viernes, 3 de agosto de 2012

ENTRE LOS TUYOS NO TIENES VOZ NI VOTO

 - Evangelio según San Mateo 13,54-58. Y, al llegar a su pueblo, ...
Suele suceder esto, y lo experimento en mi propia persona. En mi casa nadie lee ni le importa mis humildes reflexiones, ni tampoco nadie valora si hago algo bueno, pero sin embargo, todo aquello en lo que caigo o fallo me es tenido en cuenta y valorado negativamente.

Quiero significar que me cuesta mucho en mi casa y entre los míos ser valorado como cristiano, porque mis actos son mirados con lupa y desvalorados cuando están hechos desde el amor, pero sí valorados cuando son hechos desde mi propio egoísmo. Sin embargo, es una gracia de Dios esa oportunidad para exigirme más cada día y para vivirla con paciencia y como cruz.

De ahí la importancia de la comunidad, porque solo en ella tenemos la circunstancia santificante y la oportunidad para crecer en gracia y santidad por la Gracia de Dios.

Falla la comprensión y la aceptación de nuestras propias limitaciones. No se nos perdona nuestras caídas, pero tampoco se nos tiene en cuenta nuestros buenos actos. Estamos condenados de antemano. Y, desde mi humilde opinión, creo que a Jesús le sucedió eso. Era Jesús el hijo del carpintero, y como tal nada especial debía tener.

Su sabiduría y prodigios no se asimilaban como venidas del Hijo de Dios vivo. Era uno del pueblo, y del pueblo nada extraordinario podría salir. ¡Sí fuera de otro lugar!

Igual nos ocurre hoy, nuestras mentes están cegadas ante cualquier manifestación de la Obra de Dios, y aunque se nos presentase un familiar o conocido muerto, no lo creeríamos. Bien lo dice el Señor en la parábola del rico Epulón.

¿Es qué no es un milagro la vida, el amanecer de cada día, el deseo del bien y el amor común a todos los hombres? ¿Es qué no es un milagro de la presencia de Dios ese deseo interior de ser eterno y feliz? ¿Y no es más milagro todavía tener esa propuesta de salvación por un Padre que ha entregado a su Hijo a una muerte de cruz por la salvación de cada uno de nosotros?

Pidamos al Señor descubrir su presencia cercana a nosotros en cada acontecimiento que nos rodea cada día, y darnos cuenta que solo en la vivencia de su amor seremos capaces de alcanzar esa felicidad eterna que es vivir a su lado. Amén.

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