jueves, 30 de abril de 2015

DAME SEÑOR LA SABIDURÍA DE DESCUBRIRTE TAMBIÉN EN LO HUMANO

Juan 13, 16-20


No sólo lo en lo divino está Dios, sino en todas partes, en lo humano también. Sin embargo, hay ciertas corrientes que se inclinan a distanciar lo humano de lo divino. Ponen barreras que alejan a Dios de lo humano. Sacralizan lo divino distanciándolo de lo humano. 

Se me ocurre pensar en corrientes que hay dentro de la Iglesia, de seglares, que no aprueban que hayan ministros extraordinarios que ayuden a los sacerdotes a distribuir la comunión. Ven impurezas en lo humano, distanciándolo de lo sagrado o lo sacralizado. Separan un Dios humano, que se ha hecho Hombre, de lo divino, del Dios Amor y Misericordia.

Fijan sus criterios en lo exterior, en lo que no mancha aunque pueda estar sucio, porque solo mancha el corazón con doble intención y pervertido. Dios se da divinamente, porque es Dios, y humanamente, porque se hace Hombre. Dios se hace comida, se parte y se humaniza en su Hijo Jesús, para que los hombres lo puedan comer y tomar como alimento. Y eso significa que lo podemos tocar, como le indicó a Tomás que dudaba de su Resurrección, y hacerlo Vida de nuestra vida.

La esencia no está en tocarlo o cogerlo, sino en tomar conciencia que es Dios quien se hace alimento para que tu Vida se transforme en Él. La esencia está en tomar conciencia que Dios se hace cercano y amigo para que tú le imites con los demás. La esencia consiste en darte cuenta que el Señor se deja tocar de algo tan pequeño e insignificante como tú. La esencia está en sentirte pequeño, agradecido, admirado e indigno de tenerlo en tus manos.

Señor, gracias por enseñarme estas cosas; gracias por transformar mi corazón en un corazón agradecido y confiado en tu Palabra. Gracias por darme la sabiduría y la fe de recibir a tu enviado, la Iglesia, y en ella recibirte a Ti. Y gracias, Señor, por recibir al Padre recibiéndote a Ti. 

Pero, sobre todo, Señor, gracias por darme la fe de creer todo lo que dices, aunque mi corta razón muchas cosas no entienda. Me basta tu Palabra, porque Tú tienes Palabra de Vida eterna.

miércoles, 29 de abril de 2015

LOS SABIOS Y ENTENDIDOS ESTÁN CIEGOS POR SU SOBERBIA Y SUFICIENCIA

 (Mt 11,25-30)


Está claro que el Mensaje de Jesús va dirigido a todos los hombres. No hay banderas, ni nada que pueda levantar barreras que los haga diferentes. La Buena Noticia es para todos, buenos y malos; blancos y negros; ricos y pobres, sabios y necios. Todos están incluidos en el Amor del Padre, porque todos son sus hijos.


Y esas diferencias sólo nos indican que los más privilegiados o beneficiados están obligados a ser solidarios y generosos con los que menos han recibido. Porque solo de esa forma se puede vivir el amor. Si nadie necesita a nadie, tú y yo no podemos darnos en amor. Se hace, pues necesario que unos necesiten y otros puedan dar.

En ese sentido descubrimos que la riqueza, así como la pobreza, en lugar de ser injusticia son oportunidades para realizarnos en el amor. Porque ese privilegio de ser rico te salva cuando tú eres capaz de compartirlo con el menos rico. Compartirlo en las necesidades primarias y necesarias para vivir dignamente. La pobreza y necesidades de muchos países del mundo son la oportunidad para otros, pues simplemente compartiendo tendríamos un pie en el Cielo.

Jesús nos lo dice muy claramente: Cuando diste un vaso de agua a aquel sediento, a Mí me lo diste... etc). Nos lo pone hasta fácil. Se trata simplemente de luchar contra nuestro egoísmo y ser generoso. De ahí podemos comprender que a los ricos les cuesta más ganar el cielo en la medida que tienen más que dar y compartir y su egoísmo les pierde.

No sólo su egoísmo material, sino también intelectual. Porque en la medida que su riqueza les proporciona oportunidades y medios para formarse y saber, se sitúan en una escala de saber que les hace sentirse superiores, sabios y capaces de interpretar las leyes y cosas de Dios a su manera. ¿Cómo rebajarse oír al Hijo del carpintero, un sencillo y humilde Hombre?

Es el peligro de las riquezas y de la intelectualidad. Quizás radique ahí uno de los mayores pecados y peligros que se nos cuela sin darnos cuenta. Pidamos ser humildes y dejar que Dios conecte con nosotros.

martes, 28 de abril de 2015

NO PRETENDAS ENTENDER A DIOS

(Jn 10,22-30)


Cuando nos encontramos en la disyuntiva de creer o negar, exigimos entender lo que nos presentan y proclaman. Queremos que Jesús nos diga si es el Mesías o no, pero luego no le vamos a creer si nos lo dice, porque ya eso está pasando.

«¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si tú eres el Cristo, dínoslo abiertamente». Jesús les respondió: «Ya os lo he dicho, pero no me creéis. Las obras que hago en nombre de mi Padre son las que dan testimonio de mí; pero vosotros no creéis porque no sois de mis ovejas. Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna y no perecerán jamás, y nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre. Yo y el Padre somos uno».

Igual está ocurriendo hoy. Los intelectuales querrán razonar sus respuestas manteniendo sus corazones cerrados a la acción del Espíritu Santo. Nunca podremos entender al Espíritu Santo porque nuestra razón, por decirlo de alguna manera, está a años luz de la del Espíritu Santo. ¿Cómo podemos entender que Dios, Creador del mundo, se rebaje por amor y nos perdone? ¿Puede entrar eso en nuestra cabeza? ¿Acaso el hombre es alguien importante delante de Dios, si no es porque Él así lo ha querido y se ha comprometido por amor?

¿No nos ocurre lo mismo cuando en alguna discusión personal no damos el brazo a torcer aún dándonos cuenta de que hemos metido la pata? ¿No experimentamos que nos cuesta mucho reconocer nuestros errores en publico? Pues cuando se trata de cambiar el rumbo de nuestra vida, el esfuerzo será mucho mayor, y muchos, sobre todo los poderosos e intelectuales, no están dispuesto a retroceder. Les puede su soberbia.

Disfrazamos las pruebas, incluso resurrecciones, con tal de salir con la nuestra y no dar el brazo a torcer. Estamos cerrados a todo reconocimiento y rechazamos toda acción del Espíritu. Somos libres y nuestra libertad será respetada por encima de todo. Necesitamos ser humildes y abrirnos a la fe. Es lo que Jesús nos dice cuando nos invita a ser como niños.

Pidamos la Gracia de la humildad para abrirnos a la acción del Espíritu Santo y dejar que la fe nos invada y nos ilumine nuestros corazones.

lunes, 27 de abril de 2015

YO NO LES DIGO COMO ES EL CAMINO DE SALVACIÓN, SINO QUE VOY CON USTEDES

(Jn 10,1-10)


No es Jesús un Mesías enviado a revelarnos y notificarnos el camino de salvación. Esa es la diferencia con otras religiones. Jesús, el Hijo de Dios Vivo, no se limita a decirnos como y qué hemos de hacer y vivir para llegar a la Casa del Padre, sino que el mismo se pone delante para que le sigamos y vayamos detrás de Él.

Nuestro Dios es un Dios que cuenta con nosotros para salvarnos, pero la gran diferencia es que es Él quien nos salva. Sin Él nada podemos conseguir. Y hoy nos lo repite claramente sin dejar ninguna duda: En verdad, en verdad os digo: el que no entra por la puerta en el redil de las ovejas, sino que escala por otro lado, ése es un ladrón y un salteador; pero el que entra por la puerta es pastor de las ovejas. A éste le abre el portero, y las ovejas escuchan su voz; y a sus ovejas las llama una por una y las saca fuera. Cuando ha sacado todas las suyas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen, porque conocen su voz.

El Señor Jesús no se esconde ni se desentiende. Necesita, y nos la pide, nuestra libertad, pues nos ha creado libres, pero es Él quien nos conduce y dirige al camino de salvación. Con Él nada temeremos y estaremos a salvo de todos los peligros que nos acechan. Él es el verdadero y único Pastor que nos defiende, nos protege y nos da la salvación.

Es tranquilizador y nos infunde mucha confianza permanecer en el verdadero redil del Señor, el del Buen Pastor. Porque los peligros y amenazas fuera de ese redil nos acechan de forma constante para, en los momentos de debilidad o distracción, desviarnos del camino y lograr confundirnos.

Por eso, es muy importante permanecer en el verdadero redil, unidos y apoyados en el Señor. Es en la Iglesia donde encontraremos el respaldo y la fortaleza para permanecer y perseverar alejados de las amenazas y peligros que acechan con destruirnos. El Señor es el Buen Pastor que nos salva y nos rescata de la muerte. En Él estamos seguro y nada tenemos que temer.

domingo, 26 de abril de 2015

CADA PALO QUE AGUANTE SU VELA

(Jn 10,11-18)


Podríamos decir que cada cuál va a la suyo. O lo que es lo mismo, que cada palo aguante su vela. Eso ocurre y lo vemos en los asalariados. Es el ejemplo que el Evangelio nos trae hoy domingo. "Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor, a quien no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo hace presa en ellas y las dispersa, porque es asalariado y no le importan nada las ovejas". 

Quién está a cargo de custodiar algo o a alguien, huye cuando su vida está en peligro. No le importa sino salvar su propia vida, y no arriesgará por salvar la vida del otro. El Buen Pastor, figura de Jesús, es aquel que da la vida por sus ovejas, y las defiende hasta el extremo de entregar su propia vida por cada una de ellas.

 Es reconfortante y hermoso conocer, del mismo Hijo de Dios, que el Padre le ama porque Él, voluntaria y libremente, entrega su Vida por salvarnos a nosotros. Y la entrega en la confianza y seguridad que el Padre se la devuelve en la Resurrección, prueba máxima del Amor. "Tengo poder para darla y poder para recobrarla de nuevo; esa es la orden que he recibido de mi Padre".

Hoy la Iglesia continúa esa misión que Xto. Jesús confió a Pedro y a los apóstoles. Hoy la Iglesia continúa pastoreando a los fieles en el nombre del Señor y asistida por el Espíritu Santo. Y no solo a los fieles, sino también a todos aquellos que, alejados o que no creen, se resisten a escuchar y ser pastoreados por el Señor. 

La Iglesia se abre a todos y da la vida por todos en los lugares más recónditos del planeta tierra. La Iglesia misionera que defiende a todos los fieles perseguidos por la fe, pero también por el hambre, la pobreza y las injusticias. 

Por cada oveja pérdida, la Iglesia alza su voz y acude en su defensa.

sábado, 25 de abril de 2015

¡SEÑOR, QUIZÁS MI FE NO SEA SUFICIENTE!

(Mc 16,15-20)


Esas palabras de Jesús dando poderes a los que creen en Él para expulsar demonios, curar enfermos...etc. me pone en duda mi fe, o la hace muy pequeña, porque yo no tengo poderes. Y eso revela y demuestra que mi fe debe ser muy pequeña.

Supongo que mi fe es menos que un grano de mostaza, porque no tengo esos poderes ni muevo montanas como Jesús dice y señala a los que les siguen y tienen fe. Sin embargo, esa misma fe, experimento, que Él me da me sostiene y me da fuerzas para seguirle. Porque no podría estar en Él, si Él no está en mí.

Por lo tanto, debo de tener un poco de fe, por la Gracia de Dios, Una fe que se manifiesta en la perseverancia y proclamación del Evangelio. Una fe que, a pesar de no tener poder para hacer esas señales que dice Jesús, sí se esfuerza en proclamar su Palabra y dar testimonio de ella. Cargando, claro está, con mis debilidades, fracasos, impotencias y pecados.

Dame, Señor, la sabiduría y el valor de proclamar tu Palabra. No solo con mi boca, sino también con mi vida y mis obras. Aumenta mi fe, para que mis obras sean tus Obras, las que Tú quieres que, por la fe en Ti, yo haga. Y para que esas obras sean eco de mis palabras, que anuncian tu Buena Noticia de salvación.

¡Señor!, acrecienta mi fe para que crea. Crea hasta comprometer mi vida. Porque la fe se nota en la vida. No vale tener una fe desencarnada, desvinculada de los problemas de los hombres. La fe aterriza en el compromiso con los problemas que atentan contra la justicia y la verdad contra el hombre. La Palabra de Dios es una Palabra salvadora, que libera y salva al hombre liberándolo, valga la redundancia, de todos los peligros que atentan contra su vida y le amenazan con la muerte.

No estamos solos, y contamos con la presencia del Espíritu de Dios, que nos asiste y nos fortalece para la lucha en la que, injertados en el Señor, saldremos victoriosos.

viernes, 24 de abril de 2015

UN DIOS DIFERENTE Y QUE DA VIDA

(Jn 15,1-8)


No es porque sea mi Dios, sino porque es Único. Un Dios que se da enteramente para que, comulgando con Él, puedas pensar, actuar, querer, entregarte y vivir tal y cómo Él vivió en la tierra como en el Cielo. Y Vive ahora en cada uno de nosotros que comulgue con Él.

Comulgar significa estar en sintonía espiritual interior y exterior con Jesús. Comer su Cuerpo y beber su Sangre es la acción de identificarnos con su Pensamiento y con su Obrar  y Vivir. Es configurar nuestro corazón con el suyo: Es latir al mismo ritmo y apasionado como Él late. Es abrirte a Él para que, como Pablo, sea Él quien viva en ti, y no tú mismo.

Un Dios que, no sólo me dice lo que tengo que hacer y como tengo que vivir, sino que me enseña a amar, amándome, y amando, Él, primero. Un Dios que no se queda mirándome a ver qué tal lo hago y sin participar, sino que se implica conmigo, me acompaña y camina conmigo. Un Dios que pone en revolución mi corazón, como a los de Emaús, cuando me explica las escrituras y me desvela todo lo que tenía que padecer.

¿Dónde encuentro un Dios como el mío? En ninguna parte, porque mi Dios es Único, y me salva contando conmigo. Para eso me ha hecho libre, para solicitar de mí mi libertad y mi respuesta a su invitación. ¿Qué Dios invita como el mío? Ninguno. Mi Dios es Padre, y me envía a su Hijo a decírmelo. Me invita al banquete que me ha preparado, para que coma y sea feliz eternamente.

Un Dios que me busca y que me advierte de que sin Él no puedo hacer nada. No se limita a decirme el Camino, sino que se introduce Él, en mi camino y quiere recorrerlo conmigo. Sabe de mis debilidades; sabe de mis apegos, mis vicios, mis torpezas y mis pecados. Sabe que sin Él me perdería. Por eso me cuida, me pastorea y me protege en su redil. Y da la vida como el Buen Pastor por cada una de sus ovejas.

Un Dios diferente a todos. Un Dios que es garantía de salvación y que injertado en Él iremos seguro hacia la Casa del Padre. Gracias Señor por tenerte a Ti. Al verdadero Dios que no solo me das la vida, sino que me ayudas a conservarla y tenerla para siempre.

jueves, 23 de abril de 2015

NO SE PUEDE HABLAR MÁS CLARO

(Jn 6,44-51)


Hoy el Señor nos habla tan claro que se me estremece el corazón. No hay lugar a duda. Él mismo nos dice: «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre. En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo».

Ante estas Palabras de Jesús, ¿qué se puede decir? Te quedas mudo y casi paralizado sin poder escribir. Más no se puede decir. El Señor es nuestro Mesías y Salvador. Él es el Pan bajado del Cielo, y alimentados en Él tendremos Vida Eterna.

Lo que no entiendo es cómo es posible que muchas personas que conozco y que, al menos, asisten a la Eucaristía, aunque no participan, pueden estar ciegos y no darse cuenta. Otros, esa es mi experiencia, me dicen que quisieran y les gustarían tener fe, porque no creen. Y otros, al menos un amigo me lo ha dicho, llegan a envidiarte por tu fe y tu camino firme. En ese sentido valoro mucho el don de la fe. No me caben las palabras en la boca para agradecer al Espíritu de Dios que sostenga mi fe y la alimente cada día.

La fe es un don de Dios, pero ese don lo da Dios en la medida que tú también lo pidas. Los discípulos de Emaús le pidieron a Jesús, sin conocerlo todavía, que se quedará. La excusa fue que la tarde estaba cayendo, pero la realidad era que sus corazones ardían de gozo, de entusiasmo y felicidad. ¿Cuál fue la causa? Habían pasado un largo rato con el Señor, hasta tal punto que les había caído la tarde encima.

¿Qué ratos pasas tú con el Señor? Te será difícil si no te dejas acompañar por Él y dejar que te hable. Hoy no va por el camino, pero está en el Sagrario. Allí puedes tener una larga charla con Él. Si lo haces seriamente encontrarás respuesta, porque Jesús, el Señor, no nos puede negar nada. Su Amor es incondicional al igual que el Padre.

Gracias Señor. Ya ves como el Espíritu enciende las palabras en mi corazón. No sabía que decir y ha sido una de las reflexiones más largas, y es que hablando contigo no advertimos el tiempo ni las palabras. Gracias, de nuevo, Señor por el don de la fe, y te pido que nos lo conserve y aumente cada día más para servirte también cada día mejor.

miércoles, 22 de abril de 2015

JESÚS NO NOS HABLA DE UN CAMINO, SINO QUE ÉL SE HACE Y ES EL CAMINO

(Jn 6,35-40)


¡Qué gran diferencia! No hay nadie como Jesús, porque mientras otros líderes religiosos te señalan un método o camino para que tú lo vivas o lo cumplas, Jesús, no solo te habla de una Ley que debes cumplir, sino que te invita a cumplirla y vivirla en y con Él. Sin mí, nos dice, no podéis hacer nada (Jn 15,5).

Jesús sabe de mis debilidades, y también de las tuyas. Nos conoce y entiende que solos no podemos seguirle ni llegar a Él. Nuestra humanidad pecadora está vencida por el pecado, y sólo en Jesús podemos vencerle. Porque Él, con su Muerte en la Cruz, ha triunfado y nos ha rescatado para su Padre. Las Palabras que Jesús nos dice hoy son muy hermosas y llenas de esperanza: Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. 

Da mucha confianza tener a un líder que no solo nos enseña el Camino, sino que nos invita a recorrerlo en su compañía, advirtiéndonos que de no hacerlo con y en Él no nos será posible. Porque con Él iremos seguros, protegidos, sin miedos y fortalecidos. Por eso se nos hace Pan de Vida que nos alimenta y nos fortalece cada día. Por eso se nos hace imprescindible comer su Cuerpo en la Eucaristía con la mayor frecuencia posible.

Jesús lo es todo. Es el Líder, el Mesías prometido, el Amigo, el Hermano, el Salvador, el Hijo y el Padre que nos quiere, que sale a nuestro encuentro, que nos acoge y nos lleva de su Mano a la Casa del Padre. Jesús es el Señor, que habla de parte del Padre y hace la Voluntad del Padre. Y que acoge a todos los que el Padre le ha dado para resucitarlos en el último día siguiendo la Voluntad del Padre.

Gracias Señor porque eres un Padre Dios bueno, que no solo me enseñas el Camino, sino que me acompañas a recorrerlo. Gracias, porque contigo los miedos no tienen sentido, ni la muerte la última palabra. Gracias por tu perdón a mis debilidades, fracasos y pecados, y por tu Infinita Misericordia para, abajandote humildemente a mi altura, me acompañas en el recorrido de mi vida para llevarme por camino de salvación.

martes, 21 de abril de 2015

MUY POCO HEMOS CAMBIADO

(Jn 6,30-35)


Hoy fui al médico y, observando la ratinografía que me habían hecho el día ocho de este mismo mes, me dijo que no había cambiado nada respecto a la del año 2012. Es decir, que todo seguía igual, lo que significaba que estaba controlado y al parecer insignificante su deterioro.

Y al empezar esta reflexión, (Jn 6,30-35), experimento lo mismo, aunque más avanzado en el tiempo, pues desde Jesús hasta hoy, seguimos igual. A pesar de todo lo que el Señor nos ha demostrado, nos parece poco. Sabemos de la resurrección de la hija de Jairo o del hijo de la viuda de Nain, o de su amigo Lázaro, y todavía no nos convencemos. Queremos ahora que venga nuestros padres para convencernos. 

Y en el supuesto que así fuera, seguro que exigiríamos más, porque en el fondo lo que nos ocurre es que nos cuesta cambiar. Nos resistimos a salir de nuestra cueva, porque en ella nos sentimos seguros y cómodos. Lógico que sean los pobres, los que no tienes seguridades ni comodidades los que se arriesguen a salir y buscar una vida mejor. Por eso son ellos los primeros que escuchan la voz del Señor, que les da esperanza de una vida plena y gozosa.

Y es Jesús, el verdadero y único Pan que baja del Cielo para alimento y salvación de todos los hombres. Sin embargo, no lo tenemos claro, porque teniéndolo cerca no lo comemos cuando celebramos la Eucaristía. Es el mismo Jesús que se nos da en Cuerpo y Alma como alimento para nuestra salvación.

Seguimos igual sin creer en Él. Son muchos los que no le creen ni le quiere oír. Y puede ser por muchas causas, porque no tienen oportunidad de oírle; porque no quieren, o porque creen que lo que buscan pueden conseguirlo en otra parte. Sin embargo, la experiencia nos dice que solo el Señor puede darnos la salvación, porque en este mundo, sin el Señor, sólo nos espera la muerte.

Abramos nuestro corazón a Jesús. Él nos dice: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed».

lunes, 20 de abril de 2015

BUSCAMOS EL PAN METERIAL

(Jn 6,22-29)


Nos descubrimos buscando el pan material. El trabajo, como pieza fundamental de nuestro sustento diario, es algo muy importante en la vida del hombre. De tal forma que, durante gran parte de nuestra vida, nos preparamos para desarrollar un trabajo que nos permita vivir con cierto decoro y desahogo. Y, casi siempre, esa ocupación ocupa el tiempo principal y total de nuestro vivir diario.

Y no hay que ignorar su valor e importancia. Nuestra vida está estructurada de tal forma que necesitamos trabajar y dependemos de ello. Pero, sin descartar la importancia de ello, más importante es cuidarnos de nuestro alimento espiritual. Porque lo material está destinado a perecer, pero lo espiritual permanece. Por lo tanto, al final lo importante es la vida que queda después. Y es esa vida la que cobra valor y la que debemos cuidar.

Ahora, ¿cómo lo debemos hacer? Eso es primordial y de vital importancia. Si lo hacemos solos o guiados por hombres, terminaremos mal y perdidos. Sólo el Señor tiene Palabra  de Vida Eterna, y es Él de quien nos podemos fiar y a quien debemos seguir. Él es el Modelo donde debemos fijar nuestros ojos y nuestra mente. Él nos enseña el Camino, la Verdad y nos da la verdadera Vida.

Aunque nos sentimos tentados de buscar al Señor por intereses materiales, debemos pedirle que nos transforme nuestro corazón y nuestra mente con el fin de que le busquemos para que nos convierta en personas generosas y solidarias por amor. Es en el amor donde se esconde la felicidad y el gozo que buscamos, y siendo egoístas lo perdemos. 

Necesitamos que el Señor nos transforme y nos convierta en hombres que, libremente y por amor, tratemos de servir y buscar el bien de todos los hombres. No le busquemos para ser servidos, sino con la actitud e intención de servir. 

Y eso nos lleva a descubrirnos seguidores de Jesús porque creemos en Él, no porque nos interese los beneficios que de Él podemos obtener. Perdona, Señor, porque me experimento un pobre pecador, inclinado a los intereses y resultados de tu amistad, que a la de servirte por amor. Me pongo en tus Manos para que este corazón mío, pobre y pecador, los transformes en un corazón como el Tuyo.

domingo, 19 de abril de 2015

A ELLOS Y TAMBIÉN A NOSOTROS NOS CUESTA ACEPTAR LA RESURRECCIÓN

(Lc 24,35-48)


El otro día, en la catequesis, una persona me dijo que no creía en la resurrección de los muertos. Dudaba de ello. Posiblemente nos pase también a nosotros aunque no lo digamos. Realmente nos cuesta creer. A los discípulos les ocurrió lo mismo. Incluso viendo al Señor delante de ellos, les costaba creérselo.

Por eso Jesús se les aparece varias veces. Les da prueba de su Resurrección, y les recuerda todo lo que les había dicho y como se ha cumplido. Por eso, también a nosotros, la Iglesia, en la celebraciones Eucarísticas nos recuerda que Jesús ha Resucitado y nos ofrece su Cuerpo y su Sangre par la redención de nuestros pecados. Jesús Vive y se nos da en cada Eucaristía.

Sin lugar a duda, la experiencia de la Resurrección es la que nos dará la fe para fundamentar toda nuestra vida en ella. No basta quedarnos en el concepto de Jesús Resucitado, sin que hay que pasar, Pascua, de la muerte a la Vida experimentando que con y en Jesús también nosotros viviremos esa experiencia. 

Y no se trata de que tengamos que ver a Jesús. Él ha llamado dichoso a aquellos que creen sin verle, sino que tenemos que vivir con esa esperanza y fundamentando nuestra vida en esa Resurrección. La muerte está vencida, por lo que no debemos tenerle miedo. En Jesús, que está con nosotros, la venceremos también nosotros. Y, Él, nos dará el valor y la fortaleza que necesitamos para afrontarla con esperanza y paz.

No descartamos que nuestra debilidad es grande. Somos pobres pecadores, y muy limitados. Limitados hasta el punto de experimentar mucho miedo. Pero eso, en lugar de alejarnos del Señor, nos debe servir y ayudar experimentarnos lo que verdaderamente somos: pobres criaturas pecadoras. Y darnos fuerza y esperanza de agarrarnos al Jesús Resucitado, que también nos salva y resucita a nosotros.

Jesús Vive, y Vive en cada uno de nosotros cuando tratamos de ser mejores; cuando tratamos de ser solidarios; cuando compartimos nuestra oración con los más necesitados; cuando hacemos un esfuerzo en compartir nuestro dinero; cuando compartimos el dolor, las penas, las tristezas y preocupaciones, la oración y también las alegrías de la Iglesia y del pedazo de mundo que nos ha tocado vivir.

Realmente Jesús Vive cuando experimento que camino, que persevero, que a pesar de todas las dificultades y de mi pobreza, mi fe se va fortaleciendo y sosteniendo en Él.

sábado, 18 de abril de 2015

SOBRE LAS AGUAS DEL LAGO

(Jn 6,16-21)


Jesús no sólo se les aparece, sino que les hace señales para que sus ojos se abran y vean. Vean que es el Hijo de Dios, que ha muerto por cada uno de nosotros, y, con su Muerte, nos ha rescatado ofreciéndonos la salvación.

Y con su Resurrección nos da testimonio de su Palabra y Divinidad revelándonos también nuestra resurrección. Posiblemente, nuestra vida consista en remar mar adentro dónde no sepamos que vamos a encontrar, pero en la confianza de sabernos acompañados por Jesús. La oscuridad puede impedirnos verle, porque el pecado se esconde en las tinieblas y trata de atacarnos sin que le veamos y cuando más confiados estamos.

Necesitamos tener los ojos muy abiertos, y los oídos atentos a las señales que Jesús nos hace, no  sea que pase por nuestro lado y no le veamos ni le invitemos a subir y compartir con nosotros nuestra mesa y nuestra vida. Somos libres, y esa libertad nos compromete hasta el punto de decidir, aceptar o rechazar su presencia. Y, aceptada, invitarle.

Podemos estar distraídos y perdernos la oportunidad de invitarle a nuestra mesa, para así poder escucharle y conocerle. De distraernos se encarga el Maligno, que está al acecho de cualquier despiste o distracción para perdernos. Pero en y con el Señor, su Poder nos libera y nos protege de todo amenaza diábolica.

Él, el Señor, seguirá adelante si tú o yo no le invitamos. A veces sucede que le conocemos, pero no nos sentamos a la mesa con Él, sino que nos mantenemos lejos a cierta distancia, y todo contacto queda reducido a prácticas y cumplimientos de piedad. Necesita una invitación personal, como aquella de los discípulos de Emaús, cuando el Señor hizo el guiño de seguir. No te vayas Señor que atardece, y ven a compartir  la mesa con nosotros.

El Señor se hace el encontradizo, pero necesita nuestra invitación para cambiar nuestro corazón. Nos ha dejado esa elección a nosotros, y por eso necesitamos confiar y creer en El.

viernes, 17 de abril de 2015

LES SEGUÍAN INTERESADOS POR LAS CURACIONES

(Jn 6,1-15)


En principio no hay un seguimiento incondicional, sino condicionado por las señales que le veían realizar en los enfermos. La gente advertía algo extraordinario en Jesús, y admirados por su generosidad y curaciones seguían sus pasos.

Posiblemente ese sea el primer paso que nosotros también damos. Muchas veces por que nos invade alguna enfermedad seria y grave; otras porque se trata de algún familiar directo o un buen amigo, y otras porque nos desencantamos de lo que nos ofrece este mundo caduco y rutinario que siempre está dando vueltas sobre sí mismo. De ahí no sale, pues no tiene ningún horizonte que ofrecernos sino la propia muerte.

Cuando descubrimos que Jesús habla de Agua que sacia la sed. De Agua que salta hasta la Vida Eterna y nos satisface plenamente, quedamos perplejos y admirados. Porque eso es lo que también buscamos nosotros. Claro, antes hay que descubrir la necesidad de beber esa Agua eterna, porque la de aquí abajo, nos quita la sed, pero la sed de este momento, pero no la de mañana. Buscamos Agua Eterna que nos sacie plenamente y eternamente.

Desde ese momento, Jesús es nuestra Estrella;  desde ese momento, Jesús es nuestro Camino y nuestra Verdad; desde ese momento, Jesús es nuestro Alimento y nuestra Vida. Desde ese momento. Jesús es la solución a todas nuestras esperanzas, y en Él confiamos. Y ahora si le seguimos incondicionalmente y en actitud de entregarnos a servirle por amor en los hombres. Porque solo sirviendo a los hombres podemos expresarle nuestra prueba de amor.

Esa es su Voluntad. No quiere honores, ni nombramientos, ni tronos. Se escapa cuando ve que su milagros y poder despiertan admiración y deseos de nombrarle rey. Él ha venido pobre y pobre quiere seguir. Ha venido a servir, y servir es su misión. Un servicio libre, voluntario y por amor. Nos da ejemplo y nos presenta el amor como arma de unidad y de lucha. Amar es lo que nos enseña, y amar es lo que nos deja como mandato. 

Porque en el amor está contenido todo lo demás. Un amor que nos exige estar atento a las necesidades de los demás, a las injusticias y mentiras que buscan satisfacer los egoísmos de unos explotando los derechos de otros. Un amor que proclama la verdad y la justicia.

jueves, 16 de abril de 2015

SI CREES EN EL HIJO TIENES VIDA ETERNA

Juan 3, 31-36
Es así de fácil, y también así de difícil. Quién cree en el Hijo tiene Vida Eterna. Sin embargo, ¿qué difícil es creer? Y si reflexionamos un poco, comprenderemos que es lógico que así sea, pues no tendría sentido común que Jesús nos convenciera en un abrir y cerrar de ojos, porque lo puede hacer. Nos preguntaríamos: ¿Para qué entonces hacernos libres?

¡Claro, no se explica que nos haga libres, para después quitarnos esa libertad de decidir! Si somos libres tendremos que decidir por nosotros mismos, y eso implica que elijamos seguirle o rechazarle. Y también está claro que Dios tiene que quedarse al margen, y, aunque nos envía a su Hijo para que nos ayude a ver claro, la última palabra en la decisión de creer nos corresponde a nosotros.

Por eso, creer nos cuesta y se nos hace difícil. ¡Pero no estamos solos! Tenemos la promesa de Jesús que nos envía al Espíritu Santo. Y el Espíritu nos asiste y nos ilumina. Pedro y otros han sido iluminados por el Espíritu cuando en algunos momentos de su vida han hablado, y nosotros también lo somos cuando decidimos creer en Jesús. Tenemos muchas razones para hacerlo, porque dentro de nuestro corazón está sellado y escrito que nuestro destino empieza y termina en Jesús. 

Mientras nuestra vida no descanse en Él, nuestra felicidad no será completa. Pero el peligro está en que nos perdamos y nunca lleguemos a descansar en Él. Porque también nos ha dicho: Pero el que es rebelde al Hijo no verá la vida, porque la cólera divina perdura en contra de él. El problema es serio y no tiene gracia. Nos juzgamos nuestra vida futura, porque está ya sabemos como es, y también donde termina. No es cuestión de perder el tiempo, ni tampoco de quedarnos quieto. Tendremos que tomar una decisión y asumir nuestra responsabilidad.

Mirar para otro lado no es sino echarle tierra al asunto y actuar de forma irresponsable, y pensar que ya habrá tiempo o que el Señor tendrá piedad de nosotros. Y es que la piedad y Misericordia ya la está teniendo ahora esperándonos pacientemente y llamándonos a través de muchas circunstancias y acontecimientos. Quizás estas humildes reflexiones pueden ser una de esas llamadas.

¡Señor, danos la sabiduría de no mirar para otro lado, sino escuchar tu Palabra y ponernos en camino!

miércoles, 15 de abril de 2015

SIN LA PRESENCIA DE JESÚS, EL HOMBRE ESTÁ CONDENADO

(Jn 3,16-21)


No había otro camino. El pecado había fulminado al hombre y estaba desterrado del paraíso y destinado a morir. Su fin estaba escrito. Sin embargo, la Misericordia de Dios cambió la historia del hombre: "Envió a su único Hijo, Jesús, para, no juzgar ni condenar al hombre, sino para salvarlo.

Jesús viene con esa misión. Misión asumida libremente, según la Voluntad del Padre, y por amor. Hasta el extremo de entregar la vida por cada uno de los hombres. El hombre, destinado a morir por el pecado, es rescatado y salvado por la muerte de Jesús. Muerte glorificada en la Resurrección. 

Aquellos que creen en Jesús no serán juzgados, pues quedan salvados; sin embargo, los que no creen ya están juzgados porque no han creído en el nombre del Hijo único de Dios. Todo se reduce a eso. Jesús es la Luz del mundo, y los que creen en Él buscan la Luz para que sus obras sean vistas, pues confían y en el Señor son perdonados y salvados. Sin embargo, los que no creen se refugiaran inútilmente en las tinieblas, para que sus malas obras no sean descubierta.

Jesús es la Luz del mundo, y todo el que cree en Él vivirá en la Luz y se salvará. Nuestra mayor dicha es experimentar que, a pesar de nuestra pobreza, nuestras limitaciones, nuestros pecados, Dios se nos revela en Jesús como un Padre que nos ama inmensamente y que envía a su Hijo para salvarnos.

Gracias, Dios mío, por tu amor inmerecido por todos los hombres, y, porque a pesar de eso, tu Misericordia es infinita que entregas a tu Hijo para salvarnos. Nunca lo entenderemos, porque nuestra ignorancia es tal que no podemos entenderlo. Por eso, Señor, danos la sabiduría de, al menos, perseverar en el deseo de permanecer a tu lado y creer en tu Hijo Jesús.

martes, 14 de abril de 2015

LA CLAVE ES EL ESPÍRITU SANTO

(Jn 3,7-15)


Todas mis oraciones las empiezo con el Espíritu Santo, porque la clave y el secreto de todo están en el Espíritu de Dios. El Espíritu Santo es la Tercera Persona de la Santísima Trinidad, y es Dios. Un Dios y tres Personas. Hoy, que me toca catequesis en la cárcel, el Espíritu Santo precederá nuestro compartir, y allí rezaremos por nuestro hermano Franklin Velásquez, hermano de nuestro querido y compañero Wilson Velásquez, de Honduras, y colaborador de Blogueros con el Papa.

Nacer de nuevo es nacer en el Espíritu de Dios. Es transformar nuestro corazón para que toda acción que nuestro corazón emprenda sea con el impulso del Espíritu de Dios. En Él vivimos y en Él moriremos para nacer a la Vida de la Gracia. Y, por Él, nos moveremos al ritmo que el mismo marque, como el viento que sopla y no sabemos de dónde viene.

Suponemos que Nicodemo cambió su vida. El Evangelio no nos cuenta que fue de él, pero de su interés y actitud de búsqueda intuimos que cambiaron su vida y transformaron su corazón. ¿Mantenemos nosotros ese mismo interés que Nicodemo? ¿Buscamos al Señor, no solo de noche, sino también de día? ¿Tratamos en esa búsqueda de experimentarlo? Porque, en la medida que lo hagamos, también lo iremos experimentando.

No se experimenta un encuentro con el Señor desde una oración descomprometida, distante y hasta lejana e infrecuente. No se puede experimentar al Señor solo en los momentos extremos de necesidad o interés. Experimentas al Señor cuando caminas y dialogas con Él, y cuando compartes las alegrías y tristezas de otros también con el Señor entre ellos. Porque Jesús ha Resucitado, y ha Resucitado para estar con los hombres, sobre todo con los más pobres.

Por eso, en la medida que te acerques a la Iglesia, a las comunidades y grupos, y empieces a compartir las inquietudes y los problemas; en la medida que te solidarices con los más pobres y necesitados; en la medida que te esfuerces en soportar y perdonar a los más incordios y egoístas y luches por ser misericordioso y justo, estarás experimentado al Jesús Resucitado.

Podrás entonces compartirlo, verlo y proclamarlo. Porque Jesús Vive, y vive en los pobres y en donde hay necesidad de Él, como ocurrió con Nicodemo. Él se aparece a los que le buscan, y a los que están tristes porque piensan que ha muerto. Él se nos hace presente cuando damos señales de acercarnos y le buscamos.

Jesús es el Señor y permaneciendo en Él no le quedará a nuestro corazón otro camino que el de ser transformado, porque en el Señor está toda nuestra alegría y nuestro gozo eterno.

lunes, 13 de abril de 2015

NACER DE NUEVO

(Jn 3,1-8)


No se trata de volver a empezar, sino de volver a nacer. Se trata de dejar la carne con la que hemos nacido en este mundo, y, limpios de pecado por el Bautismo, nacer al Espíritu de Dios, que es lo que significa nacer de nuevo y de lo alto. Se trata de morir al pecado y nacer a la Vida de la Gracia. Es lo que hacemos en el Bautismo.

Por eso, el Bautismo es un regalo de Dios. Un regalo que no puede esperar, pues cuanto antes nazcamos a la Vida Nueva de la Gracia, antes gozaremos del privilegio de ser hijos de Dios. No es cuestión de aceptarlo o no, sino de sumergirse en la muerte carnal, para resucitar, limpio y nuevo con Jesús a la Vida de la Gracia.

Hay una cosa que llama la atención a Nicodemo, pues reconoce en Jesús un poder misterioso que hace que pueda hacer prodigios extraordinarios que nadie puede hacer. Eso le hace suponer y creer que viene de parte de Dios, porque nadie que no venga enviado por Él puede hacer estas cosas. ¿Y nosotros? ¿Podemos preguntarnos la misma pregunta y considerar que Jesús es realmente el enviado y verdadero Hijo de Dios?

No nos faltan testimonios y conocimientos de la Vida de Jesús. Sabemos por la Escritura muchas cosas de Él, y conocemos sus obras, sus milagros y curaciones. Conocemos que ha pasado haciendo el bien y proclamando el Amor que el Padre, de que se proclama enviado, nos tiene a cada uno de nosotros. Y el colmo ha sido que ha entregado su Vida, libremente y voluntariamente, para salvarnos y rescatarnos.

 Lo ha hecho por Voluntad del Padre, obedeciendo por amor y libremente. Dándonos ejemplo de obediencia y de amor. Porque la obediencia está por encima de las apetencias y gusto. No se ama por sentimiento o gustos, sino por compromiso y responsabilidad. Y ese es el Misterio del Amor de Dios, que no teniendo ninguna obligación ni necesidad de amarnos, nos ha amado hasta el extremo de entregarnos a su Hijo a una muerte de Cruz para redimirnos.

No se puede entender, porque nuestra pobreza y pequeñez no alcanza a comprender tanto amor. Pero la realidad es que estamos vivos por el Amor y la Misericorida de nuestro Padre Dios. Tratemos de buscar, como Nicodemo, al único y verdadero Hijo de Dios, que ha venido al mundo, enviado por el Padre, para ofrecernos la salvación.

domingo, 12 de abril de 2015

TENIAN MIEDO

(Jn 20,19-31)


Los discípulos tenían miedo, y nosotros seguimos también con el miedo metido en el cuerpo. Ellos, fortalecidos en el Espíritu Santo, fueron venciendo esos miedos. Y nosotros, también en el Espíritu Santo, podemos vencerlo. Se trata de tener confianza y fe en la Palabra del Señor.

El Señor sabe de nuestras limitaciones y de nuestras dudas. El pecado nos limita y nos vuelve ciegos, y nos exige ver para creer. No tenemos fuerzas suficientes para vencerlo por nosotros mismos, y necesitamos la fuerza del Espíritu que Jesús nos ha prometido. Sus apariciones van encaminadas a darnos confianza, a fortalecer nuestra fe. Por eso nos enseña sus Manos y su Costado, para que veamos las huellas de los clavos y la herida de la lanza. 

Sabe que lo necesitamos, porque somos débiles e incrédulos. Qué hermosa promesa nos hace el Señor a este respecto cuando advierte la desconfianza e incredulidad de Tomás: «Porque me has visto has creído. Dichosos los que no han visto y han creído».

Dichosos nosotros que, no viendo, sino confiados en la Escritura y el testimonio de los que han visto, y en la Iglesia, que nos lo transmite, creemos. Descubrir que somos dichosos si creemos es algo muy grande. Tan grande que se escapa a nuestro entendimiento. Porque no lo ha dicho un cualquiera, sino el mismo Jesús. Por eso debemos esforzarnos y abandonarnos en el Señor y en su Palabra, porque haciéndolo así tenemos su promesa de ser dichosos.

Pero, es verdad también, que esa dicha nos compromete a ser antorcha que transmita el fuego de la fe. Hoy en el Evangelio, Jesús da poderes a los apóstoles de perdonar los pecados, y la Iglesia es portadora de esa misión. En Ella somos purificados y perdonados de nuestros fallos y debilidades, para, limpios, continuar la marcha, fortalecidos en el Espíritu Santo, proclamando con nuestras vidas el Mensaje de salvación.

No perdamos de vista esa promesa que Jesús nos hace hoy. Somos dichosos cuando, a pesar de nuestros fallos y pecados, nos levantamos, como el hijo prodigo, y regresamos a la Casa del Padre, para pedirle perdón y darle gracias por tanta Misericordia y Amor.

sábado, 11 de abril de 2015

PERDONA SEÑOR MI INCREDULIDAD Y DUREZA DE CORAZÓN

(Mc 16,9-15)


Les has echado en cara a tus discípulos que, teniendo el testimonio de María Magdalena y, también, el de los discípulos de Emaús, no les hayan creído. ¿Y yo, Señor, que tengo el de tu Iglesia, y sigo dudando, qué me vas a decir? Porque me merezco una gran reprimenda. 

Quizás más que la de los apóstoles, pues tengo más testimonios que ellos, pero sobre todo, la de tu Palabra, revelada a través de los siglos por tu Iglesia. No tengo disculpas, Señor, sino cerrazón y endurecimiento de corazón, que no quiere comprometerse para no salir de su propia casa, donde encuentra sus seguridades. Falsas seguridades, finitas y caducas.

Yo tengo más ventajas que tus contemporáneos porque conozco tu Resurrección y tu Palabra de muchos testigos que han dado la vida por proclamarte y defenderte. Pero también más responsabilidad, porque negarte con tantos testigos y pruebas no tiene, ni sentido ni disculpa. Gracias, Señor, por darme la sabiduría de reconocerlo, y la fuerza y voluntad de pedirte  la fe que necesito.

Pero, no una fe muerta y pasiva, que se adormece en una religiosidad cómoda, de prácticas y cumplimientos descomprometidos, carentes de compromisos de amor. De un amor hiriente, de dolor, de sacrificio que duele, y de pasión. Porque, ¿qué es el amor? ¿Acaso un romance que enamora y da satisfacciones? ¿O un compromiso que a veces duele y exige  renuncias, verdad, perdón, paciencia, mansedumbre, comprensión, bondad?  No tiene envidia, ni orgullo ni jactancia. No es grosero, ni egoísta; no se irrita ni lleva cuentas del mal; no se alegra de la injusticia, sino que encuentra su alegría en la verdad. Todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo aguanta.

El amor nace cuando muere el egoísmo, y cuando tu corazón se entrega desinteresadamente, sin ánimo de recompensa y sin condiciones que le correspondan. Solo así se puede amar a los enemigos, iconos del verdadero amor. Porque así nos amó y nos ama el Señor. 

¿No somos nosotros los enemigos del Señor? Somos sus verdugos, los que lo hemos llevado a una muerte de Cruz condenándole y ofendiéndole, y que todavía continuamos haciéndolo. 

Sin embargo, Él continúa perdonándonos y amándonos, y  lo más sorprendente es que, a pesar de eso, sigue enseñándonos a amar.

viernes, 10 de abril de 2015

¡CUÁNTAS VECES HEMOS DECIDIDO REGRESAR!

(Jn 21,1-14)

En muchos momentos de nuestra vida hemos decidido regresar. Regresar a lo viejo, a lo ya conocido, a lo de siempre, a nuestros propios ambientes de siempre. Recuerdo que mi nieto Manuel, cuando añoraba su casa, solía decir: "Regreso a mi casita de siempre". Sí, nuestra vida de siempre hace de cadena que nos ata y esclaviza, y nos cuesta mucho salir y romper con ella.

Ese momento llega cuando las cosas no salen como esperamos. Pronto o tarde desistimos y lo dejamos. No soportamos cargar con una cruz que no hayamos elegido. No nos apetece ni nos gustan cruces extrañas o inesperadas. Y escondemos a nuestro corazón, ignorantemente, que el amor nace y crece entre cruces. No puede existir amor cuando las cosas van bien, porque ese no es el caldo de su cultivo.

El amor se cría en el dolor, la adversidad y el odio. Porque hay verdadero amor cuando eres capaz de amar a tu enemigo. Lo demás es pura lógica o intereses. Supongo que estos y otros sentimientos fueron experimentados por los apóstoles y la gente cercana a Jesús. Todo había pasado y nada ocurría. Sí, había rumores del Jesús Resucitado, e incluso ellos lo habían visto, pero todo parecía un sueño.

Vamos a pescar es como una actitud de empezar de nuevo a lo mismo, dejando atrás la esperanza vivida. Es como un no saber qué hacer y tratar de olvidar lo presente. Intuimos que Jesús está, pero como si no fuera muy en serio con nosotros. Supongo que muchas veces nos ocurre lo mismo. Dejamos el camino emprendido porque perdemos la perspectiva de Jesús y el mundo nos seduce o nos vence.

Y Jesús se aparece de nuevo. Les sorprende desde la orilla pidiéndoles pescado. Despiertan confundidos pensando que es el Señor. Pedro se mueve rápido desde el momento que intuye que puede ser Jesús, pero nadie se atreve a preguntarle. Se percatan que después de estar toda la noche pescando sin coger nada, en unos momentos, e indicado por aquella persona, sus redes se le llenan de peces. ¡Es el Señor!

Con el Señor todo cambia y nada falta. Él nos satisface el alimento material y el espiritual. El nos anima y nos conforta, y nuestras esperanzas cobran vida y ánimo. Es la tercera vez que Jesús se les aparece a los discípulos y les confirma que ha Resucitado y que está entre ellos. También a nosotros nos lo dice cada día en la Eucaristía, pero necesita que le prestemos oído y escucha, y como Pedro, saltemos rápidos y prestos a su llamada.

Quizás necesitemos agudizar nuestra vista y fijarla bien en todo lo que nos rodea, porque Jesús puede estar en la otra orilla llamándonos, o en ese hermano pidiéndonos un poco de pescado o una palabra de esperanza, para despertarnos y animarnos a seguir en la brecha. El Señor no se ha ido. Permanece entre nosotros, y nos espera y anima a, permaneciendo en Él, seguir proclamando su Palabra.