miércoles, 7 de octubre de 2009

AUSENCIA DE DIOS


Estaremos de acuerdo que en todo joven hay una aspiración a la felicidad, quizás mezclada con un sentimiento de inquietud. Sin embargo, esa aspiración termina, a menudo, dirigida por la sociedad de consumo que los envuelve y manipula sin darse cuenta. Son falsamente alienados y anulados en su característica más singular como es la libertad: terminan esclavizados.

Se hace necesarios valorar seriamente el anhelo a la felicidad que exige una respuesta verdadera y exhaustiva. A la edad temprana de un joven es cuando se realizan las primeras grandes elecciones, capaces de orientar la vida hacia el bien o hacia el mal. Y, por desgracia, no son pocos que se dejan seducir por espejismos ilusorios de paraísos artificiales que encierran en el fondo resultados de soledad y tristeza. Vendemos el mayor tesoro de nuestra vida: la verdadera felicidad, por aparentes momentos de seudo felicidad con etiqueta de caducidad.

Son etapas difíciles y momentos de verdadero peligro porque, educarse en ser buena persona, aparte de lo recibido, que es fundamental, en el seno familiar, se hace ineludible caldearse en unas circunstancias de actitudes en la verdad y orientaciones que les dirijan por la búsqueda del bien y lo bueno. No consiste, por tanto, la educación enseñar conocimientos o tratados matemáticos, literarios o científicos, que también, sino en dar criterios para saber distinguir donde está el bien y donde el mal. Ser buena persona es saber discernis lo bueno de lo malo. Porque lo bueno libera y lo malo esclaviza.

Dice el Papa Benedicto XVI, donde apoyo mi humilde reflexión, que los jóvenes deben mirarse en la experiencia de San Agustín, que decía que el corazón de toda persona está inquieto hasta que no encuentra lo que verdaderamente busca. Y él descubrió que sólo JESUCRISTO era la respuesta satisfactoria al deseo suyo y de cada hombre, de una vida feliz, llena de significado.

Ocurre que la prontitud de los resultados, la inmediata felicidad, lo fugaz, lo ¡ya!... es lo que nos atrae, nos deslumbra y entusiasma. A pesar de lo repentino y lo instantáneo del gozo, quedamos atrapados, habituados, dependientes de esos actos casi involuntarios y teledirigidos que terminan por esclavizarnos y cegarnos hasta no ver la verdadera realidad, sino una realidad distorsionada por nuestra dependencia. Todo está condenado al vacío, soledad y tristeza.

Y aunque la película se repita innumerables ocasiones el joven no reacciona atrapado por la sin razón, dependencia y sin horizontes con sentido. La caída necesita un esfuerzo superior para levantarse que no se tiene, y sólo con voluntad de dejarse ayudar se consigue ir dándole sentido a la vida. Es el momento del encuentro con el SEÑOR, el único que nos puede sacar y salvar, que nos llama a la puerta de nuestra libertad y pide ser acogido como amigo.

Es la oferta más grande y mayor que aspiramos, y más, la única que queremos y por la que luchamos toda nuestra vida: nos invita y quiere hacer felices. La fe cristiana es esto: el encuentro con CRISTO. Persona viva que da a la vida un nuevo horizonte y, con ello, la dirección decisiva. Y cuando el corazón de un joven se abre a sus designios, no le resulta difícil reconocerle y seguir su voz. Toda ausencia de DIOS es pérdida y confusión, porque el hombre sólo puede encontrarse a sí mismo en su Creador y, por consiguiente, es ahí donde se encuentra su gozo y plenitud.

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