martes, 24 de mayo de 2011

NADA NOS QUITE LA PAZ (Jn 14, 27-31)

Les dejo la paz, mi paz les...

En el SEÑOR encontramos la paz que nos sosiega y nos da seguridad y tranquilidad. Es una paz que nace de sabernos victoriosos sobre nuestras pasiones e inclinaciones mundanas. Es una paz que nos libera de nuestros egoísmos y sentimientos pecaminosos. Es una paz que, a pesar de padecer enfermedades, insultos, traiciones, mentiras...etc., nos llena de esperanza y de serenidad.

Nuestra paz, la paz verdadera, la que todos buscamos, muchos sin saberlo, es la paz que nace y germina en nuestro interior, en nuestra alma, y nos llena de gozo sereno, contenido y satisfacción. No se trata de la paz egoísta de no estar en guerra para que nadie amenace mis propiedades o pertenencias; no se trata de la paz de no ser molestado ni peturbado por otros; no se trata de la paz tal y como la entiende este mundo, sino se trata de la paz que nace del tomar conciencia de sabernos hermanos y amados por un mismo PADRE.

Se trata de la paz que surge del amor de unos hacia otros, de la aplicación de la justicia igualitaria tanto para mí como para los demás. La paz de los derechos que nace de la dignidad de ser todos hijos de un mismo PADRE. La paz de la tranquilidad de conciencia de sabernos en buenas manos y de ser buenos hijos.

Haz, SEÑOR, que sepamos comportarnos como
verdadero hijos y, en consecuencia, como
verdaderos hermanos, para que de 
esa forma brille la verdadera 
paz entre todos nosotros.

La Paz que nace de reconocerte como
verdadero PADRE, en tu HIJO JESÚS,
y de sabernos todos hermanos en
ÉL, con ÉL y por ÉL. Amén.

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