miércoles, 2 de septiembre de 2015

RESPONDER NO ES DECIR SÍ, SINO PASAR A LA ACCIÓN

(Lc 4,38-44)


Cuando respondemos a algo en concreto es porque detrás tiene que haber algún interés. No se responde sin saber qué, o a lo loco. Y si se hace es porque algo anda mal en nuestro interior. Responder exige un paso previo: estar convencido y comprometerse. Y en base a eso se adquiere un compromiso.

Cuando el compromiso, como es el caso que nos ocupa, es el amor, obedece a que en el amor encontramos la plena felicidad que, si no ahora, sí en la plenitud eterna. Y nos extraña que no respondan todos. Porque somos todos los que buscamos esa dicha y gozo eterno. 

Suponemos que el fallo está en que muchos cerramos los ojos porque, aparentemente, piensan que esa felicidad buscada se encuentra entre las cosas de este mundo. Y, lo extraño es que siguen buscando a pesar de sus fracasos y caducidad, porque la experiencia nos dice que todo lo que nos rodea, perteneciente a este mundo, es caduco. ¡Dios mío, que cerrados tenemos los ojos!

Pero quizás lo que nos interesa ahora es fijarnos en la respuesta de la suegra de Pedro. Tanto en cuanto es sanada por Jesús, responde inmediatamente a la acción y se entrega a su servicio. Está presta y disponible a servir, o sea, a amar. ¿Es esta nuestra primera intención y nuestra prioridad? ¿O ponemos condiciones? Hay gente que se ofrece a servir, pero ponen sus propias condiciones. Y no es que eso sea malo, sino que nos descubre que nuestro corazón no está abierto del todo.

Otra cosa es que nuestra mochila esté ya bastante llena y no podamos abarcar más. No podemos hacer más de la capacidad recibida en nuestra mochila, porque de creernos fuertes y capaces, el peso de nuestra mochila nos hundirá y quebrará nuestra espalda. 

Al final seremos esclavos y victimas de nuestra propia suficiencia y egoísmo. Se trata de abrirnos y, por la Gracia de Dios dar todo lo que tengamos y hayamos recibido. Eso nos ayudará a esforzarnos, a no parar y a estar siempre creciendo y en estado de alerta y vigilante hasta que llegue el esposo.

Tendremos siempre dificultades, porque el demonio conoce al Señor, le molesta y huye de su presencia, pero es más fuerte que nosotros y tratará de persuadirnos, de engañarnos y de ofrecernos las maravillas caducas de este mundo. Son espejismos que nos puede arrastrar y alejarnos del Señor. Tengamos cuidado y permanezcamos cerca, muy cerca del Señor.

Aquí entra el poder de la oración y la práctica frecuente de los sacramentos, Penitencia y Eucaristía. El Poder de Dios nos salvará porque ha venido para eso. Y Él lo puede todo. Es el Señor.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Compartir es esforzarnos en conocernos, y conociéndonos podemos querernos un poco más.

Tu comentario se hace importante y necesario.