viernes, 28 de enero de 2011

NUESTRO CORAZÓN ESTÁ SEMBRADO (Mc 4, 26-34)


El mundo está sostenido aunque nosotros no nos apercibamos de ello. Alguien, que lo ha creado, lo sostiene y, sin darnos cuenta, se mueve y se producen cambios en él. Sin saber cómo, estos cambios se producen queramos o no, estemos despiertos o dormidos, nos demos cuenta o no. Su marcha es imparable y todo sucede tal cual está previsto.

De la misma forma, Alguien ha sembrado un alma en nosotros. Un alma que aspira a ser feliz eternamente y que lucha por conseguirlo. Se sabe limitada y caduca, pero siente deseos en lo más profundo de su ser esperanza de alcanzar la eternidad. Y no sabe por qué, ni quien le infundió ese sed inagotable de ansias de felicidad eterna, pero la realidad es que la siente.

Y su razón le asiste y le dice que ese Ser existe, que está entre nosotros porque lo siente en sus entrañas. Se siente criatura y ello suscita interrogantes en su corazón. Necesita buscar porque del éxito de esa búsqueda depende su fracaso o frustración. Si no encuentra nada se sentirá perdido, sin rumbo y su vida perderá sentido. De encontrar respuesta a sus deseos y anhelos se sentirá esperanzado, gozoso y feliz. Todo depende de conocer su origen, su por qué, de dónde viene y a dónde va.

La semilla plantada comienza pequeña, como un grano de mostaza, que cuando se siembra en la tierra es la más pequeña, pero cuando crece se hace muy grande. Igual nos sucede a nosotros. Cuando la Palabra de DIOS hecha raíz en nuestro corazón, nuestra fe, por la Gracia de DIOS, crece de forma que nadie puede parar esos frutos que dará. Pero será imposible conocer esos interrogantes si no le son revelados.

Y para eso, DIOS, se nos ha revelado en su HIJO JESUCRISTO, para que en ÉL podamos reconocerlo y descubrirlo, y tomar conciencia que ÉL nos ha creado por amor, y por amor nos quiere salvar para que vivamos a su lado eternamente. Y de ello da testimonio la Tradición y las Sagradas Escrituras que nos hablan, por medio del ESPÍRITU SANTO, de la historia de salvación que alcanza su plenitud en la Muerte y Resurrección de nuestro SEÑOR JESUCRISTO. Nadie puede dar testimonio de la verdad con el fundamento de su vida.

Haz, SEÑOR, que mis ojos
sepan distinguir la verdad
de la mentira. Que no me
deje embaucar por falsos
 profetas sin fundamento
ni sentido.

Sólo TÚ tienes Palabra de
Vida Eterna porque lo has
hecho con tu Muerte y 
Resurrección. Amén.

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