martes, 30 de junio de 2015

LA VIDA ES UN EXAMEN DE NUESTRA FE

(Mt 8,23-27)


Si nos paramos a pensar llegaremos a la conclusión que la vida es hermosa a pesar de todas las dificultades que nos presenta. Y es hermosa si llegamos a descubrir la oportunidad que representa para alcanzar el don más preciado:  "El gozo y la dicha eterna en la presencia del Padre que nos quiere".

Sería absurdo y erróneo pensar que el camino no ofrezca dificultades. Suponer un camino fácil no es nada coherente, porque en nuestro corazón está escrito que lo costoso y difícil tiene mucho valor. Eso es buen presagio, que la dificultad nos lleva al estimado y querido tesoro. Un tesoro común a todos los hombres rebosante de gozo y felicidad. Pero cuyo camino está y se presenta lleno de luchas y adversidades.

Y es nuestra esperanza y nuestro gozo: "Sufrir y padecer por perseverar y mantenernos fieles a Cristo. Y es también nuestra oportunidad de demostrarle a Jesús nuestra fidelidad, porque las palabras lo dicen, pero son los hechos y las obras las que lo confirman. Comprendemos ahora el gozo de los apóstoles cuando sintieron y experimentaron sufrimientos y padecimientos por el Señor. Sus corazones exultaron de alegría al poder demostrarse y demostrar su fidelidad a Jesús. Así experimentaremos también nosotros entre las tempestades que durante el camino de nuestra vida se nos vayan presentando.

No es nada fácil el camino, pero me atrevería a decir que es necesario experimentar sufrimientos y padecer amenazas y persecuciones para dejar firme y testimoniado nuestra fidelidad al Señor. Sólo en la vivencia de las dificultades podemos testimoniar y dejar probado nuestra fidelidad y verdadero amor al Señor. Porque cuando las cosas son difíciles queda patente nuestro compromiso y nuestra verdad.

Por eso, la vida es siempre hermosa, porque de una forma u otra es una constante prueba de amor, y un desafío a nuestra esperanza. Será difícil superarla, pero no imposible. Dependerá de que entiendas que no puedes enfrentarte a ella solo. Por eso ha venido Jesús, el Hijo de Dios, y también ha sido enviado el Espíritu Santo. Con Él no podemos perder, pero hay que tener fe y confianza.

Habrá muchas Tempestades en nuestra vida, pero en lugar de hundirnos lograrán fortalecernos como rocas, porque nuestra barca está apoyada en Jesús, la Roca firme que nos sostiene y salva. En Él permaneceremos siempre a flote.

lunes, 29 de junio de 2015

EL FUTURO ESTÁ GARANTIZADO

(Mt 16,13-19)


El paso del tiempo va borrando las promesas y debilitando la fe y la esperanza en ellas. Sucedió así en la plenitud de los tiempos cuando el Precursor Juan, el Bautista, despertó la conciencia, dormida por los tiempos, de la profecía de la venida del Mesías.

En el Evangelio de hoy, Jesús, promete a Pedro el primado de la Iglesia poniéndola a salvo del poder del infierno. No lo dice cualquiera o alguien de relevancia, sino el mismo Jesús que, en el Evangelio de ayer domingo, curaba a la hemorroisa y resucitaba a la hija de Jairo. Pedro ha recibido de Jesús el poder de continuar su Obra evangelizadora en la tierra. Jesús funda la Iglesia y pone a Pedro a la cabeza de ella. Y lo hace con la garantía del éxito y el triunfo sobre el Maligno, las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella.

Añade Jesús: "A ti te daré las llaves del Reino de los Cielos; y lo que ates en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates en la tierra quedará desatado en los cielos".

Ahora lo que falta por nuestra parte es creerlo, es decir, fe y confianza. Tener plena confianza en su Palabra, y confiar en que nada, por mucho que estemos viendo, pueda destruir la Iglesia. Francisco, el hoy Papa, sucesor directo de Pedro, conserva la misma promesa de Jesús, y, en el Espíritu Santo, recibe la Gracia para dirigir la Iglesia con total éxito según la Voluntad de Dios.

No sabemos cómo ni por qué caminos el Señor nos conducirá y cumplirá su Palabra. Pero, a pesar de las tempestades del mar de la vida, sabemos que la Palabra del Señor es Palabra de Vida Eterna. En Él siempre todo se ha cumplido. Experimentamos persecuciones, fracasos, deterioro, corrupción, amenazas de muerte, rechazos y olvido de Dios, pero su Palabra sigue en pie.

Y, aunque eso no nos exime de preocuparnos y de trabajar por establecer el Reino de Dios en la tierra, sí mantenemos y conservamos la esperanza en la promesa del Señor. Hoy la recordamos en el Evangelio y nos suena cercana y directa. El Señor Vive y está entre nosotros, y a su lado nada tememos, porque Él está en la Barca de nuestra vida para, avisado por nuestras oraciones, calmar las tempestades. Amén.

domingo, 28 de junio de 2015

A PESAR DE QUE TÚ NO QUIERAS, LOS HECHOS LO DEMUESTRAn

(Mc 5,21-43)


No hay cabida para la reflexión. Este pasaje evangélico no da lugar a dudas. Puedes tenerlas, pero de la misma forma puede venirse abajo todo lo que hasta ahora crees y apoyas en la historia antigua, moderna o contemporánea. No creer en el Nuevo Testamento, hechos de los apóstoles, es como negar los hechos que se apoyan en la historia. La Tradición y prestigio de la Iglesia da credibilidad a estos hechos.

Y ante el Evangelio de hoy no cabe ninguna evasión. Crees o no crees. Crees porque hay hechos evidentes que lo prueban, demuestran y dan testimonio de la Verdad. Y no crees porque prefieres entregarte al mundo y no comprometerte, por amor, en renunciar a ti para darte a los demás. Así de sencillo. La resurrección de la hija de Jairo, después de muerta, como sucedió con Lázaro, el buen amigo de Jesús, aleja toda duda del poder de Dios y de su Amor por salvarnos.

Pero, la curación de la mujer, que padecía flujos de sangre, nos deja enmudecidos y boquiabiertos sin poder de reacción ante las maravillas del poder del Hijo de Dios. ¡Realmente, Tú, Señor, eres el Hijo de Dios Vivo!

No se puede ignorar estos hechos y muchos otros. Cada pasaje evangélico nos descubre la Divinidad, y también la humanidad de nuestro Señor Jesús. Cuando creemos con suma facilidad todo lo que nos dice Bill Gates u otros científicos, porque lo han probado, negamos los hechos históricos, pero reales y vividos del Hijo de Dios. Es fácil creer muchos supuestos y deducciones con los que la historia llena muchas lagunas y vacíos para completar la cadena que explique muchos interrogantes en la historia del hombre. Y muy difícil creer históricamente en la Palabra de Jesús, el Hijo de Dios. La diferencia es que lo que suponen y deducen unos, en Jesús está probado por testigos que nos lo han transmitido por la Tradición y las Escrituras.

Posiblemente, ocurre que mientras creer en los científicos es indiferente y no incide de forma sustancial en mis proyectos y convicciones. Creer en Jesús afecta de forma profunda a toda mi vida, y derrumba mis ideas y proyectos para, desechándolos, dejar y poner en primer lugar los que me propone Jesús. Se trata de dejar mi volntad para hacer la Voluntad de Dios.

Y eso es molestoso, duro, fastidioso, complicado, complejo y muy difícil de vivir. Tan difícil hasta el punto de que no podemos hacerlo solos, sino que necesitamos la Gracia del Espíritu de Dios y el peregrinar intimamente unido a Él. Porque sin Él nada conseguiremos. Amén.

sábado, 27 de junio de 2015

NO PUEDO AUMENTAR MI FE

(Mt 8,5-17)


No sé qué hacer para acrecentar mi fe. ¿Cómo sería la fe del centurión? De sus palabras se desprenden gran fe y una gran confianza en que el Señor puede curar a su siervo. Yo quiero creer así también Señor, pero experimento debilidad y confusión porque no tengo ninguna señal que me lo haga saber y me descubra la medida de mi fe.

Posiblemente estoy ciego y no veo todo lo que he recibido. Posiblemente estoy más que ciego, y no percibo los hermosos y largos días de la vida que Él me ha dado. Posiblemente no advierto que mi fe es la que hoy puedo tener, y que tener más podría ser malo para mí. Posiblemente no sé las razones de que Dios no quiera aumentarme la fe, y sí lo hizo con aquel centurión. 

Posiblemente no sepa nada, y lo que debo hacer es postrarme ante el Señor y confiar esperanzado en su Misericordia y Amor. Doy gracias a Dios, mi Padre, por demostrarme todo su Amor en Palabras de su Hijo Jesús, y en entregarlo a una muerte de Cruz para darme la oportunidad de salvarme. Doy gracias por tanta Misericordia, pues me siento indigno de recibirla.

A veces pienso que mi fe es muy pequeña porque no me siento con confianza para entregarme como me gustaría, o como pienso que debo hacer; otras veces creo que es el Maligno, quién me inquieta y hace pensar así para desesperarme y confundirme. De una u otra forma experimento que mi fe es pobre, pequeña y se tambalea. Quisiera tener una fe como la del centurión, pero eso me recuerda a algunos amigos que me han confiado que les gustaría creer en Dios.

La fe es un don de Dios, y creo que todos la tenemos sellada en nuestro corazón, porque Dios nos la ha dado como Padre Bueno que es y quiere que todos sus hijos crean en Él. Ocurre que muchos la rechazamos, otros la acogemos con indiferencia; otros no llegamos ni a descubrirla y nos quedamos en la mediocridad, y sólo algunos la acogemos, la aceptamos y nos abrimos a ella. Es posible que muchos de los que abren sus corazones a la fe se queden en un treinta por ciento, otros en un setenta y algunos lleguen al cien.

No sé dónde estaré yo. Creo que algo debo tener, y, por eso le doy gracias a Dios. Y digo algo debo tener en cuanto trato de buscarle y esforzarme en vivir su Palabra. ¡Claro!, dejo mucho que desear, pero confío en que pueda, con su Gracia, ir mejorando. 

Por eso, te pido, Señor, que aumentes mi fe, porque yo no puedo sino postrarme delante de Ti y esperar confiado que quieras dármela. Si Tú quieres Señor, como diría el centurión, puedes hacerlo. Amén.

viernes, 26 de junio de 2015

PRIMERO RECONOCERME PECADOR

(Mt 8,1-4)


Está claro que no va al médico sino aquel que se siente enfermo. Un enfermo de azúcar no se da cuenta de su enfermedad si no se hace un control de su glucosa, porque ella no avisa. Te va deteriorando sin que te des cuenta. Y, el ejemplo que nos sirve a nosotros, no acudes al médico a controlársela sino cuando adviertes que la padeces.

De igual forma, no acudirás al Señor mientras no reconozcas tu condición pecadora. La lepra del pecado nos va minando y comiendo nuestra alma, y contagiándonos hasta perdernos. Necesitamos advertirlo, y ya descubierta la enfermedad buscar al Médico del alma para que nos limpie y nos sane. Es resaltable y digno de admiración  la confianza del leproso en el poder del Señor para curarle. Pero más importante es darnos cuenta de nuestras lepras, no tan visibles como la lepra original, pero igual de mortífera que ella.

El mundo nos distrae, y los ambientes tan contaminados de bienestar, de comodidades, de pasa tiempos y diversiones; de distracciones, eventos deportivos, ocio y juegos, actos sociales...etc. A los que se suman Internet, televisiones, vídeos, películas y un sinfín de actividades que nos excluyen a Dios de nuestra vida. Es más, llegamos a pensar que Dios nos molesta y estorba, y, en el mejor de los casos, pensamos que ya le atenderemos cuando seamos mayores y le necesitemos, pero por ahora no nos hace falta.

Posiblemente pensemos que no nos hace falta ninguna limpieza. Somos gente buena y honrada y sana. Y eso de la lepra no va con nosotros. Sin embargo excluimos a muchos, rechazamos a aquellos que no gozan de nuestra simpatía y seguimos nuestros proyectos sin tener en cuenta a los demás. En pocas palabras, pensamos en nosotros y muy poco en los demás. Y en ese poco de los demás solo incluimos a algunos: hijos, familiares y amigos que nos caen muy simpáticos. Los enemigos ni verlos.

No es leve nuestra enfermedad de lepra, que nos aleja del Señor y nos mancha con el pecado del desamor. Llega incluso a vendarnos nuestros ojos y no ver sino lo que el pecado quiere que veamos. Permanecemos ciegos y dejándonos guiar por ciegos. Y mientras no descubramos nuestras lepras no recurriremos al Señor para pedirle que nos limpie. Y pedírselo con confianza, porque el Señor ha venido para limpiarnos, pero necesita, como el leproso del Evangelio, que le digas: «Señor, si quieres puedes limpiarme»

jueves, 25 de junio de 2015

SOY YO DE LOS QUE DIGO: SEÑOR, SEÑOR

(Mt 7,21-29)


Se me ponen los pelos de punta porque no me hace discípulo de Jesús el ir a verle y hablar con Él, sino el amor con el que viva sus Palabras y los frutos que del mismo se desprendan. Muchas veces hemos hablado sobre esto, y reflexionado profundamente, pero no estoy seguro de que lo esté cumpliendo.

Quizás el saber que puedo confesar mi fracaso y, arrepentido, volver a empezar, me da esperanza, pero el gusanillo del temor a engañarme, acomodarme y descansar en mi confortable vida de piedad, que me sirve para llenar las horas de aburrimiento y pasarlas mejor, me hace temblar. No estoy contento con mi labor de apostolado, o al menos insatisfecho. Siempre me culpo de pasividad o comodidad.

Sé y conozco a gente que lo pasa mal. Sé que hay necesidades y servicios por los que puedo y debo hacer algo más, y sabiéndolos me quedo en silencio y quieto. Quizás no sepa qué y cómo hacer; quizás el miedo o sentido de ridículo me paralice; quizás mis prejuicios o falta de fe...etc. Realmente no sé qué puede ocurrir, pero lo que sí sé es que no apuro mi vida hasta el extremo de sufrir lo que sea por servir y amar por Cristo. Y eso es de lo que el Señor me va a pedir cuentas.

Me da miedo que no me asalte la intranquilidad y desesperación, y que reflexione sobre esto de forma serena y tranquila. Temo instalarme y acomodarme, y eso me descubre que el Maligno trata de que no nos preocupemos ni nos tomemos esto tan en serio. Nos lleva a la mediocridad y a instalarnos entre dos aguas. Por eso, Señor, no pierdo las esperanzas de que tu Gracia me transforme y me llene de vida y vitalidad para saltar como el ciego Bartimeo y responderte con ese: Señor, ¿qué quieres de mí?

Toda esta forma de plantearme mi vida Señor, me lleva a pedirte desesperadamente que cambies mi corazón y me llenes de la caridad y generosidad con la que deseo servirte en los hermanos. Percibo cada momento como un tesoro que se me escapa, y experimento mi propia impotencia de no poder cambiar sin tu Gracia. Eso me descubre la imperiosa necesidad de agarrarme fuertemente a Ti, y de implorarte a cada instante tu Gracia. Porque no quiero perderte a pesar de mi tibieza, y quizás, es esa tibieza, de la que me avergüenzo, el imán que me mantiene temerosamente agarrado a Ti.

¡Oh, Señor, dame la Gracia de crecer en tu Amor por el amor a mis hermanos! Dame la sabiduría de encontrar la medida de mi caridad y de darla para buen provecho de mi prójimo. No quiero, por acallar mi conciencia, derramarla cómodamente, sino darla y compartirla con el sudor de mi sangre. Que mis oraciones tengan respuestas en la entrega de mi vida.

miércoles, 24 de junio de 2015

TOMA CONCIENCIA QUE, EN ESTE MISMO MOMENTO, EL SEÑOR ACTUA


(Lc 1,57-66.80)


No hay instante en los que el Señor deje de actuar. Todo instante es del Señor. Él es el tiempo, el espacio y todo, porque en todos está su presencia creadora y protectora. Nuestra vida está llena de su presencia y todo lo que ocurre está supervisado por su Voluntad. De modo que, si deja que ocurra lo que ocurre es porque conviene para nuestro bien.

Pero, también, el Señor ha querido también por su Voluntad, dejarnos intervenir. Y nos ha dado la libertad de elegir. Elegir obedecerle o no hacerlo. Somos las únicas criaturas que podemos rechazarle y negarle. De tal forma que, sucediendo algo que puede ser para nuestro provecho, nosotros lo utilizamos para nuestra perdición.

El Señor nuestro Dios intervino en la casa de Zacarías e Isabel, y siendo mayores les concedió el favor de un hijo. Un hijo al que le iba a ser encomendada una misión, la de preparar los caminos al enviado del Padre, el Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Nada es imposible para nuestro Padre Dios, y aquella profecía se cumplió, a pesar de la duda de Zacarías, que perdió el habla por algún tiempo como prueba de que aquello era cosa de Dios. Recuperándola al reconocerlo, asintiendo el día de la circunscisión del niño, con el nombre de Juan.

Juan creció y  su espíritu se fortaleció preparándose para la misión para la que había venido. Vivió en los desiertos hasta el momento de su manifestación al pueblo de Israel. Pueblo que estaba desorientado, en silencio y alejándose de los caminos de Dios. Juan fue la voz que gritó en el desierto llamando a conversión, y preparando los caminos del Señor. No era la Palabra, sino la voz que clamaba y anunciaba la venida del Mesías y Salvador.

Juan preparaba el terreno para el arrepentimiento, para la conversión y para el Bautismo. Él bautizaba con agua, pero anunciaba que el que había de venir lo haría con Espíritu. El Espíritu de Dios que fortalece y  transforma nuestros corazones, y que nos envía también a proclamar el Evangelio.

Por el Bautismos estamos comprometidos a ser antorchas vivas de la Palabra de Dios, porque llevamos dentro el Espíritu Santo, que nos capacita y nos llena de sabiduría para proclamar con nuestras vidas alabanzas y glorias al Señor.

martes, 23 de junio de 2015

INTENTALO, VIVE LA EXPERIENCIA DE OCUPAR EL LUGAR DEL OTRO

(Mt 7,6.12-14)


No es cuestión de juzgar ni criticar, sino de valorar los actos de los demás desde una vivencia personal de los mismos. No cabe duda que cuando intentas recomponer los hechos que han llevado a otro a cometer errores, y tratas de vivenciarlos en tu vida, comprendes las dificultades y la posibilidad de equivocarte.

Entonces es cuando estás en situación de entender y comprender el fracaso o error de otra persona. Es fácil caer en el error de criticar y juzgar a bote pronto, y emitir juicios prematuros y sin el conocimiento profundo de vivir esa experiencia. Todo sería diferente si, pacientemente, tratásemos de construir los hechos desde la realidad de experimentarlos personalmente.

Hoy en el Evangelio, Jesús nos habla de cuidarnos de su Gracia. Gracia recibida de su Amor a los que se abren a ella. No se pueden desperdiciar entre aquellos que, siendo hijos, se cierran a recibirla, e incluso la rechazan. De igual forma, el amor nos exige compartir, y compartir lo que buscamos para nosotros mismos. Amar establece querer para otros lo mismo que deseas y quieres para ti. Volvemos a repetirlo porque no hay otra forma mejor de decirlo: Ocupar el lugar del otro es la mejor experiencia que nos ayuda a entenderlo y comprenderlo, y también a amarlo.

Porque el amor es precisamente eso, buscar y desear el bien, que buscas y deseas para ti. Es transmitir esa felicidad que descubres en tu relación con Jesús a aquellos que no la han descubierto, la ignoran o la rechazan sin conocerla. Es simplemente dar lo que descubres que es bueno para ti y lo puede ser para los otros.

Y se hace difícil vivir esas actitudes. Exige una constante renuncia y asumir muchos rechazos y dificultades que obstaculizan tus buenas intenciones. La puerta se estrecha mucho hasta el punto que el camino se hace muy sacrificado, incluso llegando en algunos momentos a la amenaza de martirio. Por el contrario, la puerta ancha es la de la despreocupación, la de las apariencias de felicidad, de comodidad, de bienestar y la de los intereses egoístas. Es mucho más fácil seguirla y caben todos y todo.

Pero, sabemos por experiencia, que al final ese camino lleva a la perdición. Lo hemos vivido y conocido en muchos amigos y personas conocidas. La felicidad que buscamos no es la que da el poder, ni las riquezas, ni tampoco el alcohol, el sexo o la fama y privilegios. Son felicidades y gozos efímeros, caducos y que nos llevan al vacío y la perdición.

La verdadera felicidad sabemos que está en vivir una vida entregada a amar de verdad. Un amor que se experimenta en el dar y servir. En buscar el bien del otro de la misma forma que lo buscas para ti.

lunes, 22 de junio de 2015

AL JUZGAR PONTE EN EL LUGAR DEL OTRO

(Mt 7,1-5)


Supongo que esa es la actitud correcta, la de ponerse en lugar del otro, porque así nuestro juicio será bueno y sensato, y vendrá cargado de buenas intenciones fraternas que nos ayuden a corregirnos y mejorar. Creo que eso es lo que Jesús nos advierte en el Evangelio de hoy, porque también, en otro momento, nos anima a corregir fraternamente a nuestros hermanos cuando advertimos su mala conducta.

No se trata, pues, de juzgar a la ligera y sin tener en cuenta nuestra misma conducta, que a veces también deja mucho que desear y comete los mismos o peores errores. Se trata de ser positivo y tener una actitud fraterna y bien intencionada al tratar de corregir y denunciar los fallos que cometemos, tantos propios como del prójimo. Se trata de sumar, de favorecer circunstancias positivas, de mejorar y de perfeccionarse.

Se trata de, antes de mirar al otro, mirarte tú mismo, y descubrir, quizás, la viga en tu ojo antes de criticar y denunciar la mota del otro. Ese es el sentido del juicio. Porque juicios hay que hacer para discernir el buen camino o el malo. Y al hacerlo estamos ya juzgando. No podremos decidir si esto está bien hecho o mal sin antes emitir un previo juicio. Jesús nos habló en parábolas y nos ayudó a discernir el buen camino y a juzgar el camino malo para, conociéndolo, desecharlo y descartarlo.

Está claro que el Señor nos aclara que lo importante son las buenas intenciones del corazón. Juzgar con amor no es acusar ni desprestigiar a nadie, sino tratar de ayudarle a advertir que se aleja del buen camino y se aventura por otros peligrosos que ponen en peligro su vida. Se trata de descubrir la necesidad del Buen Pastor y de permanecer en el seguro y verdadero redil. Las tentaciones del mundo pueden confundirnos y llevarnos a cañadas y peligros desconocidos y con malas intenciones.

Tratemos de limpiar primero nuestras propias vigas de nuestros oscuros ojos, para ver claro y, entonces, atrevernos a juzgar con un corazón limpio y fraterno las motas o errores en los ojos de los demás. Porque de esa manera seremos capaces de arrojar luz y misericordia de la Mano del Espíritu Santo en el corazón de los demás.

Pidamos al Espíritu de Dios la Gracia de saber  juzgar desde el amor injertado en el Señor.

domingo, 21 de junio de 2015

Y, HOY, TODAVÍA SEGUIMOS PREGUNTÁNDOTE, SEÑOR

(Mc 4,35-41)


No hemos parado de preguntarle al Señor. Continuamos haciéndolo porque surgen muchos interrogantes que nos interpelan y nos dejan perplejo. No entendemos lo ocurrido en los campos nazis de refugiado durante la segunda guerra mundial; no entendemos el hambre y la sed que padece África y otros lugares del mundo. Menos entendemos las migraciones que se suceden en pleno siglo XXI y que son carne de explotación y esclavitud en los países de destino.

Sí, hemos levantado la mirada y dirigida al Cielo le hemos preguntado al Señor: ¿Dónde estás Dios mío? ¿Por qué permites que estas cosas sucedan? Observamos impotente los devastadores tsunami, huracanes y terremotos que devastan pueblos enteros y que suceden en zonas pobres y débiles. Y qué quizás nosotros no socorremos como deberíamos hacer o ayudar para que no suceda de forma tan mortífera e indefensa.

En estos casos no se trata de falta de confianza, sino de no hacer las cosas como se tendrían que hacer. Porque el mundo tiene recursos para evitar estas situaciones puntuales o para que no sean tan devastadoras. Sabemos que no existe la solidaridad necesaria, no tanto a esos momentos, sino a tener una ayuda y preparación para formarse y prepararse para evitarlos cuando llegue la hora. Se hace necesario preparar y darles a esos pueblos las herramientas necesarias para que sean capaces de proveerse todo lo que necesitan.

Pero, a pesar de todo eso, debemos saber y confiar que Jesús está entre nosotros. Y nos dará la fuerza y el valor que necesitamos para afrontar las diversas situaciones. Esos son los miedos que tenemos que quitar de nuestros corazones. Debemos confiar que nuestro trabajo diario por hacer justicia y buscar la verdad, para encender la fraternidad entre los pueblos, está supervisado por el Ojo de Dios, y que Él nos proveerá y dará todo lo que necesitemos para que la justicia y la verdad primen por encima de todo.

Así ocurrió aquel día con los apóstoles en la barca. Asustados le despertaron, y Jesús les interpeló de cobardes y de poca fe. Igual nos ocurre a nosotros. Nos asustamos por todo lo que sucede a nuestro derredor. Sentimos miedo de las persecuciones y posiblemente por nuestros fracasos. Pero no olvidemos nunca que Jesús está con nosotros. 

Nos lo ha prometido Él, y su Palabra siempre se cumple. Perdona Señor nuestra osadía y atrevimiento. Danos el don de la fe y la confianza en tu Palabra, porque sólo Tú tienes Palabra de Vida Eterna. Amén.

sábado, 20 de junio de 2015

PREOCUPADOS POR EL TENER

(Mt 6,24-34)


Todos tenemos un lugar donde guardarnos nuestros tesoros. Y nos preocupamos por estar abastecidos de esos tesoros. Aparte, tenemos un cuenta en el Banco y nos esforzamos por tenerla llena. Esa es nuestra realidad, ¿para qué engañarnos? Al menos confieso que es la mía.

Es verdad que compartimos, pero, al menos yo, no sé si comparto lo que debo o lo que me sobra. O miro con mucho cuidado de que mi bolsillo no se resienta mucho. No puedo ocultar mi condición pecadora, y sería un iluso si así lo hiciera. Mi Padre del Cielo me conoce y sabe todos mis movimientos, ¿cómo voy a engañarles? Mejor desnudar mi corazón y entregarme tal y como soy, porque sólo así el Médico puede curarme. Dios necesita mis heridas para saciarlas.

Hay que entender lo del ejemplo de los pájaros. Al menos yo creo comprenderlo, pensando que Dios me ha regalado lo necesario para procurarme y proveerme de lo que necesito. Tenemos unos talentos que empleamos para obtener lo necesario para la vida. Nuestros padres de la tierra se han preocupado en exigirnos esfuerzo y trabajo para prepararnos para la vida y que podamos procurarnos lo que necesitamos. 

De igual forma, nuestro Padre del Cielo nos ha dado los talentos necesario para conseguir lo que necesitamos para la vida, y para compartir con los más débiles y necesitados. No todos tienen lo mismo, por lo que los más fuertes deben ayudar a los más débiles. Unos han recibido más pensando que esos dones deben ponerlo al servicio de los que más lo necesitan. Ahí se esconde el egoísmo de atesorar tesoros y pensar de forma egoísta en mí olvidándome de los demás.

Debemos tener en cuenta y confiar que el Señor no nos va a abandonar, ni a dejar de darnos todo aquello que necesitamos. Nos dará siempre lo necesario y mejor según nos convenga. Es posible que yo no esté de acuerdo, o no entienda el camino ni la forma de cómo lo hace el Señor, pero mi fe y confianza es absoluta en abandonarme a su Providencia y cuidados. 

¡Claro!, resulta que me ha dado una cierta autonomía para colaborar o rechazar sus proyectos, y, en parte, hasta dónde Él ha querido, dependerá de mí que las cosas vayan de acuerdo con su Voluntad, que es protegerme, cuidarme y sanarme. Me quiere tanto que ha permitido que yo decida.

Espero, Señor, no defraudarte, y te pido la prometida asistencia del Espíritu Santo no dejarla pasar para ser aprovecharla hasta llegar a encontrarse contigo.

viernes, 19 de junio de 2015

CUANDO HAY LUZ LAS COSAS ESTÁN CLARAS

(Mt 6,19-23)


Suele ocurrir que cuando no tenemos las cosas claras es porque nuestras intenciones no son tampoco claras. Y terminamos diciendo: "Ya lo tengo claro, hago esto y lo otro..." Desde el momento que hemos tomado una decisión correcta, la luz se ha hecho. Porque de tomar una mala o injusta, nuestra conciencia nos deja intranquilos y confusos.

Nos afanamos en amontonar muchas cosas, pero de poco nos vale en cuanto esas cosas son caducas y terminan por desaparecer. No queremos ver y nos dejamos tapar por la oscuridad. Sabemos que los bienes y riquezas de este mundo terminan por desaparecer, pero seguimos en nuestro papel y no cambiamos. Tenemos los ojos enfermos y vendados y no vemos lo que está ocurriendo a nuestro derredor.

Nuestro objetivo es ganar, amontonar bienes y riqueza y ser más grandes que los demás. No nos importa otra cosa, sino el poder y la grandeza. Buscamos la admiración de los otros y despertar sus envidias, a pesar de que sólo conseguimos sufrir, cargarnos de problemas y de disgustos y de ser infelices.

Jesús nos propone un nuevo proyecto:«Amontonaos más bien tesoros en el cielo, donde no hay polilla ni herrumbre que corroan, ni ladrones que socaven y roben» (Mt 6,20). El cielo es el granero de las buenas acciones, esto sí que es un tesoro para siempre.

Este es el mejor proyecto, porque es un proyecto que no se acaba, que permanece. Es un proyecto de futuro y eso es lo verdaderamente importante, el futuro. Porque de nada vale lo bueno de las cosas si sólo son para un momento. Queremos y deseamos que las cosas, sobre todo las buenas y gozosas, duren y permanezcan, y esas son las que nos ofrece Jesús, las buenas obras hechas desde la limpieza del corazón y las buenas intenciones.

Obras alumbradas por la luz de la verdad y la justicia, que buscan permanecer para siempre, porque son los tesoros que no se corrompen porque están custodiados y sostenidos en el amor.

jueves, 18 de junio de 2015

TODO CONSISTE EN EL PERDÓN

(Mt 6,7-15)


Hoy nos lo deja claro el Señor, todo consiste en el perdón, porque si no somos capaces de perdonar, tampoco seremos perdonados nosotros. Así de simple, de sencillo y también de difícil y duro. La cuestión es perdonar, lo que supone amar, porque no se puede imaginar el perdón sin amor.

El simple hecho de perdonar es un acto de amor. Porque perdonar significa olvidar la ofensa, aceptar la amistad y generar de nuevo confianza. ¿No es eso amar? Porque el amor no son sentimientos, aunque formen parte de él, sino compromisos. Compromisos fraternos y de paz. Compromiso de unidad, de servicio, de entrega, de acogida, de aceptación, de escucha, de comprensión...etc.

 Compromisos que nos comprometan, valga la redundancia, en y para la lucha en construir un mundo mejor. Un mundo donde reine la verdad, la justicia y la paz. Un mundo donde renazca y florezca el verdadero Reino de Dios. Y toda esta tarea se sostiene en el perdón. Porque sin perdón no hay posibilidad de nada de esto. Si no, ¿cómo está el mundo? Hay amenazas de guerra porque no se contempla espacios y posibilidades de fraternidad y perdón.

Jesús nos enseña a rezar de forma sencilla y simple, porque sólo una cosa es necesaria, el amor a Dios, santificar su Nombre, y el amor a los hombres, que se refleja en el perdón. Todo nuestro amor a Dios tiene y debe reflejarse en el amor a los hombres, y ese amor pasa por el filtro del perdón. Sin perdón es difícil imaginar que haya amor. Y sin amor estás falseando la verdad y el amor a Dios.

No busques pedir perdón al Señor, sino que te será dado en la medida que tú perdones a los que te han ofendido. No hay escapatoria posible. Tienes que amar, porque amando serás capaz de encontrar la forma de perdonar. Y no miremos para otro lugar o persona que no sea el Señor. Él es el Modelo, la Referencia y el Icono a imitar.

Precisamente, lo que nos salva es el Amor de Dios y su Misericordia. Y nuestro Padre Dios tiene Misericordia con nosotros, es decir, nos perdona, porque nos ama. Sin Amor no habría posibilidad de Misericordia. El Amor de Dios es un Amor comprometido, que aún no siendo correspondido sigue incondicionalmente al pie del cañón y pendiente a cada uno de nosotros.

El camino está claro y sencillo de comprender. Pero experimentamos que nos es imposible alcanzarlo por nosotros mismos. Necesitamos pedírselo al Señor, y en eso consiste esta hermosa oración del Padre Nuestro. Perdónanos Señor nuestras ofensas, y danos tu Gracia para encontrar fuerza y sabiduría para perdonar nosotros también a todos aquellos que nos ofenden. Amén.

miércoles, 17 de junio de 2015

LA DOBLE INTENCIÓN



No jugamos limpio cuando actuamos con doble intención. Sobre todo cuando esa segunda intención busca otro fines que no son los de agradar y dar gloria a Dios. Ocurre que hacemos muchas cosas con esa finalidad, es decir, glorificarnos nosotros mismos. Y ocurre cuando en el fondo de nuestros actos permanece la idea de destacar, de que nos vean y de que vean lo bueno que somos.

Lo que importa y califica el acto es la raíz de la intención. No se trata de ser visto o no, sino que la acción sea movida por el amor a Dios, y no por el amor a ti mismo y para que te vean y seas ensalzado. Ocurre que tus intenciones son buenas, porque buscas la Gloria de Dios y actúas movido por el Espíritu, y si al mismo tiempo, sin pretenderlo, te ven y tus obras sirven para mover a otros, pues, bienvenido sea Dios, tus buenas intenciones hablan por sí mismo y agradan a Dios.

De la misma forma que necesitas la Gracia de Dios para, con y por su Amor, amar también tú, de la misma forma, a tus enemigos. También necesitas estar en íntima relación con el Señor para en la oración buscar espacios de silencio y fortaleza para desprenderte de, no sólo lo que te sobra, sino de lo que tienes y compartirlo con aquellos que no tienen. La posibilidad de ayunar y privarte de parte de lo que tienes para compartirla con otro, te llenará de la Gracia del Espíritu de Dios y fortalecerá tu espíritu llenándote de alegría y gozo.

Porque el Señor descubre lo que hay y guardas en tu corazón y verá con buenos ojos tus buenas intenciones. Y eso hará que no te preocupes ni busques la aprobación de los otros. Sólo interesa el Señor. El Señor es tu público y solo deben interesarnos sus aplausos. Los de los demás solo deben tener un significado afectivo, solidario o emotivo, pero nada más. Lo verdaderamente importante es el aplauso, por expresarlo de alguna manera, del Señor. Sabemos que el Señor no necesita aplaudirnos. Somos nosotros quienes debemos aplaudirle por tener la oportunidad de cumplir sus mandatos y con nuestra obligación, tal es, alabarlo y darle gracia.

De modo que, cuando hagas algo, no lo hagas buscando halagos, apariencias u otras intenciones. Hazlo para gloria de Dios, y, de no sentirlo, que nos puede pasar, pídele que así sea. Porque hasta eso, todo lo que hacemos, aún creyéndonos que lo hacemos nosotros, es por la Gracia de Dios.

Gracias Señor por tanta Gracia, valga la redundancia, y por tanto Amor. Quizás sea ese el mayor misterio de nuestra existencia. Porque existir es evidente y no podemos negarlo, pero experimentar tanto Amor de Ti, Señor, es algo que no nos cabe en la cabeza, o dicho de otra forma, somos tan limitados que nunca, solo cuando Dios quiera, podemos entenderlo.

martes, 16 de junio de 2015

AMAR AL PRÓJIMO AUNQUE SEA TU ENEMIGO

(Mt 5,43-48)


Hay una gran diferencia en el amor, digamos, común, y el amor verdadero. Porque el amor común es el amor natural y racional de la especie humana, pero el amor verdadero es el amor con el que nos ama el Dios Verdadero. Es el amor que nos propone Jesús y que nos enseña con su Vida y Palabra.

Es el amor con el que le envía su Padre del Cielo para que nos lo comunique y nos lo haga saber. Dios nos quiere con locura y, en Jesús, su único Hijo Verdadero, nos hace también a cada uno de nosotros sus hijos. Hijos adoptivos y coherederos con Jesús de su Gloria.

El hombre alberga en lo más profundo de su corazón ansias de amar. Necesita amar, pero su corazón mal herido entiende que ese amor que necesita dar exige correspondencia, y ama para ser amado. Y da, para recibir. Es un amor con resquicio de correspondencia y excluido de la gratuidad. Es la herida del pecado, que lo vuelve egoísta e, interesado. Eso explica las rupturas del amor, sobre todo en los matrimonios. 

Porque el amor no ha madurado y exige correspondencia y satisfacciones, y cuando estás ya han pasado porque llegan otros tiempos, se rebelan y se rompen. El amor necesita madurar y morir a su propio ego. Es la semilla que muere, de la que nos habla Jesús. Y muerta da frutos, los frutos del desprendimiento, de la entrega, de la paciencia, comprensión, humildad, servicio y unidad. Es entonces cuando el amor está preparado para amar a los enemigos, a los que te persiguen y amenazan de muerte.

Porque amar a los que te aman es formar capillas, sectas y fobias que excluyen a los que no amas, es decir, a los que son enemigos. No se puede explicar un Dios excluyente, porque no podría llamar a todos sus hijos. Y lo hace y los llama. Nuestro Padre Dios es un Dios de buenos y malos. Para todos hace salir el sol y manda la lluvia para que germine la tierra y les sirva de alimento. Es claro y lógico que el amor sea extensivo a todos los hombres, incluso a los enemigos.

Pero nos encontramos que el corazón del hombre no está preparado para tal proeza. Por eso, Jesús, el Hijo de Dios Verdadero, nos lo enseña y demuestra con su Vida y Pasión, perdonando y amando a todos hasta los últimos momentos en la Cruz. Y nos deja la asistencia del Paráclito, el Espíritu Santo, para que en Él recibamos las fuerzas y la capacidad necesaria para ablandar nuestros corazones y convertirlos en corazones de carne, suaves y bondadosos capaces de amar a los enemigos.

Sí, realmente en el Espíritu de Dios podemos amar a los enemigos. No es una utopía, y nos lo demuestran a diario todos los mártires que dan su vida perdonando y amando como Jesús les ha enseñado con su ejemplo. Verdaderamente necesitamos la Gracia de Dios para responder de forma gratuita al amor hacia los enemigos. Y aprovechamos para pedírsela.

lunes, 15 de junio de 2015

VENGANZA ORIGINA VENGANZA

(Mt 5,38-42)


Sabido es por todos que la venganza trae como consecuencia directa más venganza. Hay historias que se prolongan varias generaciones alimentadas por la venganza. En mi país, España, por ejemplo, la guerra civil sigue en la actualidad alimentando venganza entre los de izquierda y los de derecha.

La mal llamada memoria histórica tiene como base y alimento esa venganza, que subyace dentro de los que vivieron esa experiencia de enfrentamientos y la transmiten a su sucesores. Sólo el amor que sustenta el perdón, se vislumbran como el arma que puede acabar con esos deseos de venganza. No hay otro camino.

Jesús nos lo enseñó con su Pasión y Muerte de Cruz. No se reveló contra la injusticia de su condena, pero la denunció injusta, sin pruebas ni argumentos: «Si he hablado mal, demuéstrame en qué, pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?» (Jn 18,23). Buscar la paz; actuar con bondad y mansedumbre y pacíficamente, no significa resignarse y actuar renunciando a nuestros derechos, sino todo lo contrario, defenderlos sin violencia buscando la concordia, la justicia y la paz.

No es nada fácil, sobre todo cuando algunos quieren imponer sus criterios e intereses y están dispuestos a pasar por encima de sus hermanos. Ocurre como sucedió con Jesús. Nuestra vida queda amenazada porque estorba y denuncia la mentira y la falsedad. La violencia no es buena y revuelve el corazón del hombre, porque él está hecho para amar y no para violentarse. Y tarde o temprano comprende que su actitud violenta no le genera correspondencia de amor ni de paz.

Mientras no se proponga la verdad, la justicia y el perdón, difícilmente reinará el amor entre los hombres, y si eso no ocurre, la violencia se hará con el poder y el reinado será de injusticias, mentiras, luchas y poder. Estaremos lejos de Dios y enfrentados a una lucha de muerte. La violencia no tiene futuro, sino horizontes de muerte.

Aprendamos del Señor que fue bondadoso, generoso y manso, y estableció el Reino de su Padre Dios con la fuerza y el poder del amor. Amén.

domingo, 14 de junio de 2015

¿POR QUÉ CRECE LA SEMILLA?

(Mc 4,26-34)


Es un misterio en el que no nos hemos parado, pero, ¿sabemos por qué crece la semilla? Una semilla hundida en la tierra y ya está. Duermes o no, de día o de noche, la semilla crecerá y dará frutos. No hay quien la pare.

De la misma forma, la vida, concebida en la fecundación del óvulo por el espermatozoide, sigue su camino y terminará en un nuevo ser humano. Ambos ejemplos son misterios que el hombre conoce en su desarrollo y formación, pero no sabe el origen de su existencia.

El Reino de Dios es comparable a estos ejemplos. Es como una semilla que crece y cuando llega su madurez da frutos. La semilla del amor, plantada en el corazón del hombre, germina y crece y se desarrolla, y terminará por dar frutos. El hombre experimenta que está hecho para el amor, y cuando ese amor se ve interrumpido, sufre. Amar es la iniciativa del hombre, y toda su vida está orientada en esa línea. De forma que ir por otro camino le lleva a la perdición.

El Reino de Dios está en nosotros. Nuestro corazón está sembrado por el amor de Dios que nos riega con el agua de su Gracia. Nos cuida y abona para que esa semilla amorosa dé los frutos apetecidos que nuestro Padre Dios espera.

Pero debemos estar abiertos a los cuidados del Espíritu de Dios, y, sobre todo, a su Palabra. Esa Palabra que riega y cultiva la tierra de nuestro corazón y la hace crecer y fructificar en buenos y hermosos frutos de verdad, justicia y paz rociados de abundante amor. Una Palabra que, de las cosas más insignificantes y pequeñas, consigue los efectos y las obras de mayor alcance y consecuencias.

Una semilla pequeña que descubre y revela el poder de Dios al convertirse en un árbol de grandes dimensiones, que nos protege y cuida y nos da vida. Es el misterio de su Palabra, que nos conforta, nos anima, nos estimula y nos impulsa a dar y entregar todo lo mejor de nosotros mismos. 

Dios es un misterio que en su Hijo Jesús se nos revela cercano y se nos descubre como el Reino que esperamos y que vive en lo más profundo de nuestro corazón. Es el Reino que no llegamos a entender, pero que descubrimos que existe y late en nuestro corazón, y que en Palabra de Jesús se nos revela y descubre.

sábado, 13 de junio de 2015

EL LUGAR DE JESÚS

(Lc 2,41-51)


Aprovechando las circunstancias de la fiesta y el gentío, Jesús se pierde de la custodia de sus padres y permanece en el templo. Allí, durante tres días, mientras lo buscan, escucha y hace preguntas a los maestros. Todos los que le escuchan están asombrados por sus respuestas.

Jesús, aun siendo adolescente, llama la atención. Su autoridad y firmeza sorprende. Sin embargo, sus padres al descubrirle se quedan atónitos, y su madre le dice: Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados. La respuesta de Jesús descubre su futura misión: ¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?

Jesús sabe para qué ha venido a este mundo, y cerca del ecuador del comienzo de su misión hace una incursión de lo que está llamado a hacer aproximadamente dieciocho años más tarde. Jesús sabe dónde está su lugar y cuál es su misión. Ahora, ¿sabemos nosotros cuál es nuestra misión? ¿Y el lugar? ¿Sabemos dónde tenemos que estar?

Lo primero es descubrir qué tenemos una misión, y lo segundo es tratar, auxiliados en y por el Espíritu Santo, de vivir y ponerla en práctica. Porque de nada sirve saber lo que tenemos o debemos hacer, si no lo tomamos en serio y lo llevamos a la vida de cada día. Estamos, por nuestro Bautismo, comprometidos a proclamar el Evangelio con nuestra vida según la Palabra de Dios. 

Hemos sido configurados en él como sacerdote, profetas y reyes, y hemos recibido el Espíritu Santo para, fortalecidos en su Espíritu, recibamos la capacidad de ser sal y luz que sale y alumbre esa porción de mundo donde cada uno de nosotros le ha tocado vivir.

Pidamos al Espíritu Santo la Gracia de dejarnos invadir por su luz y sabiduría, para derramarnos por su acción en la proclamación, de vida y palabra, del Evangelio. Amén.

viernes, 12 de junio de 2015

CREER EN ÉL Y DEJARNOS SALVAR

(Jn 19,31-37)


La muerte de Jesús está certificada. Una muerte de Cruz que los soldados comprobaron y, por eso, no le quebraron las piernas cumpliendo así la profesía: Pero al llegar a Jesús, como lo vieron ya muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua. El que lo vio lo atestigua y su testimonio es válido, y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros creáis. Y todo esto sucedió para que se cumpliera la Escritura: ‘No se le quebrará hueso alguno’. Y también otra Escritura dice: ‘Mirarán al que traspasaron’.

Es evidente que Jesús murió, y eso da sentido y significado a su Resurrección. Si Dios Padre ha Resucitado a su Hijo, lo mismo hará con cada uno de nosotros, porque esa ha sido la misión por la que ha enviado a su Hijo a este mundo: salvarnos de la muerte del pecado.

Jesús nos lo revela y nos lo ha prometido en muchas ocasiones: El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día (Jn 6 ,54);  "En la casa de mi Padre hay muchas moradas; si no fuera así, os lo hubiera dicho; porque voy a preparar un lugar para vosotros" (Jn 14, 2). Y muchas más...

No seguimos a un cualquiera, ni a un profeta, ni a un líder religioso... Seguimos al Señor de la Vida y de la muerte. Seguimos al Creador del mundo, de todo lo visible e invisible. Seguimos a su Hijo Jesús, único Mediador de la Gracia de salvación que nos libera y nos salva, y que con su muerte nos ha rescatado para gloria de Dios limpiándonos de todo pecado.

De la misma forma, nosotros, tendremos que abandonar este mundo, por medio de la muerte, pero, de igual forma, resucitaremos en Él para gozar eternamente junto a la Gloria del Padre. Esa es nuestra esperanza y lo que nos sostiene, y el fundamento de nuestra fe. 

Jesús ha Resucitado y en Él nosotros también. La muerte ha sido vencida y ya no tiene poder sobre nosotros porque hemos sido liberados y rescatados por los méritos de Jesús, el Hijo de Dios hecho Hombre. Amen´

jueves, 11 de junio de 2015

EL REINO DE LOS CIELOS ESTÁ CERCA

(Mt 10,7-13)

No es cosa de broma, el Reino de los Cielos está cerca, porque la vida está salvada y llamada a la eternidad. Es posible que tengamos que pasar penalidades y sufrimientos, pero serán superados porque la muerte es la puerta que nos abre el camino al Reino.

El Reino lo retrasan todos aquellos que lo quieren construir por sus propios medios. Aplican sus idean, pero ignoran que su humanidad está tocada por el pecado y es frágil y débil. Son egoístas y se procuran su propio bienestar por encima de los demás. Y así nace la pobreza, la esclavitud, la miseria y la guerra.

El mundo es un constante enfrentamientos entre pobres y ricos; entre izquierdas y derechas; entre mal llamados demócratas liberales y dictadores revestidos de falso comunismo. Todos quieren ser los que manden, y todos miran por sus derechos y bienestar sin importarle mucho lo que sufran otros. Por eso está el mundo como esta; por eso hay pobreza, sed, hambre, y muerte; por eso hay injusticias, persecuciones, privación de libertad religiosa; por eso hay fundamentalismos, imposiciones, dictaduras...etc.

El Reino está en aquellos que proclaman la Verdad, la Justicia, la Paz; el Reino está en aquellos que lo dan todo sin pedir nada a cuenta ; el Reino está en los que, sin condiciones, lo dan todo gratuitamente. El Reino está en los que aman y se esfuerzan en construir un mundo en la verdad, justicia y paz, y en la medida que lo hacen lo están viviendo. Ese es el secreto de que se pueda perseverar y continuar la misión.

Porque se vive en paz a pesar de los problemas y las dificultades de la misión. Porque se experimenta que no estamos solos y que vamos asistido por el Espíritu Santo en la esperanza de que al final se establecerá el Reino de Dios, pues tenemos la promesa del Señor de que vendrá al final de los tiempos a establecer su Reino.

miércoles, 10 de junio de 2015

JESÚS ES LA PLENITUD DE LA REVELACIÓN

(Mt 5,17-19)


El plan de Dios se revela por los profetas. Moisés recibe el encargo de liberar y transmitir la Ley de Dios. Él conduce al pueblo, liberado de Egipto, al desierto hasta alcanzar la tierra prometida. La Ley se transmite por la escritura y a ella se somete el pueblo de Dios.

Jesús es la plenitud de la Ley. Nada se quita, sino se perfecciona. El Espíritu de Dios alumbra y trae una nueva Ley: El Amor. Todo queda encerrado en el Amor. El amor a Dios sobre todas las cosas, y el amor al prójimo tal cual nos lo enseña Jesús. En ambas actitudes queda contenida toda la Ley y los profetas, y también perfeccionada.

Todo queda dirigido y perfeccionado en el amor. Porque si amas no harás daño, ni cometerás injusticias, ni engañarás a tu hermano, ni robarás o matarás. Y, por el contrario, actuarás de forma positiva respetando, colaborando, solidarizándote, compartiendo, ayudando y siendo paciente. Tendrás paciencia y tratarás de ser comprensivo, humilde y generoso. 

El gran paso que se había dado con "el ojo por ojo y diente por diente", limitando el deseo de venganza, es perfeccionado por Jesús con el amor sin limites y a los enemigos. En el amor,que Jesús vive y pone en práctica, todo se cumple y perfecciona. No manda sólo la Ley, sino que es el Espíritu arrastrado por el amor quien regula y lleva a cabo su cumplimiento. De tal forma que, la ley está para servir al hombre y serle útil para su bien y dignidad.

Así, no está hecho el hombre para servir a la ley los sábados, sino que es el sábado quien está al servicio del hombre junto a la ley. Jesús es la plenitud, la referencia y el principio y fin de toda ley, porque en Él todo se cumple y se da para la salvación del hombre. Está pues la ley para servir al hombre, y no al revés. Y es este Reino de Dios lo que Jesús viene a instaurar y revelar. No quita nada, sino que invita al cumplimiento pero desde el amor.

Así, es necesario e importante curar al hombre en sábado, a pesar de que el cumplimiento de la ley lo prohiba, que dejarlo enfermar y sufrir en defensa de la ley. Porque es el hombre, criatura de Dios, lo más importante, y para lo que Jesús, el Hijo de Dios, ha bajado desde el Cielo, para salvarlo. La ley queda por detrás y en función de su provecho y salvación.

martes, 9 de junio de 2015

EL VIRUS DEL CONTAGIO

(Mt 5,13-16)


Se nos avisa y previene contra el contagio, porque de tratarse de un virus maligno podemos quedar infectados y amenazados de muerte. El contagio es peligroso, pero también puede ser beneficioso y necesario. Cuando es beneficioso conviene infectarse de ese virus que nos invade de bondad, de verdad, de justicia, de paz y de amor.

La Verdad que Jesús nos proclama, es la Verdad que el mundo quiere y desea. Es la Verdad que todo hombre busca, y la Justicia a la que todo hombre aspira. Y esa Verdad, Jesús nos la ha enseñado para que nosotros también la contagiemos y la demos. Por y para eso nos ha enviado la Luz del Espíritu Santo. Tenemos el compromiso de transmitirla y llenar el mundo del perfume de esa Verdad.

Advertimos enseguida cuando una comida está sosa. Nos damos cuenta que no se le ha puesto sal, y se le ha echado poca. Gustarla demanda rociarla con la sal que necesita. Ni más, pero tampoco menos, porque en un caso quedaría desalada, y en otro demasiado. El buen gusto necesita la medida suficiente. Y en ese sentido, nos vale el ejemplo, Jesús nos compara con la sal de la tierra. Debemos trabajar y esforzarnos para tener el mismo efecto que la sal, y salar de Evangelio todos los rincones por donde pasamos y vivimos.

De la misma forma, Jesús nos habla de la luz. Si la luz de nuestra vida no emerge y se queda debajo de la mesa, sus posibilidades de alumbrar serán pocas. Necesita ponerse encima de la mesa y en el lugar más apropiado para que su reflejo ilumine y llegue lo más lejos posible. La luz está para iluminar, y si no lo hace su misión y sentido queda inutilizado. Tenemos que ser también luz, luces con patas que iluminen todos los rincones por donde pasan.

De no ser sal ni luz, nuestra vida no transparenta ni refleja la vida y las enseñanzas de Jesús. Porque ser sal y luz no es sino vivir en la Palabra del Señor. Vivir, que exige oración y Eucaristía, pero sobre todo amor. Amor que se nota en las relaciones con los demás, en el trato, respeto, atención, verdad, justicia, generosidad, comprensión, humildad, servicio... 

Todas esas actitudes serán puñados de sales y luces que salarán e iluminarán la vida de todos aquellos que entren en tu vida. Bendice Señor todos los actos de mi vida, de tal forma que todos aquellos que se acerquen a mí noten tu presencia y no la mía.