jueves, 15 de diciembre de 2011

¿QUÉ SALISTEIS A VER EN EL DESIERTO?

(Lc 7,24-30)

¿Cómo es la realidad?, ¿acaso es hermosa, fácil, cómoda, siempre buena, misteriosa, dura, difícil, peligrosa, temerosa, enfermiza, sufrida, siempre mala, traicionera, dudosa...etc?

Creo que convergeremos en que hay de todo, y para todos. Nadie se salva de experimentar muchas de estas u otras cosas que, en algún momento de nuestras vidas se hacen presente. Bien sea a través de la alegría o del dolor. Todos nos alegramos pero también padecemos.

Necesitamos y deseamos ardientemente liberarnos de todo esto, y esperamos alcanzar el estado de estar siempre alegres, es decir, felices eternamente. Pero, ¿cómo lograrlo? Esa es la pregunta y la cuestión. No cabe duda que los efectos tienen sus causas, y la felicidad es el efecto que causa el haber encontrado la paz y la salvación.

Y eso no se encuentra en la vida fácil, en los palacios, en la comodidad que pueden dar las riquezas y el poder... Se encuentra en el desierto de nuestro propio yo, en lo más profundo de mi interior, en el pozo de lo más hondo de mi corazón. Allí está el secreto de elevar el agua a la superficie de mi vida e irradiar vida y alegría eterna.

No busquemos, pues, en las cosas la vida eterna. Miremos al desierto de nuestras penas y sacrificios, que están y tendrán que venir, porque, afortunadamente, en ellos se encuentra la vida y la felicidad eterna. Pero miremos sobre todo a JESÚS, es a ÉL a quien hay que buscar, buscarlo en la Cruz porque es ahí donde nos ha redimido y en donde encontraremos las fuerzas y el perdón.

No, SEÑOR, no te puedo encontrar en los palacios,
en las comodidades, en las riquezas ni en
la vida fácil. TÚ no naces ahí, porque
ahí no está la vida sino la 
muerte.

La semilla necesita pudrirse y morir en lo más 
profundo de la tierra, porque es ahí
donde dará los frutos que nos
dan la vida. Amén.

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