sábado, 10 de marzo de 2012

¿DÓNDE ME ENCUENTRO YO?

Lucas 15, 1-3.11-32. En aquel tiempo, se acercaban a Jesús todos los ...

Porque puedo estar fuera de la Casa o con ganas de marcharme, o dentro, pero no a gusto y con más ganas de irme que quedarme. O, al menos, con la duda qué hacer.

Está parábola, creo que es, si no la más importante, sí una muy importante, porque revela cómo nos quiere nuestro Padre Dios y qué está dispuesto a hacer por cada uno de sus hijos. Para empezar diré que, aunque tarde, pues el tiempo se me ha escapado hoy, me sorprende encontrarme con esta hermosa parábola hoy. No me había percatado de el Evangelio de hoy, incluso habiendo celebrado ya la Eucaristía correspondiente al domingo.

Nuestro Padre Dios, como Padre, nos creado y nos ha dejado un hermoso paraíso para vivir en él eternamente. Nos ha creado para que fuésemos felices, y nos ha hecho pareja, hombre y mujer. Se ha comprometido con la pareja, en unión esponsal para que fuésemos los generadores de vida y formásemos familias.

Pero, el hombre y la mujer, han rechazado esta oferta, no han queridos los planes de su Padre, y lo han dejado plantado. Se han marchado de casa. Y han querido vivir un mundo a su manera, según sus proyectos, y todo está dicho... Así les ha ido. Vemos alrededor como estamos y nos perdemos en una vida sin sentido y sin futuro. ¡Cuanto mejor nos estaríamos en Casa del Padre! Allí éramos eternamente felices.

Y empezamos a pensar en querer volver. En la parábola, ese hijo volvió, y experimentó como lo trató su padre. También observamos cómo se puso su hermano mayor. Ambas actitudes nos enseñan que es posible volver. Nuestro Padre nos va a recibir con los brazos abiertos y el corazón inundado de Amor y Misericordia. Pero no es fácil el camino, en él tendremos que morir a muchas cosas, y renunciar a muchas propuestas que nos llevaran al final a la pocilga de los cerdos.

También, encontraremos muchos hermanos mayores que nos prohíban entrar, que trataran de recordarnos nuestros pecados, y tirárnoslo en cara. Se alegran de que nos dejen fuera, y de que no tengamos perdón. Se olvidan de que todo lo que tienen no es de ellos, que son regalos de sus padres. Piensan que tienen derecho porque son cumplidores, pero sin amor ni compasión. Cobran lo que ellos reciben gratis. Se consideran mejor por ser hijos y no siervos, como si eso fuera un mérito o derecho de ellos. Se vuelven ciegos porque quieren hacer las cosas según sus criterios. Son los hermanos mayores.

Creo que lo importante es reflexionar sobre todo lo que soy y tengo, y que mi Padre me lo ha regalado para que recupere ese primer plantón que le he dado. Con la muerte pasaré el dintel de la puerta de la Casa de mi Padre, y lo veré allí, con los brazos abiertos en actitud de espera y Misericordia.

Debo, pues, regar el camino que me conduce a la Casa, de amor y perdón, porque esos son los frutos que más le gusta a mi Padre.

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