jueves, 22 de enero de 2015

NO PODEMOS ENCERRARNOS EN NOSOTROS MISMOS

(Mc 3,7-12)

Si nos preguntamos cual es nuestra misión como cristianos convergeremos que sólo hay un Mandamiento: "Amar a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como Jesús nos enseña a amar". No hay más, porque todo lo demás está contenido en él.

Ahora, ¿qué necesitamos para amar tal y como nos enseña e invita Jesús? No hay otra salida ni otro camino que el unirte a los nosotros. Descubrimos que es la familia la primera célula donde recibimos el amor y nos preparamos para darnos también. Experimentamos que nuestro amor se prolonga en los hijos, nietos... y desde esa experiencia descubrimos nuestra vocación a la familia y a la apertura a la vida.

Pero, las familias no viven solas, se constituyen en grupos que forman pueblos, ciudades y naciones y se relacionan. Esas relaciones deben estar impregnadas de amor, y el amor necesita unidad. Si no hay unidad significa que hay separación, y la distancia impide el amor. Y si no nos amamos nos alejamos de lo que quiere Dios. Experimentamos que necesitamos amar, porque la vivencia del amor nos realiza.

Hoy sucede algo parecido. Los santuarios marianos son visitados por mucha gente, y muchos acuden con las intenciones de ser curados. Recordemos que de los diez leprosos que fueron curados por Jesús, solo acudió uno, precisamente un samaritano, a dar las gracias y a reconocer la divinidad del Señor. Los nueve restantes quedaron satisfechos y olvidados de quien los había curado.

¿Nos ocurre a nosotros igual? Son preguntas que nos pueden ayudar a replantearnos el camino de nuestras vidas, porque sabemos que la lepra volverá un día a amenazarnos y no se irá. Sólo con el Señor estaremos a salvo de toda clase de lepras.


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