sábado, 26 de marzo de 2011

SIEMPRE ES TIEMPO PARA LEVANTARSE (Lc 15, 1-3; 11-32)


Nunca es tarde para levantar tus ojos al PADRE que te espera y quiere. Ayer me confesaba un indigente drogadicto y enfermo del sida que ya no tenía remedio y que donde iba a ir en esta situación. Me apené bastante porque no entiendo como se puede tirar el tesoro más preciado y eterno por unas monedas que te darán una ración de felicidad enfermiza, caduca para volver a empezar hasta tu total destrucción.

Se lamentaba de su equivocación, pero no se levantaba, permanecía en la ceguera de no ver el tesoro a su lado que le dará la vida y el gozo eterno. No me dio tiempo, interesado en recabar algunas monedas de personas que salían en esos momentos de la iglesia, de decirle que hubo un ladrón, condenado a muerte por ese delito, que en los últimos momentos de su muerte, ya estaba todo perdido, levantó la mirada y encontró el verdadero tesoro, la Verdadera Droga, que nos embriaga en un gozo eterno.

A la pregunta que me había hecho: Ya he gastado toda mi vida en esta basura, ¿qué voy hacer ahora? Le respondí: "Levantarte y vivir dignamente los años que te quedan, como una persona en la presencia de DIOS". Siempre hay tiempo para levantarse.

La Palabra de hoy me llena de gozo, pues ayer no sabía que hoy el SEÑOR nos iba a hablar del gran amor que nos tiene. De la paciencia infinita con las que nos espera y de la Misericordia que nos brinda hagamos hecho lo que sea. Somos siempre sus queridos hijos y hasta que no le neguemos definitivamente, siempre estará mirando el horizonte a ver si nos ve aparecer.
¿Y qué decir del hermano mayor? ¿No representa también, en cierto sentido, a todos los hombres y todas las mujeres, y quizá sobre todo a los que lamentablemente se alejan de la Iglesia? La racionalización de su actitud y de sus acciones despierta cierta simpatía, pero en definitiva refleja su incapacidad de comprender el amor incondicional. Incapaz de pensar más allá de los límites de la justicia natural, queda atrapado en la envidia y en el orgullo, alejado de Dios, aislado de los demás y molesto consigo mismo. (Benedicto XVI. Discurso al cuarto grupo de obispos de Canadá en visita "ad limina" lunes 9 de octubre de 2006)
 
El amor desinteresado del Padre no puede dejarnos indiferentes. Esforcémonos por amar como el Padre amó, sin importar que nuestro orgullo se sienta herido, y que la justicia humana no se cumpla. Porque en esto consiste el verdadero amor, en amar a los que no corresponden, aún más, a los que nos hacen injusticias. Llevemos este mensaje gozoso a los demás, y empecemos a instaurar la civilización del amor a partir de hoy en nuestro día ordinario.

¡Jesús, gracias por permitirme gozar
un poco de lo que es tu caridad! 
Espero que me ayudes a llevar
a la práctica este hermoso
y difícil mandamiento
que es el amor. 
 
Nunca permitas que yo te falle. 
Y si te llegara a fallar, 
nunca me abandones
a mi suerte. Amén

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