viernes, 11 de enero de 2013

NADIE PUEDE DAR LO QUE NO TIENE

Lc 5, 12-16


Por mucho que me empeñe en transmitir una idea, si esa idea no la hago primero mía, nada conseguiré. Transmitir, contagiar o dar a conocer algo implica primero que ese algo a transmitir sea conocido y vivenciado por mí. Sólo aquello que se vive y se nota se transmite.

Un enfermo da a conocer la sabiduría de su médico mostrando su salud y recuperación de tal enfermedad que le poseía. Sin la muestra y el testigo muy poco se puede convencer y transmitir. Desde esa perspectiva, si quiero transmitir y dar a conocer a Jesús, primero tengo que conocerlo, pero sobre todo, y en la medida de irlo conociendo, vivirlo.

El leproso que hoy nos descubre el Evangelio dio testimonio de su curación, y en consecuencia extendió la fama de Jesús por toda la región. ¿Cómo puedo hacer yo lo mismo? Primero contando con su Gracia, y luego tratando de dejarme conducir por el Espíritu Santo.

 ¿Y qué es dejarse conducir por el Espíritu Santo? Humildemente, creo que abandonarse en sus Manos y confiados a su acción intentar amar cada instante de mi vida. Esforzarme en amar en los diversos momentos que cada día se suceden a mi alrededor: la familia, el trabajo, el vecino, el amigo...etc. 

No es fácil, pues discernir qué debo hacer esconde el gran problema y escollo a salvar. Porque muchas veces habrá que negarse, otras solidarizarse, y otras pasar de largo. No lo sé, pero para eso está el Espíritu Santo, y a Él hay que encomendarse. Jesús nos enseña a retirarnos y orar, y a contar en todos nuestros actos con la colaboración del Espíritu.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.