lunes, 25 de junio de 2012

¿CÓMO ME ATREVO A JUZGAR?

Mateo 7,1-5. No juzguen, para no ser juzgados...


Porque por mucho que sepa, nunca tendrá todos los elementos y el conocimiento suficiente para poder juzgar a otro. Por eso, las sentencias, en los juicios, no son todo los justas que deberían ser, porque, se podrá en algunos casos considerar la culpa de alguien de forma objetiva, pero nunca sabremos subjetivamente por qué ha pasado eso.

Solo Dios llega a entender y conocer el fondo más íntimo del corazón humano. Solo Dios sabe justamente el por qué de las últimas intenciones del hombre. Y, sin embargo, todavía, de una manera indiferente, ligera y natural me atrevo a juzgar a cualquiera.

Tomar conciencia que en la medida que juzgue, seré juzgado, podrá ayudarme a detener mi mente y a evitar juzgar a otra persona. Saber que todo lo que evite juzgar será evitado en mi propio juicio, y que todo lo que perdone me será perdonado, constituirá la mejor manera de acallar mi lengua y de encadenar mi mente, porque mis faltas y mi juicio estarán llenos de la Misericordia de Dios.

Nada más oportuno que pedirle al Señor que me de las fuerzas que necesito para no juzgar y poder perdonar. Y pedirle perdón por todos mis juicios, hechos de forma ligera, sin caer en la cuenta o creyendo que tengo derecho a hacerlos.

 

1 comentario:

  1. Esto me sucede también a mí, conozco muy bien, pues he leído y oído tantas veces que el Señor me dice, que de la misma medida que mido, seré medido, de la misma medida de mis juicios también seré juzgado.

    Hemos de vigilar con todos los detalles nuestro propio interior. Es verdad, que cuando vemos u oímos alguna cosa, donde sea, en la calle, en la televisión, en el mercado, etc. si nos descuidamos, ya dejamos entrar en nuestra casa, en nuestro interior, lo que no es justo.

    Los Santos Padres, cuando fueron llamados a la conversión y salvación, huían de las ciudades, para adentrarse en los desiertos, para evitar todos los peligros que pudieran dificultar su relación con Dios. Pero cuando el número de monjes, crecían, algunos de ellos, también caían en murmuraciones y juicios, pues el tentador siempre busca hacer daño a los hijos e hijas de Dios.

    Si el tentador quiere hacernos caer en esa tentación, es preciso comenzar la oración, con la mirada y el corazón fijo en Dios. Pues a veces cuando oramos, sin darnos cuenta, caemos en juicio, como también me ha sucedido, pero en el momento que nos damos cuenta, ya lo evitamos, con todas nuestras fuersas.

    Estas reflexiones, como la que compartes, también la necesito, pues recordándolo de tiempo en tiempo, y así no damos ocasión al enemigo de las almas sobre nosotros.

    Yo cuando he escrito alguna cosa, me avuergüenzo, porque aquello que parecía un bien, no llega a serlo a los ojos de Dios, porque yo no soy nadie para juzgar a mis hermanos, y lo he hecho y me arrepiento.

    Pero como enseña San Pablo: « pero donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia» (Ro 5, 20).Y la Misericordia de Dios está por encima de mis pecados, y ese amor de Dios, también la tengo que extender hacia mis hermanos, y en vez de juzgarles, mejor es orar por su conversión. Con los años que han pasado, ya veo las cosas de distinta manera. La falta de oración, es lo que me hacía caer en esos juicios; sin caridad. Pero si buscamos una medida, será la de nuestra oración según Cristo Jesús.

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