lunes, 28 de marzo de 2011

EN TU CASA NO SE VE TU TESTIMONIO (Lc 4, 24- 30)

En aquel tiempo dijo Jesús a sus...
 
Sucede que en tu propia casa estás muy visto y tus acciones y ejemplo pasan por debajo de la mesa unas veces y otras no tienen la correspondencia esperada y proporcionada a tu predicación. Eres de la familia y no te tendrán en cuenta lo que dices. Y si te empeñas en llamar la atención te recordaran que eres uno más de la familia, del barrio, del pueblo...

Eso ocurrió con JESÚS, era el HIJO del carpintero y nada más. ¿A qué venía entonces predicar y declararse HIJO de DIOS? No podía ser, ¡era el HIJO del carpintero y nada más! De Nazaret no podía salir, ¿a cuenta de qué?, el Mesías. ¡Era un pueblito insignificante!

El Mesías esperado estaba pensado en algo grande, poderoso, fuerte y con poder para liberar a las buenas o malas al pueblo oprimido por sus enemigos. No podía ser de otra forma y todo lo que no fuera así sería rechazado. Posiblemente eso estaba escrito en la mente de todo israelita, y por eso, JESÚS fue rechazado.

Es difícil predicar en tu propia casa, en tu propia familia, en tu propio barrio, en tu propio pueblo y entre tus amigos. Estás mirado, fiscalizado y juzgado. No importa lo que eres sino lo que has sido. No importa lo que has cambiado sino lo que has hecho. No hay posibilidad de renovarte en un hombre nuevo, sino que siempre te ven como hombre viejo.

En resumen, no hay fe en que la conversión empieza en el corazón tras un encuentro con la Verdad. Y que la Verdad se manifiesta en el momento que uno empieza a verse tal cual es y es capaz de morir a su pobreza y vejez para nacer a la luz y limpieza de la pura verdad convirtiéndose, tras su propia Pascua, de un hombre viejo y caduco, en un hombre nuevo y eterno.

Siempre nos será, por todo lo reflexionado más arriba, más difícil predicarte a ti mismo y a los tuyos que abrirte a lo que viene de fuera. Existe un peligro, que, por esa influencia, te veas persuadido y confundido. La verdad nace de nosotros mismos, de un encuentro personal, interior, de la propia película de tu vida, no vista solo, sino acompañado del único que te puede acompañar y ayudar a comprenderla, a darle sentido.

De esa forma puedes comprederte, aceptarte y darte, a pesar de los rechazos, a testimoniar con tu propia vida y ejemplo, el Mensaje de Aquel con quien has sido capaz de ver la propia película de tu vida.

No permitas, SEÑOR, que cese en 
mi empeño de proclamar tu
Mensaje desde mi orígenes.

Dame la fuerza, la paz y la
sabiduría de no cesar de
perseverar en tal empeño
poniendo siempre mi
vida por delante. Amén.

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