miércoles, 24 de junio de 2015

TOMA CONCIENCIA QUE, EN ESTE MISMO MOMENTO, EL SEÑOR ACTUA


(Lc 1,57-66.80)


No hay instante en los que el Señor deje de actuar. Todo instante es del Señor. Él es el tiempo, el espacio y todo, porque en todos está su presencia creadora y protectora. Nuestra vida está llena de su presencia y todo lo que ocurre está supervisado por su Voluntad. De modo que, si deja que ocurra lo que ocurre es porque conviene para nuestro bien.

Pero, también, el Señor ha querido también por su Voluntad, dejarnos intervenir. Y nos ha dado la libertad de elegir. Elegir obedecerle o no hacerlo. Somos las únicas criaturas que podemos rechazarle y negarle. De tal forma que, sucediendo algo que puede ser para nuestro provecho, nosotros lo utilizamos para nuestra perdición.

El Señor nuestro Dios intervino en la casa de Zacarías e Isabel, y siendo mayores les concedió el favor de un hijo. Un hijo al que le iba a ser encomendada una misión, la de preparar los caminos al enviado del Padre, el Hijo, nuestro Señor Jesucristo. Nada es imposible para nuestro Padre Dios, y aquella profecía se cumplió, a pesar de la duda de Zacarías, que perdió el habla por algún tiempo como prueba de que aquello era cosa de Dios. Recuperándola al reconocerlo, asintiendo el día de la circunscisión del niño, con el nombre de Juan.

Juan creció y  su espíritu se fortaleció preparándose para la misión para la que había venido. Vivió en los desiertos hasta el momento de su manifestación al pueblo de Israel. Pueblo que estaba desorientado, en silencio y alejándose de los caminos de Dios. Juan fue la voz que gritó en el desierto llamando a conversión, y preparando los caminos del Señor. No era la Palabra, sino la voz que clamaba y anunciaba la venida del Mesías y Salvador.

Juan preparaba el terreno para el arrepentimiento, para la conversión y para el Bautismo. Él bautizaba con agua, pero anunciaba que el que había de venir lo haría con Espíritu. El Espíritu de Dios que fortalece y  transforma nuestros corazones, y que nos envía también a proclamar el Evangelio.

Por el Bautismos estamos comprometidos a ser antorchas vivas de la Palabra de Dios, porque llevamos dentro el Espíritu Santo, que nos capacita y nos llena de sabiduría para proclamar con nuestras vidas alabanzas y glorias al Señor.

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