domingo, 16 de junio de 2013

QUEDARSE EN EL CUMPLIMIENTO

(Lc 7,36—8,3)


Ocurre que es lo más frecuente y también lo más fácil. Además, suele ser eficaz y dejarnos bien. Hablo de las apariencias, una forma de escondernos y parecer lo que no somos. Un día normal puede ser la asistencia, porque creo que no hay una participación celebrada, a la Eucaristía. Terminada esta y de camino a casa,  solemos olvidarnos de nuestra condición de hijos de Dios, de nuestro compromiso bautismal y de nuestro compromiso Eucarístico. De tal forma que actuamos según nuestros sentimientos y no con los sentimientos de Xto. Jesús.

Si no tratamos de llenar nuestro corazón, y para eso la Eucaristía es fundamental, de Dios, y vaciarnos de lo demás, siempre estaremos a medias y nunca nos entregaremos incondicionalmente en la tarea de amar. El Espíritu actuará en la medida que le dejemos espacio para actuar, y al parecer lo necesita todo. No puede haber un corazón dividido en pequeños estanques ocupados por otras cosas.

Cumplimos, pero todo queda en el cumplimiento. Es lo que hoy nos proclama la Palabra de Dios. Somos serios y buenos cumplidores, pero olvidamos las elementales e importantes normas de atención y cuidados hacia nuestro prójimo. De nada me sirve cumplir si no soy capaz de estar disponible, atento y sensible en la relación directa con mi prójimo.

A este respecto, la parábola del buen samaritano nos ayuda a comprender donde está verdaderamente el acento del compromiso Eucarístico. Sin ese compromiso llevado al compromiso de la vida de cada día, nuestras Eucaristías son banquetes muy parecidos al de este fariseo que comió con Jesús.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.