viernes, 22 de marzo de 2013

Y TODAVA,Í HOY, SON MUCHOS LOS QUE NO LE CREEN

(Jn 10,31-42)


Esa es la pura y triste realidad. El hombre se obstina en creer que Jesús de Nazaret es el Hijo de Dios. Se obstina de tal manera que, aún viendo sus obras y su Resurrección, su corazón continua cerrado a creer que es el único y verdadero Hijo de Dios.

El hombre está abierto a todo lo que le dicen. Cree en aquello que, sin ver, la historia universal le transmite y le cuenta. Lo cree por la lectura, por los libros de historia, por el testimonio de investigadores que, a pesar de supuestas deducciones, convienen en determinados hechos que dan por hecho. Sin embargo, creer que Jesús de Nazaret resucitó por el testimonio de los apóstoles, a quienes se le apareció Jesús después de su muerte, es harina de otro costal.

Y el motivo, entre unas cosas u otras, está en que creer a unos no compromete nada, luego da lo mismo, y creer en Jesús compromete tu vida y le exige cambiar. Vivir el amor y amar a los más necesitados y pobres exige ser pobre y necesitado. Y eso esconde una lucha interior contra tu mismo, contra tu propio egoísmo. Se hace duro y difícil. Para mí también, pero negarlo sería autoengañarnos y ponernos una venda en los ojos. Tarde o temprano llegará la verdad.

Creo que el verdadero camino está en creerlo con esperanza. Primero, porque es lo que realmente queremos y buscamos: "Jesús nos busca por amor, y nos ofrece precisamente lo que queremos: eternidad gozosa y feliz". Y segundo, porque Él nos promete no dejarnos solos. Nos ofrece su ayuda y su fuerza para vencer nuestro propio egoísmo y salir victorioso. Simplemente, se trata de confianza y fe.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.