstáculos que vencer, ni montañas que subir, no me harías falta TÚ, mi SEÑOR. Me creería, como nuestros primeros padres, lo bastante suficiente para ser yo mismo mi dios y mi dueño y señor.


La conversión a la que nos invita Jesús al comenzar su Evangelio, mira a Dios. Significa buscar a Dios y, una vez encontrado, caminar con él y seguir las directrices del Reino marcadas por su Hijo, Jesucristo. Esto entraña también esfuerzo y compromiso, pero no orientado hacia la persona humana, como si fuéramos nosotros los autores y creadores de nosotros mismos, sino hacia nuestra dependencia de Dios a todos los efectos.

domingo, 18 de enero de 2009

ESCUCHAR NO ES IGUAL A OÍR.


Cuantas veces escuchamos, al menos eso creemos, pero no nos enteramos de lo que nos dicen. Otras veces escuchamos, pero estamos pensando la respuesta a lo que nos cuentan y dicen. Y la mayoría de las veces nos afanamos en responder sin saber exactamente que nos han dicho, o cual es la intención que quiere comunicarnos quién nos habla.

Igual nos ocurre en nuestro compartir diario. Nuestras ideas van con nosotros a todas partes y las llevamos muy agarraditas. Si ellas nos ocasionan problemas, nuestros problemas no se solucionan en ir de un sitio para otro, ni tampoco en escuchar a este o al otro. Porque dónde quiera que vayamos, nuestras ideas van siempre con nosotros, y con ellas, nuestros problemas e interrogantes.

Ahora, escuchar no es escucharme, sino vaciarme de mí mismo y quedarme vació, para luego empezar a llenarme de contenidos que vengan de la razón y el sentido común. De algo que, conocido, nos identificamos con ello, porque está latente en nosotros, quizás adormecido y turbio por el ruido exterior, el consumo espeso, la tormenta del estrés y las lucen que nos encandilan y nos sumergen en la oscuridad irracional y falsa.

Hablo de la Ley Natural, de ese sello original que nace con nosotros al mismo tiempo que somos concebido en el seno de nuestra madre. Esa Ley que, impresa, necesita ser escuchada para irla abriendo y conduciendo en nuestra vida. Y escucharla no del otro, que igual que yo, necesita también escuchar a QUIÉN puede y tiene autoridad para darla y alumbrarla.

Se necesita entonces abrir los oídos y llenarlos de humildad para abajándote, como ÉL se abajó, puedas, vació de todo contenido, dejarte llenar por la única Luz que puede alumbrarte. Es pues muy importante saber escuchar y, más que saber, entender que para saberlo es necesario ser humilde, sencillo y hacerse como niño, es decir fiarse de Aquel que puede dármelo.

Desde este prologo reflexivo e introspección interior podemos atrevernos a ponernos en presencia de QUIÉN puede transmitirnos lo que ÉL mismo nos ha dejado como camino a perfeccionar dentro de nosotros: La Ley Natural, que marca un horizonte inicial, pero que demanda una perfección hasta el final.

Y eso sólo se puede hacer desde el seguimiento a QUIÉN tiene el poder de hacerlo: nuestro SEÑOR JESUCRISTO. Ahora escucharle es no sólo oírle sino buscar en el silencio de mi vida sí lo que me dice responde a lo que yo busco y quiero. Y eso compromete también a buscarle en el conocimiento de saber Quién es y que hizo en su paso por la tierra.

Su historia no da lugar a ninguna discusión. Es real, como lo es la historia que nos enseña muchas cosas que sabemos. Si no dudamos de la historia del universo, ¿como podemos dudar de la historia de JESÚS? Creo que eso está fuera de toda duda. La Biblia no cuenta, sino que habla y responde a toda búsqueda que el hombre de todos los tiempos se pregunta y desea. Da lo mismo que sea el hombre antiguo o moderno. La Palabra de DIOS, la Biblia, se actualiza para dar una respuesta concreta al hombre determinado que la lee hoy y el que la leerá mañana.

Pero, me pregunto, como y quién me garantiza que esa Biblia, Palabra de DIOS, permanezca y llegue a todos los hombres en el tiempo. Es evidente y de sentido común que Quién haya pensado tan extraordinario proyecto, haya pensando en buscar la forma de perpetuarlo y de asegurarse que llegue a todos los hombres desde el inicio que es revelada.

Porque se nos plantea: ¿y los anteriores a la Tradición y Palabra Revelada?; ¿y los posteriores? Los anteriores responderán según esa Ley Natural que sintieron dentro de sí, pues nada más les fue revelado. Más los iniciados y posteriores, que les ha sido Revelado, deberán conocerla y perfeccionarla.

Tacharíamos de gran error hacer algo para que muera con nosotros mismos. Siempre, como si de un impulso irrefrenable se tratara, intentaremos y perseguiremos perpetuarlo y para eso hace falta buscar quienes lo perpetúen. Pues bien, no sé por qué, ni cómo, pero hoy se nos responde a esto en el Evangelio del día: JESÚS pensó que su obra y proyecto tenía que quedar en manos de un colegio o discipulado para que fuese propagado hacia todas partes. Para que nadie se quedara sin conocer su Palabra y su proyecto. Y se encargó de formarlo. Su Palabra nos lo demuestra claramente. Creer en ÉL, es creer en lo que ÉL hizo: su Iglesia. No hacerlo es negarlo, aunque digamos que creemos en ÉL.

Está dentro de nosotros, pero no basta con eso sólo. Nos damos cuenta que nos hace falta buscar más luz; nos damos cuenta que somos limitados y tenemos una naturaleza tocada por los apegos carnales y egoísmos (pecado); nos damos cuenta que sería un flaco favor sellarnos con la Verdad en nuestro corazón y luego dejarnos a merced de nuestras tentaciones y peligros. Es como condenarnos al fracaso. Nuestra razón sintoniza enseguida con una necesidad de ayuda, de asistencia en forma de guía, el ESPÍRITU, que, respetando nuestra libertad, nos ilumine y nos vaya diciendo el Camino es este.

Y esta asistencia se concreta en La Iglesia, fundada por ÉL para ser portadora de su Verdad y guía de los hombres de buena voluntad que, naciendo de nuevo a la vida, el Bautismo, se entreguen como ovejas a su pastor a ser conducidas al buen recaudo. JESÚS, al que debemos escuchar, no sólo oír, empieza a buscar y formar su colegio Apóstolico que, prometiéndole su compañía y asistencia, se encargara de perpetuar su labor.

No tiene sentido pensar otra cosa. No tiene sentido querer ir cada uno a su libre albedrío, pues eso nos lleva a caer en libertinajes y dictaduras. Porque tus ideas me separan de las mías, o al menos, no nos unen. Y así estamos separados. Precisamente hoy celebramos y rezamos por la unión de todos los cristianos. Hace falta congregarnos en ALGUIÉN que con autoridad Divina nos reuna y conduzca por caminos de justicia, verdad y paz. Y ese, el único que conozco es JESUCRISTO.

sábado, 17 de enero de 2009

YO SOY EL CAMINO, LA VERDAD Y LA VIDA.

A la hora de plantearnos nuestra fe nos enfrentamos a muchos problema y dudas. Por un lado nos encontramos con nuestra naturaleza humana caída por el pecado, nuestras apetencias y gustos carnales, que nos inclinan al egoísmos y al someternos los unos a los otros. En esas tribulaciones se nos hace muy difícil la elección y nuestra soberbia (el pecado) nos llena de suficiencia y razones para darnos la capacidad de creernos capaces de poder, por nosotros mismos, discernir y encontrar solitos el camino.

Es una de tantas advertencias que el SEÑOR nos hace: "tienen que hacerce como niños para entender y comprender mi Palabra". Y eso significa fiarse sin tratar de comprender en primera instancia, como un niño se fía de su padre, más tarde se irá entendiendo todo. Necesitamos tiempo para madurar y comprender. DIOS tiene paciencia y ha querido darnos el tiempo para que vayamos dándonos cuenta, con su ayuda, del amor que nos tiene y de su Omnipotencia.

El momento más maduro de la Creación es la Encarnación del HIJO de DIOS en hombre como yo, con mis mismas limitaciones: sed, hambre, frió, tentaciones...ect., menos en el pecado. En ese momento, DIOS, pidió a su HIJO la decisión más terrible que se puede pedir: "su muerte por amor". Y repetidamente le ha dicho al hombre: "hoy les pongo delante bendición y maldición: "elijan" (Dt. 11, 26). Y otra vez: "hoy te pongo delante la vida y el bien, la muerte y el mal: "elijan" (Dt 30, 15).

Sin embargo, estamos empeñado en buscar nuestro propio camino aún tratándolo de buscarlo a ÉL. Sin embargo, nos empecinamos en creer lo que a mí me parece y me cuadra, sin tenerle en cuenta, a pesar de que queramos encontrarlo y seguirle. Sin embargo, seguimos nuestra voluntad y no la de ÉL. ¡Razones no nos faltarán nunca! Pues por nuestra lógica y razón no sentiremos siempre inclinados a dar rienda suelta a nuestra soberbia aún difrazada de humildad y de buenos sentimientos.

Son sus discípulos los primeros no creyentes, pues viéndolo andar por el lago se asustaron diciendo que era un fantasma, y daban gritos de miedo. JESÚS les habló enseguida: "ánimo, soy YO, no tengan miedo" Mt 14, 24-27). Sucede, hoy nos pasa lo mismo a nosotros, que no creemos, tenemos miedo, nos ponemos a temblar, se nos ofuscan los ojos, y hasta tomamos a JESÚS por un fantasma.

Y es entonces cuando, apremiados por la inseguridad, no tenemos otra salida que pedirle aún otro signo u otra explicación. Incluso, fortalecidos en nuestra soberbia exigimos comprender al que no se puede comprender por su Inmensidad. ¡Qué insensato somos! Indudablemente la paciencia del SEÑOR es infinita, porque de otro modo nos exterminaría en un santiamén.


Y, precisamente, es Pedro el que se lo pide: "SEÑOR, si eres tú, mándame acercarme a ti andando sobre el agua". Y el SEÑOR le responde: "Ven" (Mt 14, 28-29). Y Pedro va, y mientras va mirando a JESÚS todo va bien, más cuando amenazado por el viento siente miedo y duda, empieza a hundirse e inmediatamente clama: "Sálvame, SEÑOR".

¡Cuantas veces ha resonado el grito de Pedro en mi alma! No, ni siquiera yo, que soy un mal nadador, tengo miedo de ahogarme si hay cerca una gran barca. Se necesita poco para volver a subir con los compañeros de navegación, incluso en una noche oscura. Lo que realmente me hace gritar, lo que hace gritar a Pedro, es la debilidad mortal de nuestra fe.

Pedro ha pedido el signo de caminar de pie sobre el agua, no el de deslizarse hacia JESÚS: eso era fácil, normal. Hay muchos, en ellos me incluyo, que nos deslizamos suavemente y acomodados hacia JESÚS. Vamos muy bien pertrechados por nuestras seguridades e incluso las exigimos, y desde lejos damos algunos gritos por los que se hunden y se ahogan. Convivimos, incluso, dentro de los suyos y con los suyos, y nos consideramos, aún, de los suyos. Formamos su Iglesia y nos sentimos orgulloso de ello.

Pero pedir el don de andar sobre las aguas es el signo de que DIOS no es un fantasmas, un sentimiento, una luz o esencia, sino que DIOS hecho HOMBRE en JESÚS domina sobre la historia, sobre los eventos, que es DIOS de lo imposible. Ésta es la sustancia de la fe, ésta es la novedad en la relación con lo Divino, ésta es la confianza de que DIOS está con nosotros, de que el mundo está salvado, de que la muerte ha sido vencida por CRISTO, de que existe la vida eterna, de que nosotros somos inmortales.

Este es mi DIOS, en el que creo profundamente y que no puedo callar de pregonar al mundo a través de mis humildes blogs. Ésta es la razón de mi ser creyente católico. Creer, esperar, amar representan de verdad la obra maestra de este combate entre el cielo y tierra, entre visible e invisible, entre un DIOS que es para nosotros un fantasma y el DIOS que es para nosotros PADRE, HERMANO , AMIGO, ESPOSO.

Una figura digna de se tenida en cuenta y por algo fue elegida para ser su Madre, nos ha enseñado el camino de humildad en el encuentro del SEÑOR. Ella no gritó ante el Misterio, no tomó por un fantasma al ángel Gabriel, ni exigió entender lo ininteligible, sino que permaneció dulcemente serena ante la Inmensidad de lo Divino. Y ante la semana misionera Mariana, que empieza hoy en mi parroquia, pido al SEÑOR, por intersección de su Madre, nos ilumine, nos fortalezca y nos alumbre el camino, la verdad y la vida.

Este JESÚS ha resucitado y ese es el fundamento de nuestra fe. Por lo tanto hay que escucharle y conocerle, porque sólo ÉL es el Camino, la Verdad y la Vida.

domingo, 11 de enero de 2009

CONVERSIÓN

Hace dos mil ocho años nació un hombre en un establo, entre animales de cargas y trabajo. Esta imagen no tendría ningún significado, más allá de la vulnerabilidad humana, si no fuera porque este hombre dijo de ÉL ser DIOS.

DIOS nacía de mujer en unas circunstancias llenas de Misterio, en una noche en la que los únicos testigos fueron los más humildes, ¿es posible? Se trata de una imagen absurda para la inteligencia humana.

¿Qué sentido tiene que el Creador de la Historia entre en la historia por la puerta de atrás? ¿Por qué? Y lo que resulta más difícil aún, ¿qué tiene que ver todo esto conmigo? ¿Ese nacimiento tiene importancia para la vida de alguien del siglo XXI? ¿Para mi vida?


De enfrentarno a esta pregunta depende que mi vida tome un giro nuevo y busque el verdadero sentido al que estoy llamado: "conversión". O que todo quede reducido a un seguir rutinario de cada día, acomodado, establecido, sedentario y practicante, pero nada más.

CONVERSIÓN, significa dejarse llevar; dejarse conducir; confiar y tomar la dirección que te es marcada, en este caso, por la Palabra que el ESPÍRITU siembra e ilumina. No es primero el convencimiento, ni la comprobación, ni las pruebas. Es fiarse al estilo de la Virgen: hágase en mi TU Palabra, sin más preguntas ni explicaciones.


Es todo lo contrario de lo que los criterios humanos demandan: primero convencer y luego seguir, porque estoy convencido. Con el SEÑOR cambia todo: primero abrete, di SÍ y luego irá naciendo, a través del ESPÍRITU, la Luz en ti. Porque su Reino no es de este mundo. Por eso está destinado a los pequeños, a los humildes, a los pobres.

No quieras convertirte sin dejar de ser rico, suficiente, arrogante y exigente. No quieras dar un giro a tu vida sin antes dejar de hacer preguntas y pedir explicaciones. Se te darán después, en el camino, en el peregrinar de tu propia vida. Lo experimentarás y lo palparás como Tomás, como los de Emaús, como Pedro y Juan en el sepulcro, como la Magdalena en el huerto...etc. Con JESÚS, diferente al mundo, la prueba viene detrás del algodón.

Ahora pronto empieza la Cuaresma y es el camino que nos puede afianzar y arrimar un poco más, para eso son los años de gracia que el SEÑOR nos concede, a la compañía del SEÑOR. Más tarde, cuando lo vayamos descubriendo, no querremos, como los de Emaús, que se vaya.
Les dejo este vídeo como camino para la reflexión.


sábado, 10 de enero de 2009

EL BAUTISMO DEL SEÑOR.

El Salvador vino a ser bautizado para renovar al hombre envejecido; quiso restaurar por el agua nuestra naturaleza corrompida y nos visitó con su incorruptibilidad.

El último testimonio de Juan sobre Jesús subraya nuevamente no sólo la superioridad de la misión de Jesús frente a la de Juan, sino el sentido mesiánico de la obra de Jesús. Jesús hace posible y realiza una nueva relación entre el ser humano y Dios, fundada en la gracia del Espíritu y la verdad de su Palabra.

La fe de Juan Bautista es ejemplar para el discípulo cristiano; un modelo a seguir para todo aquel que quiera ser testigo fiel de Cristo en el mundo. Él aceptó sin reservas su papel de testigo que conduce a los seres humanos al Mesías, permaneciendo siempre fiel al plan salvífico de Dios, a pesar de la inclinación de sus propios discípulos a dejarse influir por sentimientos humanos egoístas.

El austero predicador del desierto que se había presentado como testigo del Mesías, en este texto aparece como ejemplo para todos los que seguimos a Jesús y lo anunciamos entre los seres humanos. Juan no ha dudado ni un momento en disminuir, en ocultarse hasta desaparecer, con tal de que Él, Jesús el Mesías, crezca, resplandezca con toda su luz y sea aceptado y creído por los otros.


HIMNO
Mas ¿por qué se ha de lavar
el Autor de la limpieza?
Porque el Bautismo hoy empieza,
y ÉL lo quiere inaugurar.
Juan es gracia y tiene tantas,
que confiesa el mundo de él
que hombre no nació mayor
ni delante, ni después.

Y, para que hubiera alguno
mayor que él, fue menester
que viniera a hacerse hombre
la Palabra que DIOS es.

Esta Palabra hecha carne
que ahora Juan tiene a sus pies,
esperando que la lave
sin haber hecho por qué.
Y se rompe todo el cielo,
y entre las nubes se ve
una paloma que viene
a posarse sobre él.

Y se oye la voz del PADRE
que grita: "tratadlo bien;
escuchadle, es el Maestro,
mi hijo querido es."

Y así Juan, al mismo tiempo,
vio a DIOS en personas tres,
voz y paloma en los cielos,
y al verbo eterno a sus pies. Amén




HIMNO
A la orilla del Jordán,
descalza el alma y los pies,
bajan buscando pureza
doce tribus de Israel.

Piensan que a la puerta está
el Mesías del SEÑOR
y que, para recibirlo,
gran limpieza es menester.

Bajan hombres y mujeres,
pobres y ricos también,
y Juan sobre todos ellos
derrama el agua y la fe.
Mas ¿por qué se ha de lavar
El AUTOR de la limpieza?
Porque el Bautismo hoy empieza,
y ÉL lo quiere inaugurar. Amén

lunes, 5 de enero de 2009

LOS REYES MAGOS.


Ocurre que ya no nos sentimos niños. Nos pasa que nuestra noche de Reyes ya pasó, y nos sentimos que esto no es para nosotros, ni nada tiene que decirnos. Recordamos, eso sí, esa noche como mágica, pero lejana en el recuerdo de un pasado infantil y sin ninguna referencia para nuestra actual vida. No nos sentimos interpelado, pues no somos niños. Es la hora y la noche de nuestros hijos y a nosotros nos toca hacer de Reyes, pero nada más. ¡Son cosas de niños!, decimos.

Sin embargo, lo primero que tenemos que recordar es, que el SEÑOR, ese niño que hoy recibe regalos, nos llama a ser como niños para entrar en su Reino. Y ser como niños no significa volver a sentir el deseo mágico y ilusionante de una noche de Reyes, sino sentirnos interpelados y tocados en nuestras actitudes vitales de hoy. Hoy, como ayer, el SEÑOR nos habla desde su cuna de niño y a través de esos personajes que nos parecen sólo mágicos y nada más.

Es una noche para estar atentos y acompañar, abajándonos, juntos a nuestros hijos, para sacar luz que nos alumbre y conduzca, como a los Reyes, por el camino de la auténtica y verdadera Estrella. Es una noche para, detrás de los regalos e ilusiones, descubrir la ruta, que a lo largo del año que acaba de comenzar, nos conduzca al auténtico portal de Belén del próximo año.

Estos Reyes Magos tienen muchísimas cosas que enseñarnos, sobre todo al hombre moderno, tan contaminado de racionalismo, pragmatismo y materialismo. El hombre de hoy exige argumentos palpables, empíricamente cuantificables y “seguros” para poder dar un paso hacia adelante, sobre todo cuando se ven comprometidas sus decisiones vitales. Pero estos personajes de Oriente, sin haber recibido el don de la fe monoteísta del Pueblo elegido ni la esperanza en un Mesías Salvador como lo entendía Israel, sin pruebas contundentes y científicamente verificables, se ponen en marcha hacia lo desconocido, siguiendo la luz de una estrella.


Para la mentalidad del mundo, esos hombres serían unos pobres ilusos, unos simples “soñadores” o unos aventureros a ultranza. Sin embargo, ellos seguían la estrella de una fe, en la que descubrían mucho más que un dato astrológico; para ellos, ése era un lenguaje divino, un signo trascendente que hablaba directamente a sus corazones y los invitaba a buscar a ese “Rey” de los judíos, que ellos intuían como el Mesías esperado de los pueblos. Seguramente conocían las Escrituras y en esa señal del cielo descubrieron la voz misma de Dios que los llamaba a buscarlo.

¿Cuántos de nosotros somos capaces de descubrir en una “estrella” –que pueden ser las mil circunstancias de cada día: un encuentro, una noticia alegre o desagradable, una enfermedad, etc.— a través de la cual nos habla Dios nuestro Señor y nos revela su voluntad santísima sobre nosotros? ¿Y cuántos tenemos el valor de seguir esa estrella, aunque eso nos exija romper nuestras seguridades demasiado “humanas” y terrenas, confiar en la voz de Dios y ponernos en camino –como los Reyes Magos, como Abraham, como la Santísima Virgen— “hacia el lugar que Él nos mostrará”? ¿Por qué no dejarnos guiar, también nosotros, por esa “estrella” de la fe?

¡Ojalá que también nosotros tengamos el valor de seguir la estrella que Dios nos manda! Pero, ¡atención!, porque esa estrella puede también ocultársenos de cuando en cuando, como les pasó a los Magos. Y es entonces cuando necesitamos de una fe todavía más grande y fuerte para seguir caminando, a oscuras; es decir, aunque no vemos ya casi nada, aunque no sepamos por dónde nos conduce Dios, aunque no comprendamos por qué nos trata de una manera o de otra –por ejemplo, cuando permite un gran sufrimiento moral, una desgracia personal o la enfermedad de un ser querido—.

A veces no vemos la estrella. Pero es preciso seguir confiando. Ella sigue allí, arriba, en el cielo, aunque de momento no la veamos. Ya reaparecerá. Es la seguridad de Dios la que ha de impulsarnos a continuar hacia adelante, hasta llegar al lugar en donde se encuentra el Niño Dios junto con su Madre santísima y san José. Pero también en este momento necesitamos la fe, para descubrir en ese Bebé recién nacido al Hijo de Dios, encarnado para redimirnos.

No pensemos en un Mesías poderoso, en un palacio adornado de oro y marfil, rodeado por miles de servidores… No. Es un Mesías pequeñito, humilde, pobre, indefenso. ¡Y ése es Dios! También se requiere la fe para descubrir a Dios en las cosas pequeñas, en un niño pobre, en un mendigo, en un hombre que sufre, en un borrachito, en una pobre prostituta… Dios se esconde entre esas pajas humanas y es su modo de actuar, tan inaudito e insospechado para nuestra mente humana.

Y, una vez ya en la gruta de Belén, postrémonos ante el Niño Dios para adorarle y ofrecerle nuestros regalos, como los Reyes Magos. Ellos le ofrecieron: oro, el regalo propio de los reyes; incienso, oferta tributada sólo a Dios; y mirra, don ofrecido al Hombre verdadero. Ellos le llevaron el regalo más preciado de su tierra de origen. También nosotros ofrezcámosle al Niño lo mejor de nuestra alma: el oro de nuestro amor, de nuestra fe y confianza en Él; el incienso de nuestra piedad y adoración; la mirra de nuestra obediencia y humildad. ¿Qué les vas a regalar hoy al Niño Jesús? ¿Cuál va a ser tu oro, tu incienso y tu mirra?

sábado, 3 de enero de 2009

MANTENER LA MISMA VELOCIDAD SE HACE DURO Y CUESTA MUCHO.


Tengo el criterio en la cabeza, pero el entregarlo y clarificarlo en palabras es otra cosa. Sin embargo, no puedo eludir el esforzarme en expresarlo y entregarlo lo más transparente y claro que pueda, porque nuestra responsabilidad está en comunicarnos en verdad y justicia. Y de todos depende que pongamos lo que hemos recibido al servicio de todos.

En cierta ocasión, un sacerdote me dijo: "todos no podemos ir a la misma velocidad; los hay que van muy rápidos y otros demasiados lentos". Mi confesor y querido amigo trataba de decirme que en la vida vamos juntos. Todos caminamos por la misma autopista hacia la meta final, en esta vida la muerte, pero no todos la recorremos a la misma velocidad, sin embargo, sí todos nos encontraremos al final de la meta. Unos antes y otros después.

En ese recorrido todos sentimos en nuestro interior un deseo de amar, de darnos, pero también sentimos un deseo de huir, de correr a nuestro ritmo, y en esa lucha entablamos el debate de darnos a los demás, o darme a mí mismo. Dicernimos entre el yo y el nosotros; luchamos entre el complacerme y buscar mi propio ego, o morir a nosotros para entregarnos en servicio a los demás. Estamos en el momento de acelerar y desaparecer o aminorar y correr a la misma velocidad.

Es el debate por justificar nuestras propias frustraciones; es la lucha por no aceptar al otro; es la contradicción de no admitir la torpeza o inteligencia del otro; es la soberbia de no rebajarme o la humillación de ponerme a la altura del otro; es la suficiencia de no quedarme, ni considerarme menos que el otro; son los problemas humanos que me impiden ir y relacionarme con los otros. Es la tentación del aislamiento y caminar solo con los que me alaban, me aceptan y me elevan en un altar. O me interesan porque de ello me beneficio.

Y como el calamar despide su tinta para en la confusión y oscuridad escapar, nosotros hacemos demagogia y nos autoengañamos justificando nuestras actitudes contrarias a nuestra propia naturaleza y dignidad. Porque la igualdad nos viene dada por nuestra dignidad de ser hijos de DIOS.

El hombre es la única creatura creada por si misma, creadas por amor; por una decisión libre y voluntaria de DIOS, que nos ha creado para compartir con ÉL su Gloria. Todo lo creado en el mundo está al servicio del hombre y para el hombre. Sólo el hombre es la creatura semejante a DIOS, capaz de ser libre para optar por un camino u otro.

Y tanto ama DIOS al hombre que se hace como él. Toma su misma naturaleza humana y se abaja a la categoría de hombre, pero un hombre pobre, sencillo, humilde e indefenso: un niño que pasa indiferente y ajeno a los acontecimientos y hechos de su tiempo. Un niño que sólo es tenido en cuenta cuando se ven amenazados por la grandeza de su PADRE DIOS. Un niño que no aceptan porque lo ven muy sencillo; muy pobre; muy humilde y entregado por amor a servir.

Ese es nuestro pecado. Por un lado nos alejamos cuando lo vemos Divinamente inalcanzable; y por otro lado lo despreciamos y marginamos cuando lo vemos muy sencillo, muy pobre e indefenso ante los poderes del mundo de los hombres. ¿Qué hacer?

Sólo en el encuentro y en la mirada interior podemos encontrar respuestas a estas carreras que en la autopista de nuestra vida tomamos de forma precipitada y rápida. Somos diferentes y en las diferencias debemos descubrir la necesidad de caminar juntos y en servicio mutuo. Son las diferencias y pobrezas las que nos unen y nos ejercitan para amar.

Todo va encajando como en un rompecabezas. Porque tú tienes carencias: intelectuales, apegos materiales, económicas... que suscitan mi caridad; y porque yo tengo carencias que suscitan en mi la humildad. De las necesidades de unos y otros nace la auténtica realidad de nuestro ser comunitario. En esas diferencias nace nuestra llamada a ser comunitarios a integrarnos en Iglesia, a pesar que la travesía sea dura y nos cueste mucho, pues esa es la prueba de que estamos amando, de que tenemos y ejercitamos la caridad.