martes, 11 de junio de 2013

EL VALOR DE LA SAL Y LA LUZ


(Mt 5,13-16)

Es sabido por todos que un plato sin sal es una comida sosa, sin gusto y difícil de comer. Necesita de un esfuerzo añadido para poderla ingerir. Un plato de comida sin sal es un plato rechazable y no deseado. Igual podíamos extrapolar esta experiencia a la vida de la fe. Un cristiano sin una fe viva, demostrable, testimonial y visible no es un cristiano sino un aparente y mal cristiano. No sirve de ejemplo, y provoca la huída y el rechazo.

Jesús pone unos ejemplos que no se esconden a nadie. Son tan claros y expresivos que todos los entendemos. Nadie ignora la importancia de la sal para las comidas, hasta tal punto que cuando por prescripción facultativa nos la prohíben, se nos hace difícil afrontar la nueva medida. De la misma forma entendemos el ejemplo de la lámpara. No se entiende una lámpara oculta que no pueda lanzar sus rayos de luz al exterior para servir de claridad y alumbrar todo lo que le rodea.

Sal y luz son dos cosas que utilizamos en nuestro mundo con mucha frecuencia, y que son indispensables de no poder utilizarlas. Un mundo sin sal y sin luz sería difícil imaginárselo y difícil de soportar. De la misma manera, un cristiano que no sirva a modo de sal para salar su entorno de criterios evangélicos estaría descafeinado y no viviendo lo que es por su compromiso de Bautismo. Y, de igual forma, un cristiano que no sea luz y dé claridad a lo que el Padre Dios quiere de nosotros, estaría sembrando oscuridad y confusión.

Otra cosa es que partamos de nuestra condición pecadora, pero que dejemos y deseemos ser sazonados y alumbrados por la Luz del mundo, Dios Padre, que nos perdona y nos limpia. Es entonces cuando, por la Gracia de Dios, nos convertimos en sal y luz.

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