martes, 5 de mayo de 2015

UNA PAZ NUEVA

(Jn 14,27-31a)


La paz de este mundo es una paz establecida con las fuerzas y el poder. Desde que hay un desequilibrio se impone la fuerza y el sometimiento. La igualdad y los intereses establecen el equilibrio de la paz. Es una paz de fuerzas, de poder, de riquezas...

La paz de la que habla Jesús es otra paz diferente. Es la paz que nace del corazón, de un corazón que ama, que habla en verdad, en justicia y en libertad. Es la paz que defiende y que habla de la dignidad del hombre, y establece la igualdad y justicia para todos. Es la paz que hermana y nos hace fraternos y solidarios. Es la paz que permite a los pueblos vivir en buenas relaciones y convivir en verdad, justicia y, valga la redundancia, en paz.

Jesús nos promete volver a nuestro lado, y nos descubre que el Padre es más que Él, el Hijo enviado, y por eso vuelve al Padre. Porque Él hace la Voluntad del Padre. Ahora llega la hora del Príncipe del mundo, que a pesar de no poder con Jesús, si tiene permiso para actuar sobre nosotros, y poder para vencernos y seducirnos. 

Por eso el Señor no nos deja solo. Nos envía el Paráclito, el Espíritu Santo, que nos ayuda y nos asiste contra la amenaza del Príncipe de este mundo, y nos ilumina y fortalece para la lucha por la paz y la unidad de todos los hombres. Esa es nuestra meta, primero encontrar paz en nuestras conciencias, para luego darla y llevarla a un mundo enfrentado por envidias, odio, guerras, poder, ambición y venganza.

Comprendemos que sin el Espíritu de Dios nos será imposible encontrar paz, porque dentro del corazón del hombre habita el pecado, y por el pecado entramos en conflicto unos con otros hasta  llegar a la guerra y muerte. Necesitamos la asistencia del Espíritu Santo para arrojar luz y serenidad en nuestras conciencias que nos permita abrir espacios de diálogo en verdad y justicia y que haga posible la convivencia fraterna entre los pueblos.

Por eso, convencidos de que el Señor está presente en el Espíritu entre nosotros, pedimos luz para encontrar espacios de diálogo fraterno y paciencia para mantener siempre viva la esperanza de una paz nueva, según la Voluntad de Dios, que mantenga viva la llama de nuestro amor.

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