miércoles, 8 de abril de 2015

¿NO ARDE TAMBIÉN NUESTRO CORAZÓN?

 Lucas 24, 13-35 
Muchas veces hemos experimentado que nuestro corazón se llena de gozo y alegría, ardiendo entre lágrimas y llantos de emoción. Alguna vez ha sido la emoción de una buena película de la vida del Señor, o cualquier otra escena donde el amor se hace visible como testigo de la verdad del Evangelio. Puede haber ocurrido tras una hermosa homilía o un buen testimonio de alguna persona.

El Señor puede valerse de cualquier recurso para tocarnos el corazón y ganarnos. Así ocurrió con los discípulos de Emaús. Como tantos de nosotros caminamos en retirada desanimados porque no ocurre nada. Ellos, los discípulos, desanimados porque, pasaban ya tres días, y no había sucedido nada. Sí, había rumores de que algunas mujeres vieron el sepulcro vacío, y también algunos de los nuestros, avisados, les ocurrió lo mismo. Pero a Él nadie lo ha visto.

Regresaban a sus antiguas vidas. Trataban de volver al ayer y reconstruir sus viejas vidas, resignados de que todo había sido un espejismo. No había sucedido como ellos esperaban. Tanto era así, que fijados y concentrados en esas ideas no se percataron que Jesús se les acercó y entabló conversación con ellos. Sus ojos y mentes estaban cegados por sus propias ideas y ambiciones.

¿No nos ocurre a nosotros también? Nuestros corazones se iluminan y arden al instante, pero de la misma forma se apagan. No entendemos al Señor, y nos formamos una idea del Dios que queremos, el que nos gusta y deseamos. Y si no es así, nos enfadamos y lo rechazamos. Quizás no estamos lejos de los de Emaús y repetimos la historia en nuestras propias historias cada vez que las cosas no salen como nosotros esperamos.

Posiblemente, cada uno de nosotros espera un Jesús particular. Un Jesús que se adapte a sus ideas e ideales. Un Jesús que colme sus esperanzas y satisfaga sus proyectos tal y como cada uno desea. Si no es así me manifiesto en desacuerdo con Él y le rechazo o le mantengo a distancia. 

Una cosa podemos concluir. Si ese es el Jesús que buscamos, nunca lo encontraremos, pues ese Jesús no existe. Está solo en tu mente, pero no en la realidad. Jesús es el Hijo de Dios, que ha venido al mundo a decirnos que tenemos un Padre. Un Padre Dios que nos quiere y que, en Él, en Jesús, y por su mediación, quiere salvarnos. Pero una salvación según Jesús nos enseña y nos proclama: "El camino de la Cruz, tal y como Él mismo ha sufrido primero".

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