viernes, 9 de diciembre de 2011

¿POR QUÉ NO ABRIMOS LOS OJOS?

Se parece a los chiquillos que, sentados en las plazas, se gritan unos a ... (Mt 11,13-19)

Estamos ciegos y hasta sordos sometidos por nuestros egoísmos. Necesitamos enfrentarnos a nuestra avaricia y a nuestros autoengaños para darnos cuenta que en el desprendimiento de desidentificarnos de todo eso es donde podemos encontrar al SEÑOR.

Dios viene al encuentro del hombre, pero el hombre —particularmente el hombre contemporáneo— se esconde de Él. Algunos le tienen miedo, como Herodes. A otros, incluso, les molesta su simple presencia: «Fuera, fuera, crucifícalo» (Jn 19,15). Jesús «es el Dios-que-viene» (Benedicto XVI) y nosotros parecemos "el hombre-que-se-va": «Vino a los suyos y los suyos no le recibieron» (Jn 1,11).
 
Sólo cuando seamos capaces, sin miedos y en total confianza, de desapegarnos de todo lo que nos contamina e impide vaciarnos de apetencias y egoísmos, estaremos permitiendo que el Niño de Belén nazca en nuestro corazón.

Así de simple, pero así de difícil y duro. Porque se hace necesario un ejercicio de renuncias, de martirios, de luchas, de sacrificios, de entrega, de incomodidades, de todo aquello que nos apetece y nos instala en nuestras satisfacciones que fortalecen nuestra avaricia y nos pierden.

Posiblemente, por eso huimos, nos escondemos, lo rechazamos... No le dejamos nacer, y menos dentro de nosotros. ¡Qué nazca en otros, pero no en mí! Eso me conviene, para que sean otros los que me sirvan. Yo a lo mío, a vivir mi vida de acuerdo con mis apetencias.

Te pido, SEÑOR, desde lo más profundo
de mi corazón, que me des la
sabiduría y la fuerza de
desidentificarme de
todo aquello que
me impide
dejarte 
nacer en mí. Amén.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.