sábado, 19 de octubre de 2013

EN DEFENSA DEL SEÑOR

(Lc 12,8-12)

En lo más profundo del corazón de cada ser humano habita el deseo de dar la vida, si fuera preciso, por los suyos. Todos ansiamos y deseamos esperanzados ser padres o madres, y ese deseo implica darnos y entregarnos hasta la vida por proteger, cuidar y educar a nuestros hijos. Hay un nexo, no sólo de sangre sino de amor, que genera cercanía y convivencia.

Otra cosa es que, llegado el momento, seamos o no capaces de sacrificarnos y dar la vida. Sabemos que muchos, hombres y mujeres, la han dado en la defensa del Señor Jesús. Son los llamados mártires, que, precisamente, el domingo pasado fueron beatificados 522 en Tarragona. 

Hoy nos dice Jesús, nuestro Señor, que todo aquel que lo defienda delante de los hombres, será también defendido por Él ante los ángeles de Dios. Y, por el contrario, el que lo reniegue, será renegado ante los ángeles de Dios. Todos nuestros pecados, ante nuestro arrepentimiento, serán perdonados por la Misericordia de Dios. Sin embargo, cuando cerramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, nunca podremos ser perdonados, porque, precisamente, somos nosotros los que rechazamos ese perdón.

Si no dejamos al médico explorar nuestro corazón, jamás el médico podrá sanarnos. De igual forma, si rechazamos al Espíritu Santo, rechazamos el perdón misericordioso que nuestro Padre Dios nos regala. Dejemos, pues, abierto nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, y en Él acojamos la Vida de la Gracia que el Padre Dios nos da gratuitamente.

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