jueves, 2 de abril de 2015

DENTRO DE CADA UNO DE NOSOTROS, QUIZÁS, HAY UN JUDAS

(Jn 13,1-15)


Posiblemente pensemos que nosotros no traicionaríamos a Jesús. No nos imaginamos ni nos vemos en ese papel, pero nuestra realidad habla de otra manera. Porque, ¿cuántas veces hemos hecho oídos sordos a sus Palabras? ¿Y estamos atento y a la escucha de lo que nos dice? Cuando hacemos nuestra voluntad y no la de Él, ¿no le traicionamos?

Quizás no le vendamos al estilo de Judas, pero le abandonamos y le negamos como hizo Pedro, por miedo, vergüenza o respeto humano. Y eso es una manera también de traicionarle y venderle. Desde esta reflexión y perspectiva podamos comprender a Judas, y también a otros, y, sobre todo, a nosotros mismos.

Somos pecadores, debilitados por la mancha del pecado original, que mantiene nuestra frágil naturaleza humana herida y esclavizada. Y enfrentarnos a ella con nuestras solas fuerzas es un disparate y una garantía para el Maligno que nos desafía. Posiblemente, Judas cometió ese gran error. Alejarse de Jesús fue dejarle el terreno libre al diablo. Sin embargo, Pedro, lejos de desesperarse, lloró su pecado. Ese llorar descubrió su arrepentimiento y dolor reconociendo su pecado, y buscó el perdón en la mirada de Jesús y en su Misericordia.

Posiblemente ese ha de ser nuestro camino. Un camino de esperanza que, reconociendo esa actitud propensa al pecado, humildemente, arrepentido, nos postramos ante el Señor para pedirle perdón. Y adquirimos el compromiso de continuar su camino permaneciendo siempre a su lado. Tanto en los momentos de euforia y gozo, como en los de desanimo y tristeza.

Y siempre confortados por la oración y alimentados por la comunión de su Cuerpo y Sangre. Porque pretender seguirle a nuestro ritmo y voluntad, es perderle de vista. Bien, es verdad, que nuestros pasos son lentos y torpes, pero el Señor cuenta con ello. Nos conoce mejor que nosotros mismos, y sabe de nuestra torpeza. Pero nos espera, nos conforta, nos levanta y nos anima, siempre y cuando tú te esfuerces en seguirle.

Y el seguimiento a Jesús pasa por el servicio de lavarnos los pies. Lavarnos los pies desde el maestro al discípulo, desde el jefe al subordinado, desde el de arriba al de abajo. Porque la humildad se descubre en el gesto del que manda con el que sirve. Invertir los papeles es lo que nos enseña y muestra Jesús, pues lo natural es que el siervo sirva al amo. Y eso no significa humildad sino cumplimiento. La humildad exige libertad y gratuidad del que mereciendo ser servido se abaja a servir.

Pidamos al Espíritu de Dios que nos infunda la sabiduría, la paz y fortaleza de no desesperar, y confiar pacientemente en su respuesta y su protección, porque nuestro Padre Dios nos ha demostrado su Amor en su Hijo Jesús.

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