lunes, 4 de marzo de 2013

¿VENDRÍA EL SENOR A MÍ?

(Lc 4, 24-30)

Es una pregunta que me hago, porque quizás el Señor, como ocurrió con la viuda de Sarepta de Sidón, o el sirio Naamán, no se acercaría a mí, sino a otros que aparentando estar más lejos, están más cerca del Señor que yo. Y no lo digo por llamar la atención, ni por presumir de humildad o pecador.

Simplemente, lo comparto, porque no lo sé. No sé si mis esfuerzos son los deseables; no sé si mi actitud es la actitud que debo tener; no sé si cultivo y abono mi higuera particular y recojo los frutos al cien por cien de lo que pueda dar, o me limito a cumplir con el tramite de dar lo que me pidan, pero no todo lo que puedo.

No se trata de dar frutos, sino de dar todos los frutos, al limite de tus posibilidades. No se trata de dar cosecha, sino de dar siempre la mejor cosecha. Es dar algo más, es darme yo mismo como fruto. Y eso me parece que no lo estoy dando. Al menos tengo mis serias dudas. Sin embargo, es lo que quiero dar, y no desespero. Es más, confío y espero en el Señor que me transforme, me enseñe todas las capacidades que me ha dado, y refuerce mi voluntad para ponerlas a su servicio.

2 comentarios:

  1. Suscribo tu reflexión, Salvador. Yo me pregnto lo mismo, porque si me examino e intento ser sincera, siempre veo que hay mucho, muchísimo más que podría ofrecer. Que estas reflexiones nos sirvan para, al menos, ponernos en camino.Un abrazo!

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  2. Cada día, en la medida que intentas acercarte más al Señor, experimentas más tus miserias. Me asusta ponerme delante del Señor, no solo por miedo, sino por vergüenza de mis ofensas y pecados.

    Siento defraudarle y no responderle. Pero, al mismo tiempo, también siento su Misericordia, su generosidad, su amor.

    El Evangelio de mañana me da mucha esperanza. Aunque es difícil, experimentas que con su Gracia puedes lograrlo. Perdonar es la cuestión, y perdonando...

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