jueves, 3 de diciembre de 2009

¡ULTREYA!


La palabra ultreya es una antigua palabra española que usaban los peregrinos de Compostela cuando se encontraban para saludarse y animarse a lo largo del camino. Esta palabra, probablemente derivada del latín ultra, significaba "¡Adelante!"

Los cursillistas utilizan esa palabra para designar un tipo de encuentro que tiene lugar después del Cursillo. Es la reunión de los cursillistas de una o algunas parroquias.

En donde las Reuniones de Grupos se hacen, la Ultreya congrega los grupos de una misma región, contribuyendo a mantenerlos en el espíritu del MCC y a sensibilizarlos a la realidad de la Iglesia.

En un clima de amistad, se intercambia sobre lo vivido, sea a base del trípode (piedad, estudio, acción), sea a partir de un texto del Evangelio.

Ahí se escucha unos testimonios referentes a la vida interior y unas experiencias apostólicas. Este hecho de compartir lo vivencial llega a ser un "modelo" apostólico, un ejemplo práctico, un reto del Señor que parece invitarnos: "Vayan y hagan igual".

Como "Ultreya" lo indica, este encuentro (semanal usualmente) es un aliento para ir adelante. Es el mejor medio para alimentar la llama del Cursillo.

Se hace necesario apoyarnos, juntarnos y vernos en la medida de nuestras posibilidades porque necesitamos del aliento, del empuje, de la palmadita del compañero o compañera que nos anima, que nos da ejemplo de su constancia, de su perseverancia, de su levantarse a pesar de las caídas, de su esperanza y de su fe.

La Reunión de Grupo es algo en lo que debemos poner mucho empeño, porque en ella fortalecemos nuestra fe al darnos y recibir. Es la vivencia de nuestras inquietudes, fatigas, sufrimientos, alegrías, trabajo, apóstolado, piedad, formación...etc en un clima de amistad, tranquilidad, entrega, sinceridad y a la hora que mejor les convenga a los que la forman.

Es el espacio donde aprendemos a perdonar, a aceptar, a colaborar, a realizar nuestra acción apostólica, a sensibilizarnos de los problemas y necesidades de los demás, a llorar juntos, a sufrir y compartir las penas, los problemas, las dificultades; también las alegrías, los momentos buenos, los éxitos tanto nuestro como los de los demás.

No importa el tiempo que tardemos en conseguirlo, pero nunca dejemos de esforzarnos en conseguirla. Mi experiencia es positiva y aunque he tenido algunas que se han perdido, sigo insistiendo en conseguirla. Me ofrezco a tratar de formar una. El intento vale la pena, porque los frutos serán muy valiosos. No olvidemos que estamos hechos en racimos y sólo en racimos encontraremos el camino para llegar a la Casa del PADRE.

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