lunes, 27 de febrero de 2012

CASTIGO ETERNO O VIDA ETERNA

Mateo 25,31-46. «Cuando el Hijo del hombre venga

Lo que deja muy claro que hemos sido creados para la eternidad. Nuestra vocación es eterna y esto explica que la muerte es solo un paso hacia la vida. Por lo tanto, la vida en esta tierra es un paso para la verdadera vida, que es la eterna.

Y como paso que es, nadie debe interrumpirla, no porque la puede quitar, porque seguirá existiendo, sino porque al hacerlo pierde la suya propia. El derecho a la vida se desprende de la propia dignidad de la naturaleza humana que nos impide matar. Está desde el principio en la ley de Dios, los Mandamientos. Es, por lo tanto, un derecho de Ley Natural.

Pero esa vida eterna no se gana de cualquier manera. Solo hay un camino, y todos sabemos cual es: el camino del amor. Amor que se hace visible en nuestras relaciones con los demás. Porque de nada vale hablar, prometer derechos, adquirir compromisos, buenas intenciones y bla, bla, bla... y todo quedar en simples apariencias.

Por eso, amar es servir, es ponerse en el lugar del otro, es compartir, vestir, visitar... es asistir, es comprender, es esperar, es permanecer en silencio, llorar, alegrarse y estar con los que sufren y se alegran en la verdad. Son palabras del mismo Jesús, que Él, primero que nadie, llevó a su vida y puso en práctica.

No cabe ninguna duda que asumir esto nos pone los pelos de punta, porque se hace difícil llevarlo a la vida. Tampoco cabe ninguna duda que se trata del Tesoro que todos buscamos, y que lo bueno vale y cuesta. Pero no hay otro camino, y si queremos seguirle y estar a su derecha el día señalado, debemos empezar a vivir su Palabra.

Sé que es muy difícil. Yo soy el primero que no lo cumplo, pero también sé una cosa: Él lo sabe, y sabiéndolo me lo ha prometido, me quiere y confía en mí. Por eso, yo debo confiar en Él y dejarme guiar por el Espíritu Santo en la confianza y seguridad que con Él podré lograrlo. Por eso, solos no, pero en Él y todos juntos, la Iglesia, podemos ser dichosos de estar ese día a su derecha.

Otra cosa que me ayuda es darme cuenta que Él, Jesús, sale de su Casa, deja su condición divina y haciéndose hombre igual que yo menos en el pecado, entrega su vida al escarnio, gasta todo su ser hasta una muerte de cruz sin ninguna garantía de que sirva de que yo le responda y me deje rescatar. ¡Dios mío!, ¿tanto valgo para Ti? ¿Y no voy a responderle? ¿Me voy a quedar quieto? ¿Y, además, teniendo la promesa de la asistencia del Espíritu Santo?

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