viernes, 15 de abril de 2011

LA VERDAD SE NOS ESCONDE CUANDO LA MIRAMOS CON OJOS DE SOBERBIA (Jn 10, 31-42)

Intentaron detenerlo, pero se les

JESÚS habla en parábolas para hacerse entender, pero así y todo muchos no entendían porque sus oídos y ojos se cerraban a la verdad. No hay cosa peor que querer entender lo que a uno le interesa querer entender y oír. Y eso ocurre mucho en nuestra vida.

Un ejemplo lo aclara mejor. Ocurre mucho, yo al menos lo observo, que cuando estamos viendo un partido de fútbol, todas las faltas que pitan contra el equipo de nuestra simpatía son errores del arbitro, y, al contrario, todas las que son contra el equipo contrario nos parecen correctas. Nos cuesta mucho entender y verlas tal como son, y que, exceptuando las posibles equivocaciones, no aceptamos la verdad aunque la tengamos delante.

De la misma forma, toda aquella gente no podía admitir que JESÚS, un simple hombre galileo fuese el HIJO de DIOS. El admitirlo les suponía rebajar su estima y suficiencia a un pobre galileo sin nombre. Y encima, reconocerlo como HIJO de DIOS era ya el colmo. Por lo tanto, sin más razonamiento trataban de apedrearlo.

Sabían lo que decía, pues lo condenaban porque se hacía pasar por HIJO de DIOS. Por lo tanto le entendían, pero no aceptaron sus palabras. Les suponía mucho rebajarse y salir de sus apetencias y apegos. Igual nos puede estar pasando a nosotros ahora, en estos momentos. No estamos, quizás, mas cerca de ÉL por cumplir, por participar en la liturgia y por afirmarlo. Lo estaremos en la medida que amemos y sirvamos, porque eso fue lo que ÉL hizo, y para lo que vino. Esas fueron sus obras, las que vieron pero no hicieron.

Abre mis ojos, SEÑOR, y dame la 
valentía de poner todas mis 
fuerzas y voluntad a tu
servicio.

Que mis palabras no sean huecas,
sin señales, sin rastro. Todo lo
contrario, que estén llenas
de señales de amor y 
de buenas obras. Amén.

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