Cuando pedimos por nuestras necesidades, no estamos considerando que, pedimos y nos quedamos esperando con los brazos cruzados. Ni mucho menos, no, se trata de saber que hay Alguien, nuestro Padre Dios, que nos escucha y nos dará lo necesario para superar esas dificultades y problemas, o en su defecto, nos fortalecerá para aceptarlas con dignidad y afán de superación.
Nunca será resignarnos. Porque resignarce significa que no se pueden superar y que se hace necesario, obligatoriamente, aceptarlas. Y esa no es la actitud. Queremos superarlas, y para eso pedimos al Señor, nuestro Padre, porque nos sentimos necesitados, pobres y pequeños, fuerzas para superarlas. No le estamos diciendo que nos arregle la situación mientras nosotros permanecemos cómodamente esperando. ¡No!. Es todo lo contrario.
Nos sentimos escuchados y nos apoyamos en esa escucha y confianza de sabernos atendido y que se nos dará lo mejor y lo que más conviene para nuestra superación y salvación. Quizás el sacrificio, la renuncia, el silencio y las dificultades sean los ingredientes que nos harán más personas, más fuertes, más seguro de nosotros mismos, y más firmes en la fe.
Porque de eso es lo que se trata, no de resolver solo nuestros problemas inmediatos, que a fin de cuenta terminaran por caducar y desaparecer, sino el problema de nuestra salvación eterna. Es ese el verdadero tesoro de nuestra vida y lo que más interesa.
Y nuestro Padre del Cielo que lo sabe, lo quiere para cada uno de nosotros. Y es lo que más le interesa darnos. Así que eso es lo que también nosotros queremos, aunque a veces nos cueste entenderle y nuestros gustos no sean sus gustos.
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