martes, 2 de agosto de 2011

DEL CORAZÓN DEL HOMBRE AL CORAZÓN DE DIOS (Mt 15, 1-2. 10-14)


Ser ciego es no querer mirarse interiormente y descubrirse ansioso de búsqueda de felicidad y de gozo eterno. Ser ciego es aferrarse a las cosas caducas de este mundo que sólo te ofrecen una felicidad temporal y aparente, pues a poco que pasa unos instantes te descubres vacío e insatisfecho.

Si nos adentramos en las profundidades de nuestro corazón todos encontramos el mismo deseo: "Queremos ser felices". Pero, ¿dónde y cómo puedo encontrar esa felicidad que busco? Y, por otra parte, esa felicidad que busco ha de ser eterna, para siempre, pues si no es así no me satisface plenamente. Sólo lo infinito me y nos sacia.

Y ese deseo sólo se puede encontrar en lo Infinito y eterno. De modo, que sólo en la medida que busque en quien me ha dado esa respuesta de Amor Infinito, y me lo ha revelado en su HIJO JESÚS, encontraré lo que realmente busco. Por lo tanto, abrir los ojos y mirar la verdad que se me descubre es escuchar la Voz de quien me habla y me enseña.

Dentro de mí es donde se encuentra la verdad o también el error. Fuera está la materia de la tentación, pero sólo dentro es donde se encuentra el error, el pecado, la fábrica que transforma la verdad limpia en pecado oscuro y contaminado. Por lo tanto, lavemos nuestro interior, nuestro corazón para que, mirándonos en él, podamos ver la luz y no quedarnos en la oscuridad.

Cuando intento, ciegamente, apoderarme de la verdad siguiendo mis propias huellas es cuando me ciego y me cierro a la verdadera verdad que me habla y me señala el camino que debo tomar.

Aparta de mí, SEÑOR, ese orgullo farisaico de creerme
en posesión de la verdad y de rechazar todo aquello
que viene de TI.

Haz que sepa darme cuenta que sólo TÚ tienes Palabra
de vida eterna y siguiendo tus enseñanzas es como
encontraré el Camino, la Verdad y la Vida. Amén.

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