lunes, 1 de septiembre de 2014

ENVIADO PARA LIBERAR

(Lc 4,16-30)


No viene Jesús a proclamar, sino a liberar. Y eso es lo que proclama: "La liberación del hombre": «El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva, me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar la libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor».

Jesús viene a salvar. Salvar a los pobres, a los cautivos; devolver la vista a los ciegos que caminan en la oscuridad y dar libertad a los oprimidos, explotados y excluidos. Pero, para eso tenemos que cumplir esa condición, pues quien no es pobre, ni se siente oprimido, sino que oprime. Quien no está excluido, sino que se permite excluir, o no se siente ciego, ni que camina en la oscuridad, difícilmente podrá ser curado, alumbrado o liberado.

Posiblemente, Jesús actúa fuera de su pueblo porque es en su pueblo donde no se le cree. Viene la curación a una pobre viuda de Sarepta de Sidón y a un leproso sirio, Naamán. Ambos necesitados. Una en su pobreza económica y otro en su pobreza física, pero ambos pobres y necesitados. Es en la humildad donde está el camino del encuentro con el Señor, y quien no es humilde opta por otros caminos que no llevan al encuentro con Jesús.

Sólo desde la necesidad y la pobreza podremos encontrarnos con Jesús, porque Él viene especialmente para eso. Y quien no es capaz de humillarse, de abajarse, de experimentarse pobre, no podrá experimentar el alivio, la cercanía y la presencia de Jesús, el Hijo de Dios verdadero.