lunes, 7 de septiembre de 2015

ES ABSURDO DEJAR DE HACER EL BIEN POR LEY

(Lc 6,6-11)


No puede haber nada prioritario antes que la propia vida. No se puede dejar sufrir o morir a alguien porque esté dentro de un lugar prohibido y en el que no se pueda entrar. Habrá que hacer una omisión, porque esa prohibición va contra el bien del hombre. Nada puede ir contra el bien y la felicidad del hombre.

Bien, es cierto, que hay caminos torcidos para regresar a los rectos. Queremos significar que para lograr un bien hay circunstancias en la que hay que sacrificarse y hasta sufrir, pero tras ese esfuerzo se busca el bien del hombre. Lo que es absurdo es dejar empeorar, hasta el punto de enfermar gravemente, al hombre por motivos de leyes, prohibiciones o preceptos.

Y es eso lo que defienden los fariseos. Posiblemente ellos no cumplirían esas leyes si las circunstancias se dieran en ellos. Los gobernantes ponen leyes, pero son ellos los primeros en incumplirlas. Las leyes son para los demás. Porque si las leyes fuesen cumplidas por los que las imponen, sus leyes serían más de sentido común y misericordiosas. Se verían reflejados y afectados, y se cuidarían de no promulgar normas que les pudiese condicionar y afectar también a ellos.

Jesús trata de dejarlo claro y les interpela para que disciernan sobre qué es lo verdaderamente importante: «Yo os pregunto si en sábado es lícito hacer el bien en vez de hacer el mal, salvar una vida en vez de destruirla».  Supongo que su mirada va llena de ternura, amor y misericordia .Quiere que reflexionen, que se encuentren con la verdad y el fin de lo que debe perseguir la ley, pero ellos siguen obstinados y empecinados en su soberbia.

Puede ocurrirnos que a nosotros nos suceda lo mismo. Queremos suavizar la ley cuando nos afecta, pero la mantenemos cuando nos favorece y defiende. Se ausenta nuestra misericordia cuando se trata de defender nuestro egoísmo y bienestar, pero, aparece cuando nos afecta a nuestra persona o intereses. ¿Qué leyes defendemos y para quienes las promulgamos?  Son leyes de hombres y sujetas al error.

Busquemos la ley de Dios que defiende el bien del hombre, pues se ha hecho Hombre en su Hijo Jesucristo para salvarnos y danos el gozo eterno.

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