martes, 22 de febrero de 2011

SOBRE TI EDIFICARÉ MI IGLESIAI (Mt 16, 13-19)


Lo lógico y normal es que una familia tenga sucesores. Al menos es lo que todo el mundo desea y espera, de tal forma que, toda su obra, su herencia, su historia pasa a los sucesores para transmitirla y vivirla en el recuerdo de ellos.

No podía ser de otra forma la obra del SEÑOR. JESÚS sabe de su Pasión y Muerte, y aunque también sabe de su Resurrección, su Misión, una vez Resucitado gloriosamente, no está ya en la tierra sino a la diestra del PADRE Todopoderoso, esperando su segunda venida en la que vendrá a juzgar a vivos y muertos.

Por eso, prepara y deja el colegio Apostólico con Pedro a la cabeza, con el poder de atar o desatar, conferido por JESÚS y dirigido por el ESPÍRITU SANTO. Es Pedro el patrón de la Barca y a quien se le otorga la máxima autoridad de dirigir el rumbo de la Iglesia. Autoridad que va dirigida a servir en bien de la verdad y la justicia.

Jesús, una vez resucitado, confirmó esta misión a Simón Pedro. Él, que profundamente arrepentido ya había llorado su triple negación ante Jesús, ahora hace una triple manifestación de amor: «Señor, tú lo sabes todo, tú sabes que te amo» (Jn 21,17). Entonces, el Apóstol vio con consuelo cómo Jesucristo no se desdijo de él y, por tres veces, lo confirmó en el ministerio que antes le había sido anunciado: «Apacienta mis ovejas» (Jn 21,16.17).

Esta potestad no es por mérito propio, como tampoco lo fue la declaración de fe de Simón en Cesárea: «No te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos» (Mt 16,17). Sí, se trata de una autoridad con potestad suprema recibida para servir. Es por esto que el Romano Pontífice, cuando firma sus escritos, lo hace con el siguiente título honorífico: Servus servorum Dei.

Es esta la Iglesia, y no otra, la que ininterrumpidamente continua la labor desde Pedro hasta Benedicto XVI, y a la que debemos obediencia y fidelidad, pues son las mismas palabras de JESÚS la que la confirman hoy mismo ante nosotros. A pesar de sus negaciones, sus pecados, sus fallos, sus rechazos... La Iglesia sigue adelante porque va guiada e iluminada por el ESPÍRITU SANTO.

Gracias, SEÑOR, por permitirme
un día más en tu presencia.
Gracias por guiarme y no desembarcar
de la Barca que encomendaste a
Pedro.
  Y, gracias, de, junto a otros marinos, 
continuar la navegación que el 
ESPÍRITU SANTO nos traza y
nos señala. Amén.

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