lunes, 7 de julio de 2014

LA MEDIDA DE MI FE



(Mt 9,18-26)


Últimamente he tomado conciencia que la medida de mi fe no es ni grande ni firme. Hasta ahora no había reparado en esa observación. Siempre había pensado que tenía fe, ¡y lo sigo pensando!, pero no que mi fe fuese tan débil y pequeña, hasta el punto de ser muy fácil para Satanás arrebatármela.

Y me doy cuenta de esto ahora, al leer el Evangelio de hoy. ¿Cómo es posible que, tanto el magistrado como a la mujer que padecía flujos de sangre, fuesen escuchados y respondidos satisfactoriamente por el Señor, y mis peticiones, no? Supongo, y queda manifiesto, que mi fe no alcanza esa dimensión de la del magistrado o la mujer enferma.

O quizás que mis ojos estén cerrados y no quieran ver sino lo que ellos esperan y desean ver. Porque puede ocurrir, y seguro que ocurrirá, que mis peticiones son escuchadas, pero sólo concedidas aquellas que me convienen y sirven para sostenerme y perseverar en el seguimiento del Señor. ¿O es que he olvidado las veces que el Señor me ha sacado de sucumbir ante la enfermedad, el error o el pecado? ¿O he olvidado el bienestar y la unidad de mi familia? ¿O he olvidado la vida y, lo más importante, la fe, aunque pequeña, de permanecer en su presencia?

Quizás falten muchas cosas, y no pido para mí, sino para muchos amigos, matrimonios y familiares que se mantienen al margen de la fe. Quizás la fe de mis hijos no despierte, pero confío en el Señor y sé que Él me escucha, pero también sé que respeta la libertad que Él mismo ha dado a todos sus hijos. Quizás no sea el momento, ni sepa pedir, o esté esperando el Señor que primero de yo ejemplo y testimonio. 

Son muchas preguntas que dejo en tus Manos Señor y, como el magistrado o la mujer hemorroisa, camino a tu encuentro para pedirte que vengas conmigo y sanes a toda mi familia y amigos.

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