viernes, 1 de agosto de 2014

RELUCEN MÁS NUESTROS DEFECTOS QUE VIRTUDES


(Mt 13,54-58)

Es una realidad contrastada que se repite cada día en nuestros ambientes. Experimentamos que dentro de nuestras familias no somos creíbles. Se nos aprecia, pero se destacan más nuestros defectos y se esconden nuestras cualidades. Quizás por envidia o por nuestras debilidades, el resultado es que, salvo excepciones, no somos escuchados ni tenidos en cuenta.

Jesús lo descubre hoy en el Evangelio: «Un profeta sólo en su patria y en su casa carece de prestigio». Él mismo lo experimentó, y no podemos ser menos nosotros. También lo experimentamos hasta la impotencia de no saber qué hacer ni cómo reaccionar. Sin lugar a duda que esa impotencia nos ayuda a abandonarnos en las Manos del Espíritu Santo y, a pesar de nuestros esfuerzos, saber que todo depende de su Gracia.

También nos da mucha esperanza y paz el sabernos respaldados y apoyados en la acción del Espíritu. No nos desanima los pocos o escasos frutos, ni la poca eficacia de nuestra labor y esfuerzos, pues Jesús, el Señor, experimentó lo mismo. Si Jesús pasó por eso, ¿qué nos puede pasar a nosotros que no somos dignos ni de atarle el cordón de su sandalia?

Por eso, Señor, nos ponemos en tus Manos y nos abandonamos a la acción del Espíritu Santo sin por eso dejar de poner todo nuestro esfuerzo y voluntad. Amén.