lunes, 24 de enero de 2011

TODOS NUESTROS PECADOS SERÁN PERDONADOS (Mc 3, 22-30)


Es una gran alegría tomar conciencia de la promesa de JESÚS: "Yo os aseguro que se perdonará todo a los hijos de los hombres, los pecados y las blasfemias, por muchas que éstas sean". Estamos, pues, perdonados y, por consiguiente, salvados, y eso es una gran noticia que debemos conservar siempre fresca. Sobre todo en los momentos bajos, de desilusiones, de sentimientos de huidas, de dejarlo todo y volver a las andanzas, al descontrol y los apetitos.

Estar salvado significa que alcanzaremos la Casa del PADRE , y eso es el mejor regalo que se nos puede dar. Mirando esa promesa tendremos fuerza cuando nuestra pobreza y limitaciones no den lo que esperamos dar, cuando nuestros fallos nos derrumben y nos aconsejen la retirada.

No quiero fijarme en otra cosa hoy, porque esta promesa me da mucha esperanza y fortaleza. Sentirme salvado es sentirme victorioso y triunfador y eso es lo más grande que nos puede ocurrir. Simplemente tengo que quererlo, que desearlo y poner toda mi pobreza y miserias en Manos del ESPÍRITU SANTO, para que guiado por ÉL llegue al puerto del gozo eterno.

Claro está que, aquello que no se desea no se puede conseguir, pues eres libre y si tú no quieres entrar en el Reino de los Cielos, no entras. Nada se puede hacer con aquel que rechaza la dirección, el acompañamiento y la asistencia del ESPÍRITU SANTO, porque somos pecadores, débiles, limitados y, por nosotros solos, no podremos conseguir el mérito de la salvación. Necesitamos la fuerza y la acción del ESPÍRITU para llegar a la Casa del PADRE.

Esa obstinación por nuestra parte es lo único que nos puede apartar de ser felices, porque es obvio entender que todos queremos ser felices, ¡no?. Pues lo único que nos aparta de conseguirlo es el pecado contra el ESPÍRITU SANTO. Es decir, el rechazarlo, el no reconocernos pecadores y limitados. Por eso necesitamos ser humildes y reconocernos como tal.

Y eso es lo que está ocurriendo en el mundo que nos rodea. El hombre se ha erigido en dueño y señor de sí mismo, y pretende caminar sólo rechazando la asistencia de DIOS en el ESPÍRITU SANTO. Ese es el pecado que nos pierde.

SEÑOR, que no me aparte nunca
de TI, y que como María,
tu Madre, sepa dejarme
modelar por tu ESPÍRITU
según tu Voluntad. Amén.

1 comentario:

  1. Hola, he intentado leer tu blog, y me sale un lío desorganizado que tapan el texto de la última entrada. Espero que puedas arreglarlo.

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