domingo, 1 de febrero de 2009

EL ROSARIO DE LA AURORA.


El sábado fue el día elegido para dedicarlo al Santo Rosario. La hora, adaptada para que congregara al mayor número de personas, fue las ocho de la mañana, y el recorrido, por el incomparable marco del Charco de San Ginés, unos de los lugares más peculiares de nuestro Arrecife.


A la hora señalada partimos de nuestro templo parroquial unas 70 o 90 personas aproximadamente. Consciente de sabernos juntos al SEÑOR y encomendados a su Madre como intercesora y mediadora para rogar porque nuestras aguas turbias y contaminadas queden purificadas y transparentes como el buen vino, iniciamos con el primer misterio los primeros piropos y recomendaciones a María para que las presente a su HIJO, nuestro SEÑOR.


Cada misterio iba seguido de un comentario y una pequeña reflexión que alumbraba nuestras intenciones de, despojados de nuestras ataduras, hacernos imitadores de las virtudes y actitudes que María, en su vida y peregrinar hacia JESÚS, nos dio como ejemplo de confianza y fe en ÉL.


El silencio, la devoción, la firme y profunda intención de serenidad, fortaleza, disponibilidad, sencillez y firmeza en los pasos de la comitiva marcaron un marco de emotivo sentimiento de sentir religioso y de profunda fe Mariana. Fe y veneración a una Madre que nos cobija, nos arropa, nos aglutina, nos acompaña y nos recomienda con serenidad y fortaleza a ponernos en MANOS de su HIJO JESÚS y dejarnos conducir por ÉL.



El día, como conocedor del canto Mariano, que se iba a clamar desde nuestro sencillo, pequeño, pobre, pero testigo firme, Charco de San Ginés, abrió sus puertas celestiales para dejar entrar los rayos luminosos y reconfortantes, en una mañana, que se prometía lluviosa y desapacible, en una seda de alfombra celestial que María, su Madre, recorría junto a sus hijos que, su HIJO, JESÚS, le encomendó.


Fue un colofón lleno de sentimientos y afectos que debemos guardar, a ejemplo de María, en lo más hondo de nuestro corazón para derramarlo en la vida que, cada día, tenemos y debemos recorrer ejemplarizando todo lo que María nos testimonia y nos revela en sus actitudes y ejemplo.



Nada serviría si todo queda como una experiencia bonita, encantadora y no llega a germinar y echar raíces en nuestro corazón. Nada serviría si el próximo año no nos acercamos con un camino recorrido según, primero JESÚS, y luego María, su Madre, lleno de esperanza, entregado en la vivencia de la serenidad, fortaleza, disponibilidad, sencillez y pobreza, experimentado en nuestra relaciones como personas integradas en un pueblo y, dentro de él, en una Iglesia que nos une y nos sirve de guía con María, su Madre a la cabeza.


Todo quedaría ahogado por la zarza y el pedregal sí no somos capaces, como María, encender la llama de emprender el camino que ella nos ha iluminado, desde la Semana Misionera, hacia JESÚS, su HIJO, fuente y meta de nuestro peregrinar. Todo quedaría en un oír, pero no escuchado en el silencio de nuestro corazón sí no avanzamos en el compromiso de entrega y disponibilidad a experimentar y buscar lo que el SEÑOR, quizás, a través de María, ha querido sembrar en el huerto de nuestro corazón.


Dejémonos cultivar y abonar por la intercesión de María, y abramos nuestro corazón al Sembrador de la Palabra que nos Revela lo que su PADRE nos quiere y ama y, en ÉL, su HIJO, por su muerte y resurrección, hemos sido salvados.


Tras la plegaria celebramos un ágape fraterno donde compartimos un reconfortante chocolate con churros y algún bizcochón que generosamente fue ofrecido por todos y para todos en un signo de comunidad en torno a María y en medio de su HIJO JESÚS.

Un fuerte abrazo a todos en CRISTO, y esperemos vernos cargados de razones y frutos el próximo año en torno a nuestro SEÑOR JESÚS y a su Madre María.