lunes, 4 de noviembre de 2013

ESÉÑAME A DAR SIN ESPERAR RECIBIR


Lc 14,12-14)

Por inercia, sin apenas tiempo para pensarlo, en décimas de segundo, cuando damos esperamos recibir. Es nuestra condición pecadora, humana, imperfecta, egoísta la que nos traiciona. No podemos evitarlo. Nuestros pobres criterios, no vemos más, exigen dar y recibir. Tanto doy, tanto recibo. Y nuestra jerarquía de valores se mide en base a esas dádivas.

De tal forma que, quien no tiene nada que dar, poco recibirá, y disimuladamente será excluido o apartado del grupo de los privilegiados. Y eso, también nos lo dice el sentido común, no es amor. Eso es egoísmo aunque nuestro lenguaje farisaico lo disfrace de amor. Jesús lo denuncia y hoy nos lo recuerda:

«Cuando des una comida o una cena, no llames a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a tus vecinos ricos; no sea que ellos te inviten a su vez, y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos».

No hay duda. Queda bastante claro, y lo entendemos todos. Se trata de amar sin esperar nada a cambio, y la mejor oportunidad para eso es dar a quien no te pueda pagar. Es la prueba del algodón porque ahí la apariencia brilla por su ausencia.

Recemos para que nuestros actos estén guiados por el verdadero amor, que no busca la conveniencia, sino el interés y bien del otro sin esperar nada a cambio.

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