domingo, 16 de enero de 2011

A LA LUZ DE LA PALABRA (Jn 1, 29-34).


Juan es consciente de su misión y del lugar que ocupa. Llegada la hora entiende que su misión ha terminado y señala al Enviado por el PADRE, el HIJO en quien tiene toda su complacencia. Él, que había venido para abrir y preparar el camino de conversión bautizando con agua, descubre ahora que el que viene bautiza en el ESPÍRITU.

JESÚS es el Cordero del PADRE que quita los pecados del mundo. Es el Enviado, es el HIJO Predilecto en quien el PADRE tiene puesta su complacencia, y a Quien el PADRE ha dado todo poder para perdonar nuestros pecados. ÉL es lleno del ESPÍRITU SANTO y al bautizarnos nos infunde la vida del ESPÍRITU, que nos guía, nos conduce y dirige, por la Vida de la Gracia, hacia la Casa del PADRE.

Y nosotros, bautizados en el ESPÍRITU SANTO, y fortalecidos en ÉL, debemos dejarnos guiar por su acción y entregarnos, asistidos por su fuerza y poder, al combate de conservarnos en la vida de la Gracia, el mayor y preciado don para el que hemos sido creados y al cual somos llamados. Porque todo hombre que se precie de su propia dignidad de ser hombre, anhela y desea para sí la Vida de la Gracia, porque en ella alcanza el culmen de su felicidad y eternidad.

Juan nos lo señala como el Cordero de DIOS que quita los pecados del mundo, y, por la Gracia de DIOS, cada día tenemos la oportunidad de recibirlo en Cuerpo y Alma bajo la especie de pan y vino. Es la Eucaristía Navidad permanente, encarnación del Verbo que se hace hombre y permanece en nosotros como alimento para el camino pascual. ¡Alabado y glorificado sea el SEÑOR!

Dame, DIOS mío, la luz de 
saberte el Cordero de DIOS,
como Juan supo señalar.

Y dame las fuerzas de
seguirte como Simón,Andrés,
Santiago y Juan que, señalado
por su maestro, supieron
dejarlo todo para seguirte. Amén.

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