martes, 9 de junio de 2015

EL VIRUS DEL CONTAGIO

(Mt 5,13-16)


Se nos avisa y previene contra el contagio, porque de tratarse de un virus maligno podemos quedar infectados y amenazados de muerte. El contagio es peligroso, pero también puede ser beneficioso y necesario. Cuando es beneficioso conviene infectarse de ese virus que nos invade de bondad, de verdad, de justicia, de paz y de amor.

La Verdad que Jesús nos proclama, es la Verdad que el mundo quiere y desea. Es la Verdad que todo hombre busca, y la Justicia a la que todo hombre aspira. Y esa Verdad, Jesús nos la ha enseñado para que nosotros también la contagiemos y la demos. Por y para eso nos ha enviado la Luz del Espíritu Santo. Tenemos el compromiso de transmitirla y llenar el mundo del perfume de esa Verdad.

Advertimos enseguida cuando una comida está sosa. Nos damos cuenta que no se le ha puesto sal, y se le ha echado poca. Gustarla demanda rociarla con la sal que necesita. Ni más, pero tampoco menos, porque en un caso quedaría desalada, y en otro demasiado. El buen gusto necesita la medida suficiente. Y en ese sentido, nos vale el ejemplo, Jesús nos compara con la sal de la tierra. Debemos trabajar y esforzarnos para tener el mismo efecto que la sal, y salar de Evangelio todos los rincones por donde pasamos y vivimos.

De la misma forma, Jesús nos habla de la luz. Si la luz de nuestra vida no emerge y se queda debajo de la mesa, sus posibilidades de alumbrar serán pocas. Necesita ponerse encima de la mesa y en el lugar más apropiado para que su reflejo ilumine y llegue lo más lejos posible. La luz está para iluminar, y si no lo hace su misión y sentido queda inutilizado. Tenemos que ser también luz, luces con patas que iluminen todos los rincones por donde pasan.

De no ser sal ni luz, nuestra vida no transparenta ni refleja la vida y las enseñanzas de Jesús. Porque ser sal y luz no es sino vivir en la Palabra del Señor. Vivir, que exige oración y Eucaristía, pero sobre todo amor. Amor que se nota en las relaciones con los demás, en el trato, respeto, atención, verdad, justicia, generosidad, comprensión, humildad, servicio... 

Todas esas actitudes serán puñados de sales y luces que salarán e iluminarán la vida de todos aquellos que entren en tu vida. Bendice Señor todos los actos de mi vida, de tal forma que todos aquellos que se acerquen a mí noten tu presencia y no la mía.

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