miércoles, 14 de diciembre de 2011

¿ A QUIÉN ESPERAMOS?

Lucas 7, 19-23

Esa es la cuestión que subyace dentro de cualquier ser humano, ¿a quién esperamos, y qué esperamos? Porque es indudable que el ser humano piensa y espera algo, algo que de alguna forma está estrechamente relacionado con su felicidad y eternidad.

Y su felicidad pasa por liberarse de toda esclavitud que le ata y le somete, como pasiones, sufrimientos, enfermedades, discapacidades...etc., pero sobre todo de la inevitable muerte. Una muerte que lo condene a la desaparición, a la nada. Su felicidad anhela vivir en la alegría del gozo de la juventud eterna.

Por eso, JESÚS, a la pregunta de si es el enviado o hay que esperar a otro, responde con el testimonio de la evidencia que ven sus ojos: «Id y contad a Juan lo que habéis visto y oído: Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, se anuncia a los pobres la Buena Nueva; ¡y dichoso aquel que no halle escándalo en mí!».

Porque el hombre y la mujer esperan precisamente eso, vencer la muerte no por un tiempo sino para siempre. Y eso pasa por resucitar una vez terminada esta vida. De ahí nace la enorme preocupación que el hombre tiene por descubrir el origen de la creación del mundo. Quiere dar respuesta a sus orígenes y saber qué le espera y a dónde va.
Por eso, se hace hora de preguntarnos donde tengo puestas mis alegrías, porque según sean mis esperanzas, serán mis alegrías. JESÚS nos lo ofrece, no sólo de palabra sino con hechos, para que veamos y depositemos en ÉL nuestra confianza. ÉL siempre va a estar y nunca fallará.

Sé, SEÑOR, que en mi camino hay lagunas, tierras
movedizas, pantanos y muchos peligros, pero
sé también que tu Palabra es eterna
y nunca falla.

Dame la Gracia de confiar siempre en TI, y nunca
perderme en la desconfianza y en la duda
de esperar en otros u otras cosas 
la salvación que TÚ me
ofreces. Amén.

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