jueves, 26 de marzo de 2015

SÓLO NOS INTERESA OÍR LA VERDAD QUE ESPERAMOS O QUE NOS GUSTA

Jn 8,51-59)





Admitir que Jesús es Dios era algo que no entraba en la cabeza de los judíos. Se les venía abajo todo el tinglado que ellos se habían montado. Jesús se les revela como el Señor de la vida, y sus Palabras nos llenan de esperanza: «En verdad, en verdad os digo: si alguno guarda mi Palabra, no verá la muerte jamás».


La pregunta es: ¿Cómo se pueden rechazar estas palabras llenas de esperanza? ¿Acaso buscamos o perseguimos algo mejor? ¿No es la vida el don más preciado del hombre? ¿Se puede explicar esto? En el intento de explicarlo, podemos intuir que admitir las enseñanzas de Jesús les comprometía a salir de sus instaladas vidas y perder sus privilegios y comodidades ante los demás. No se me ocurre otra explicación.

Jesús proclama su Divinidad al decir: «En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy». La reacción fue coger piedras para tirárselas, pero Jesús se escondió y salió del templo. Es lógico creer que esta reacción no era por sus Palabras, sino porque su Vida era coherente con lo que decía. Jesús era admirado por la autoridad con la que hablaba, y también por lo que hacía. Eso era lo que les sacaba de quicio, y por lo que no querían aceptarlo. Les cambiaba la vida.

Pero eso no pasaba solo en tiempo de Jesús, sino que ocurre hoy también. Muchos miramos hacia otro lado cuando nos hablan de Jesús. No queremos oírlo ni tampoco creerlo. No queremos que nuestro corazón cambie ni perdone. Nos encontramos más a gusto con nuestra mediocridad y nuestra finitud. Pobre de nosotros.

Pidamos al Señor la fe de la esperanza, y la paciencia de perseverar guardando todas estas cosas como María, Madre de Dios y Madre nuestra.

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