jueves, 7 de abril de 2011

EN BÚSQUEDA DE CRISTO (Jn 5, 31-47)


Lo tenemos delante y no lo queremos ver, porque ahí está. No queremos verlo porque anteponemos otras cosas que, caducas, nos engañan aparentando ser lo que queremos encontrar. Tenemos testigos que nos hablan de ÉL, pero tampoco hacemos caso. Nos ocurre igual ante los consejos de nuestros padres y verdaderos amigos, no hacemos caso porque nos dejamos cegar por la mentira y lo falso.

El testimonio de Juan que prepara su venida, las obras del PADRE que se manifiestan en ÉL y la sagradas Escrituras son manifiestaciones palpables que nos hablan de su existencia y de su misión Divina. "Este es mi HIJO amado, el predilecto, escuchadle". El Benedictus (Lc 1, 68.79) es una profecía de lo que va a suceder 30 años más tarde, y que tiene su cumplimiento en la proclamación del Juan Bautista en el desierto y de JESÚS que irrumpe en la vida pública del pueblo de Israel.

EL PADRE DIOS nos suscita una fuerza de salvación (JESÚS) en la casa de David, su siervo, según lo había predicho desde antiguo por boca de sus santos profetas. Y todo tiene su cumplimiento en la hora prevista. JESÚS es señalado como el HIJO de DIOS para salvar el mundo. Pero nuestros corazones están apegados a otras salvaciones con minúsculas que en apariencias nos resultan más creibles que la presencia de JESÚS.

Buscamos seguridades en las Escrituras y explicaciones que nos satisfagan y nos den razones para creer, y perdemos la vista de la Verdadera Razón:  JESÚS de Nazaret, porque ÉL es El Camino, la Verdad y la Vida. Las Escrituras no hacen otra cosa que hablar de ÉL. Y sólo en ÉL podemos encontrar la luz que nos ilumine para comprender y aceptarle. Porque será ÉL quien nos de la sabiduría, la fortaleza y la paz necesaria para descubrirle.

Cristo sabe lo que hay en cada uno de nosotros. Él conoce de sobra nuestras debilidades, nuestros pecados, nuestras limitaciones. A Él no le escandaliza esto de nosotros, pero lo que más le duele es que, siendo conscientes de nuestras flaquezas, no acudamos a pedirle su ayuda. Si supiéramos el amor que arde en su Sacratísimo Corazón por cada uno de nosotros, no podríamos menos que sentirnos morir de amor por Él. Los santos lo han experimentado así, primero sus debilidades y luego la necesidad de fuerzas para poder ir a Dios. Es Él quien nos da las gracias para conocerle, pero hay que querer primero y Cristo hará el resto.

Del mismo modo, Dios obra maravillas y milagros a cada momento, en las vidas de cada ser humano, pero por nuestra falta de fe, nos es difícil descubrirlo. Por eso Cristo nos pide que lo busquemos con un corazón sencillo y que confiemos en Él, porque aun en las Sagradas Escrituras, todo se refiere a Jesús como nuestro Maestro, Guía y Redentor. La Iglesia nos enseña cuáles son los medios para encontrar a Cristo, sobre todo en los sacramentos y, en definitiva, dejándonos amar por Él, quien nos irá llevando con su mano paternal.
 
Deja, SEÑOR, que se encienda mi fe
y sea capaz de verte y escucharte 
sin importarme las razones que
interpone mi mente para 
impedirme verte.
 
Haz, SEÑOR, que todo mis ser te
acoja y acepte como la única
verdad que alumbre mi
vida sin miramientos
ni distracciones. Amén.

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