domingo, 10 de marzo de 2013

EL MISTERIO MISERICORDIOSO

(Lc 15,1-3.11-32)

Es verdad que no se puede negar la dificultad que conlleva el tener que perdonar. Pero sobre todo, perdonar al enemigo, porque al amigo siempre nos será más fácil. Sin embargo, cuando miramos para arriba y reflexionamos un momento, nuestra actitud puede cambiar. No por nuestras fuerzas, sino por las del Espíritu Santo, que nos infunde el valor y la humildad necesaria para ahogar nuestra soberbia y suficiencia.

Ser consciente que Dios me perdona a mí, innumerables veces, con una paciencia ilimitada y gozosa, me da esperanza y fuerzas para intentar yo también perdonar. Morir por defender mi dignidad de hombre, de forma voluntaria y siendo el hombre más poderoso del mundo, deja asombrado y perplejo. Muchos hombres se han rendido inexorablemente ante Jesús contemplando su humildad y pobreza, y asombrados por no hacer uso de su poder.

Mover multitudes, hacer curaciones, ser el Hombre más leído, más admirado, intachable y seguido, llena de admiración, pero, no usar ningún poder y someterse a la obediencia de la ley de su tiempo, deja aún más perplejo y sorprendido. ¡Y todo por amor a los hombres! Hoy en la parábola del hijo prodigo, Jesús nos descubre hasta donde llega el Amor de nuestro Padre Dios.

Siéntense cómodamente, ofrezcan al Señor 30 minutos de su tiempo, y reflexionen en silencio y en escucha lo que el Señor nos dice. Es muy poco ante tanto que recibimos.






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