jueves, 2 de julio de 2015

EL GOZO DEL ARREPENTIMIENTO

(Mt 9,1-8)

Todos hemos experimentado el gozo de sentirnos perdonados, pero primero hemos llevado el sentimiento temeroso del arrepentimiento de nuestros pecados. Nos reconocemos pecadores e indignos de merecer el perdón de nuestros pecados, y la Misericordia del Señor nos llena de gozo y alegría. Nos olvidamos incluso de nuestros defectos físicos al vivir la experiencia de ser aceptados, acogidos, queridos y perdonados por el Señor.

Un Señor que nos deja pasmados con su Poder. Un Señor al que no se le puede rechazar ante sus obras y poder sobre la vida y la muerte. Un Señor que perdona nuestras debilidades, nuestras limitaciones y nuestros pecados, y, ante nuestras dudas, nos da testimonio de su amor y poder ofreciendo, primero su perdón a aquel paralitico que le acercan y presentan, y luego ante nuestra perplejidad y murmuraciones, nos plantea la alternativa de hacernos visible esa Misericordia de los pecados sanándole también su enfermedad física.

No hay argumento ni resistencia que pueda enfrentarse a esa autoridad y poder sobre la vida y la muerte. Estamos verdaderamente ciegos si no somos capaces de reflexionar y ver el Poder y el Amor del Señor. Son hechos probados y que pertenecen a la historia y que la Iglesia conserva, da crédito y transmite a través de los siglos a toda la humanidad. No se puede rebatir ese hecho como tantos otros de la Vida de Jesús. Verdaderamente es el Hijo de Dios.

Ante tales obras sólo se pueden refutar negándose porque sí, y ya está. No se puede argumentar ni dar razones que las puedan contradecir. La evidencia es nítida, clara, diáfana, sin contradicciones e histórica y llena de testigos. El único argumento es no creer y decir que es un simple cuento. Pero lo mismo, siguiendo esa línea podíamos decir de todo lo que la historia nos cuenta y nos transmite. Entraríamos en un puro relativismo donde cada cual hace y cree lo que le apetece, le gusta o le conviene.

En el Evangelio de hoy, Jesús nos deja de forma clara y patente su Misericordia y su Poder para perdonar los pecados, nuestros pecados. Porque esa es la Misión que lo ha traído hasta nosotros. Se ha hecho Hombre para, igualado a nosotros menos en el pecado, perdonarnos los nuestros y asumirlos para el rescate con su propia Muerte de Cruz.

Sólo, Señor, unas humildes palabras de gratitud impresionado por tanto Amor y Misericordia inmerecida y asombrado por tanta grandeza y poder imposible para nosotros comprender. Alúmbranos Señor nuestra pobre y mísera mente para, abandonados en tus Manos, entregarnos a tu fidelidad y obediencia. Amén.

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