sábado, 31 de octubre de 2015

PRIMEROS Y ÚLTIMOS

(Lc 14,1.7-11)

La tendencia natural es ocupar  los primeros puestos. Si bien, cuando se trata de otros motivos muchos optan por situarse en lugares más discretos para no ser vistos o descubiertos y pasar más desapercibidos. Pero, tratándose de intereses a los que se le dan más importancia, todos buscamos los primeros puestos.

Supongo que por nuestra naturaleza, inclinada al egoísmo, sería anormal o antinatural comportarse de otra forma. Sin embargo, el Evangelio de hoy nos dice todo lo contrario. Buscar los últimos puestos con la finalidad de alcanzar los primeros es la propuesta que nos hace Jesús. El movimiento, tal como podemos apreciar es al revés, vamos de preferir estar al final, para alcanzar estar al principio.

De lo último a lo primero significa ir contra corriente. Es decir, estar en el último puesto significa estar disponible a servir. Porque sirven los últimos de la escalera. El servicio nunca puede darse desde arriba, porque arriba siempre se colocan los mejores, los superiores, los más valorados.

Jesús sorprende aquella noche de la última cena. Incluso tiene que reñirle a Pedro, descartándole si sigue en su empeño de no dejarse lavar los pies. Todos quedan asombrados porque no lo esperaban. Porque para servir estaban ello. Pero Jesús se pone, sorprendentemente, al servicio de todos. El mundo al revés, ¡y tanto, que todavía muchos no lo entendemos! Y muchos, entendiéndolo, no llegamos a vivirlo. Nos cuesta mucho.

Nuestra vida está llena de dificultades, pero la mayoría es causa de nuestro mal proceder. Somos, por naturaleza, egoístas y predispuestos a atesorar poder y riquezas, y eso nos inclina a desear los primeros puestos, fama y prestigio, despertando admiración en los demás. Necesitamos exigirnos humildad para quedarnos en la puerta de servicio, donde ser primero demanda amar y servir.

Ese es el camino. Convertirnos de primeros a últimos. Y, para ello, tenemos el tiempo de nuestra vida. Quizás no mucho, por eso el tiempo es oro. No hay más, esta es la hora que se nos ha dado y la que tenemos que aprovechar. Descubrimos, no porque nos lo digan, sino porque lo experimentamos, que nuestro tiempo es muy valioso, porque de saber atesorarlo bien dependerá nuestra salvación.

Pidamos al Señor la sabiduría de saber quedarnos en los últimos puestos, no para permanecer escondidos, pasivos y observantes, sino para estar pendientes de amar y servir.

viernes, 30 de octubre de 2015

LAS DESAVENENCIAS DESCANSAN EN LA HIPOCRESÍA

(Lc 14,1-6)


No hay cosa que duela más que quieran engañarte bajo la apariencia de la verdad o la justicia. Porque quien te gana compitiendo y luchando, porque sabe más que tú y coge el mejor atajo, o la mejor arma, o espera el tiempo propicio, te ha ganado con su astucia y legitimidad. Podemos decir que te has engañado tu mismo, porque él ha sabido elegir la mejor parte.

Pero pretender engañarte, aparentado venderte algo como bueno y valioso, para luego darte lo podrido y malo se hace intolerable. Es reírse, mofarse de la persona, y encima perjudicarle mintiéndole. Jesús le da mucha importancia a eso, porque es la raíz de los problemas. 

La vida consiste, para los que buscan poder y riqueza, en engañar a los más pobres e inocentes, y quitarles su trabajo, sus esfuerzos y sus bienes. No hay sino que mirar alrededor para cerciorarse de ello: preferentes, eres, evasión de capitales, prevaricación, cohecho, estafas, corruptos...etc. El mundo político y financiero está lleno de ejemplos que nos pueden servir. Y la vida sencilla, familiar y social también nos deja muchos ejemplos que nos sirven para alumbrarnos.

Hoy, Jesús, nos muestras el silencio de aquellos fariseos que sintiéndose preguntados no responden. Optan por el silencio, porque no encuentran respuesta digna y razonable para argumentar la respuesta a Jesús. No saben que responder, porque la ley, de no trabajar en sábado, no sirve para impedir curar a una persona que sufre. ¿Acaso si se te cae tu hijo o tu buey al pozo, no acudes a salvarlo inmediatamente? Luego, ¿cómo es posible que defiendas que no es lícito curar en sábado?

Pero el silencio continúa cuando muchas veces optamos por aparentar lo que realmente sabemos que no es. No sólo se trata de parecer, sino de ser lo que se aparenta y dejamos ver. Porque si lo que se ve es simplemente una apariencia, estamos viviendo en la hipocresía y la mentira.

jueves, 29 de octubre de 2015

PERSECUCIONES

(Lc 13,31-35)


Hoy, tal como ayer, las persecuciones continúan, pero de manera especial y muy pronunciada, las que se realizan a los cristianos, es decir, a los seguidores de Cristo. En un mundo occidental, civilizado, abanderado con la libertad y los derechos humanos, el Mensaje de Jesús sigue perseguido.

La opción religiosa está castigada y perseguida. Hasta el punto de querer excluirla del colegio y encerrarla en la sacristía de las iglesias. Al parecer molesta mucho. Igual que le molestaba a Herodes, hijo del Herodes el grande, aquel que quiso mata a Jesús siendo niño, y que su hijo, ahora, consiguió crucificar en la Cruz.

Hoy, podemos decir, todo sigue igual. Muchos cristianos son perseguidos por el hecho de confesar su fe. Perseguido con el ridículo, con mofa y desprecio. Son considerados como sometidos y esclavos de una doctrina que consideran lavado de cerebros y ciencia ficción. Son los fariseos de nuestro tiempo que matan a niños inocentes en el vientre de sus madres, y dejan morir a muchos pueblos de hambre aparentando defender los derechos humanos, pero anteponiendo las leyes económicas y egoísmos al bien del hombre.

Pero, más todavía en el mundo oriental. Muchos huyen de sus propios pueblos porque son exterminados de permanecer en ellos. Millones de refugiados huyen, no sólo de las guerras y conflictos por el poder, sino por su fe en Jesucristo. Ser creyente en Jesús, es en oriente, estar condenado a morir.

Pero, la respuesta nos viene hoy señalada en el Evangelio: «Id a decir a ese zorro: ‘Yo expulso demonios y llevo a cabo curaciones hoy y mañana, y al tercer día soy consumado. Pero conviene que hoy y mañana y pasado siga adelante, porque no cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén».

El cristiano no se retira, y como Jesús, la Iglesia está y estará presente en todos los lugares, porque la Verdad no se puede guardar dentro del corazón como un tesoro personal para el propio disfrute, sino que explota y se propaga a y por todos los lugares. Porque el mundo ansía conocerla, aunque muchos estén cegados por la avaricia y el egoísmo.

Así nos dice Jesús: «Os digo que no me volveréis a ver hasta que llegue el día en que digáis: ¡Bendito el que viene en nombre del Señor!».

miércoles, 28 de octubre de 2015

ELECCIÓN

(Lc 6,12-19)


Los momentos de elegir son siempre complicados, porque será el resultado quien dirá si la elección ha sido, acertada o equivocada. Y porque luego, hay muchos que, a posteriori, se gozan de criticar a diestra y siniestra.

Jesús nos muestra hoy un momento de esos importante. Se trata de la elección de los doce apóstoles, entre sacados de sus discípulos. Es misteriosa esa elección, porque no sabemos que criterios utilizó Jesús para señalar y elegir a aquellos apóstoles, que le iban a acompañar de forma más íntima a lo largo del tiempo de proclamación del Evangelio.

Y misteriosa, porque, suponemos, después de prepararla bien y orar al Padre, uno de los elegidos falla, o se equivoca, o no entiende la misión de Jesús. Y, en consecuencia, le traiciona. ¿Cómo pudo fallar Jesús? O, mejor preguntarnos, ¿es Jesús quien falla, o es el hombre? Porque siendo libres, la elección depende de nosotros. Si no, ¿qué sentido tiene crearnos libres?

Eres tú quien acepta la llamada de Jesús, y quien eliges seguirle o no. Eres tú, y también yo, quienes somos dueños de decirle sí a Jesús, o rechazarles. Ese fue el caso de Judas. Y ese puede ser también nuestro caso. Somos seres libres y creados para vivir en relación. Necesitamos discernir el camino a seguir y por dónde seguir, pero necesitamos estar bien asesorado. Y la mejor forma de asesorarnos nos la enseña también Jesús: el Padre del Cielo. Nuestro Padre Dios, del que, precisamente, Jesús nos viene a hablar y revelar su gran Amor por cada uno de nosotros.

Pero, podemos decirle a Jesús, aun siguiéndole, que no, de muchas formas. Entre muchas, una sería cerrar nuestro corazón a participar en aquellas actividades o acciones que reclaman nuestros talentos y a los que se los negamos por comodidad y pereza. Por miedos a la resonsabilidad de fallar, o de exigirnos esfuerzos que nos comprometen y nos complica la vida. O por nuestra razón intelectual que quiere entender todo y mandar, rechazando todo aquello que se nos esconde o no llegamos a descifrar.

Hemos sido elegidos por Jesús para cumplir con una tarea. La de ser testigos de su Resurrección y dar testimonio de esa verdad, justicia y amor. Y para ello necesitamos  fortalecerno en la oración y en la acción.

martes, 27 de octubre de 2015

LA VERDAD SE HARÁ GRANDE

(Lc 13,18-21)


El hombre busca la verdad, quiere que se haga justicia, pero es débil y se deja dominar por su egoísmo. La prueba es que, cuando hablamos de nosotros mismos, nos describimos como hombres buenos, cumplidores, justos y serios. ¿No es así? Nadie habla mal de sí mismo, aunque después, aplicarlo y llevarlo a la vida sea otra cosa.

Realmente esos son nuestros deseos, pero la realidad es que fallamos y nuestra voluntad y fortaleza son debilitadas por las tentaciones y la avaricia con la que nos seduce el mundo. Ese es el problema del ser humano. No hay otro. Y sabemos, por experiencia, que la verdad, aunque lenta y despacio, termina por imponerse y emerger. Es lo lógico y de sentido común. El hombre acaba por darse cuenta que lo mejor y lo bueno es hacer las cosas bien, en orden a la verdad y la justicia. La vida no es sino una lucha entre el bien y el mal. Y el corzón nos dice que terminará por ganar el bien. Sucede hasta en las películas.

Por eso, la vida ha ido de menos a más; de ser muy injusta a ser más justa; de inmadura a ir madurando. Hoy, mirando atrás, experimentamos lo mucho que se ha crecido. Muchas actitudes del pasado, hoy, serían imposible que se vivieran. No sólo en adelantos técnicos, sino también morales han madurado y crecido en el corazón del hombre. Diríamos que, por la Gracia del Espíritu Santo, van descubriéndose y emergiendo de lo más profundo del corazón humano.

Es verdad, que también crece la cizaña, el mal, y contagia y estropea mucha semilla, pero, profetizado está, que los poderes del infierno no prevalecerán contra el poder de la Iglesia (Mt 16, 18).

Es lo que Jesús nos dice hoy: «¿A qué es semejante el Reino de Dios? ¿A qué lo compararé? Es semejante a un grano de mostaza, que tomó un hombre y lo puso en su jardín, y creció hasta hacerse árbol, y las aves del cielo anidaron en sus ramas». Dijo también: «¿A qué compararé el Reino de Dios? Es semejante a la levadura que tomó una mujer y la metió en tres medidas de harina, hasta que fermentó todo».

Hoy no parece que esto se vaya a cumplir, pues ocurre lo contrario. El mundo está estropeado tanto físicamente como moralmente, y, quizás, más espiritualmente. Pero la Palabra de Dios siempre se ha cumplido y se cumplirá. Jesús es la prueba y el testigo fiel. En Él todo se ha cumplido, hasta su Resurrección, y en El todos los creyentes tenemos puestas todas nuestras esperanzas.

lunes, 26 de octubre de 2015

LA VIDA POR ENCIMA DE LA LEY

(Lc 13,10-17)


Ocurre con mucha frecuencia, anteponemos nuestros intereses a la vida misma, incluso, la propia. Y la ley a la vida. Estamos mediados por nuestras leyes y pensamos que cumpliéndolas, todo está solucionado. Una salvación en base y de acuerdo con leyes y cumplimientos.

¿Estamos ciegos? Parece que es lo más lógico pensar así. No solamente ciegos, sino envueltos en una oscuridad absoluta que nos impide ver algo de luz. ¿Acaso no nos vemos a nosotros mismos? Si en eso consistiera nuestra salvación, ¿quién la alcanzaría? Porque, ¿quién no trasgrede las leyes en su vida? ¿Hay alguien que no las haya incumplido? Y no sólo incumplirla, sino que las trasgredimos muchas veces en nuestra vida, por no decir, a cada momento.

¿Es posible que la ceguera nos impida pensar y reflexionar, hasta el punto que si nos sorprende un dolor de muelas, cabeza u otro síntoma, el sábado, a medio día, tendremos que esperar al lunes? ¿Se puede pensar así? Pues en aquel tiempo muchos pensaban así, entre ellos el jefe de la sinagoga, que no podría ser un ignorante, ni un idiota, y muchos más de su altura intelectual.

No era fácil cambiar esa forma de pensar, y más de personas que se tenían por doctores de la ley y por personajes importantes dentro del pueblo. Los comportamientos de Jesús les importunaban y les contradecía. Quizás, su mayor pecado era el no escucharle, la soberbia y la falta de humildad. Son los condicionantes que necesita la ceguera y el pecado para apoderarse de tu corazón y pervertirlo.

Vemos la paja en el ojo ajeno, pero no vemos la viga en el nuestro. Quizás nuestra ceguera nos impide ver nuestros encorvamientos, nuestras cegueras espirituales, nuestro mundo oscuro, incapaces de abrirnos a la Luz que nos descubra sucios, impuros, pervertidos y deshumanizados.

Será cuestión de, apartados de tanto ruido, reflexionar sobre nuestra vida, quizás también encorvada, hipócrita, y acercarnos a la Luz que nos ayude a vernos y a enderezarnos.

domingo, 25 de octubre de 2015

LA OSCURIDAD NOS DA MIEDO

(Mc 10,46-52)


No cabe ninguna duda que la oscuridad nos da miedo. No ver supone no saber por donde vamos, ni conocer los posibles peligros que podemos tener delante de nosotros. La oscuridad nos causa inseguridad y nos hace dudad de todo. No ver es perder el rumbo.

Sin embargo, hay otra visión más importante. Se trata de la visión espiritual, la de la fe. No saber descubrir el tiempo que vivimos como un camino, largo o corto, y desperdiciarlo en cosas vanas y caducas por no discernir lo que realmente es importante, es la peor de las cegueras que podamos padecer.

Eso fue lo que le ocurrió a Bartimeo, aquel ciego que estaba a la salida de Jericó, junto al camino. Él aprovechó su tiempo y su momento. Pasaba Jesús y escuchó sus pasos y la algarabía de todos los que iban con Él. Entendió que era Jesús y había oído hablar de sus prodigios. No lo dudó, y le buscó con sus gritos, que importunado a los que le acompañaban, no los apagaron. 

Tanto insistió, que Jesús accedió a verle. Y conocido que Jesús le llamaba, saltó sin dudarlo arrojando su manto. Posiblemente era todo lo que tenía, su manto, con el que se protegía del frío y se tapaba para dormir. Y delante de Jesús, interpelado por lo que quería, no lo dudó ni un instante: Maestro, ¡que vea!

Hay tres acciones que pueden ayudarnos en nuestra vida de cada día. Por un lado, la escucha de Jesús, de su Palabra, y la disponibilidad a estar atento a su paso por nuestra vida. Porque Jesús no sólo pasa por la vida de Bartimeo, también por la tuya y la mía. Un segundo aspecto, la respuesta. Bartimeo, dice la Escritura, dio un brinco y corrió presto a la presencia de Jesús. ¿Estamos nosotros en esas actitudes, la de escuchar con atención y responder a la llamada presto y veloz. 

Pero, simultáneamente, con el brinco, Bartimeo arrojó el manto. Un claro signo de despojo, de dejar lo que tenemos para, desnudos, acudir a llamada del Señor. Porque no se hará la luz en ti si no te has despojado de la oscuridad que llevas encima. Necesitas presentarte delante del Señor limpio, Penitencia, para que la Gracia del Espíritu Santo pueda actuar sobre Ti.

Quizás, muchos de nosotros estamos más ciegos que Bartimeo, porque, siendo importante la visión física, lo verdaderamente importante es la visión espiritual, porque es esa la que nos salva y nos da Vida Eterna.

sábado, 24 de octubre de 2015

¿CULTIVAR LA VIDA?

Lc 13,1-9)


Tú y yo pensamos que somos buenos, y, posiblemente, mejores que muchos otros. Pensamos que lo que tenemos, sobre todo las cosas buenas recibidas, nos la merecemos, y, quizás, creemos que lo malo que tienen otros se debe a sus malas conductas.

Jesús, en el Evangelio de hoy, nos descubre y desengaña. Nos dice que no somos mejores que los que, por desgracia, han sufrido algún percance, incluso algunos que lo han pagado con la misma muerte. Pobre de nosotros si pensamos así.

Tenemos un camino y un tiempo para convertirnos, y si no lo aprovechamos perderemos la mayor y más grande oportunidad de salvar nuestras vidas de la muerte, y ganarla para la Vida Eterna. Es tiempo y hora de conversión, y debemos, nos lo ha recordado Jesús estos días atrás, estar vigilantes, despiertos, atentos y preparados para su venida. 

Porque nos puede ocurrir que nos coja distraído o estéril en nuestro amor. Pues de eso se trata nuestro juicio, obras de amor. Vivir en el amor y aplicarlo a nuestra vida es lo que Jesús nos dice y nos invita a cultivar, frutos de amor.

Eso, precisamente, fue lo que le ocurrió a aquel hombre, que tenía una higuera que llevaba tres años viniendo a buscar frutos sin encontrarlos. Mandó a cortarla, pues ocupaba un lugar y, ¿para qué va a cansar la tierra en balde? Sin embargo, el viñador respondió: "Señor, déjala por este año todavía y mientras tanto cavaré a su alrededor y echaré abono, por si da fruto en adelante; y si no da, la cortas".

Sorprendentemente, el viñador le pidió dejarla un año más. Cavaría a su alrededor, le echaría estiércol a ver si da frutos. ¿Será esta nuestra situación y nuestro tiempo? Quizás lo gastamos irresponsablemente y muy ligeramente, sin darnos cuenta que se nos acaba el tiempo. ¿Cuánto tiempo nos queda, una día, un mes o un año? No sabemos, pero hoy, ahora, todavía estamos a tiempo de cavar alrededor de nuestra vida y regarla con el agua de la Gracia, y dar frutos para Gloria de Dios.

Danos, Señor, la sabiduría de ver, la paja en el ojo ajeno y no ocultar la viga que ciega el nuestro, para que, en la medida que nuestra conciencia nos dice lo que tenemos que hacer, no dejar de hacerlo.  

viernes, 23 de octubre de 2015

¿A DÓNDE VOY?

(Lc 12,54-59)


Está tan usada, o mal usada, que no llama la atención oírla. Igual decimos en nuestro interior, la pregunta de siempre. Sin embargo, siempre estará dentro de tu corazón a donde quieras que vayas. Porque, aunque no quieras preguntártelo ni reflexionarlo, vas hacia algún lugar.

Sin embargo, sabes los cambios del lugar donde vives; barruntas los cambios del tiempo por el movimiento del aire, el viento o el olor del ambiente. Intuyes que llega el invierno y que pronto los árboles dejaran caer sus hojas, o que el calor empezará a calentar demasiado y habrá que ir a la playa. Sabes que ocurre a tu derredor y ves venir los cambios de tiempo.

Hasta los movimientos económicos son advertidos por los que analizan la actividad comercial. Sin embargo, pocos se dan cuenta del cambio de su propia vida, y del tiempo de su recorrido. No han querido mirar, ni tampoco enfrentarse con la única y verdadera realidad. ¿A dónde vamos? Porque muchos, a los que hemos conocidos: famosos, familiares, amigos...etc., ya no están. Se han ido, pero ¿a dónde? ¿Qué ocurre con esta vida? ¿Se acaba?

Posiblemente, tratamos de alumbrar los problemas del mundo desde nuestra propia sabiduría. Nos creemos suficiente y nos olvidamos de nuestros orígenes. Perdemos nuestra identidad y nuestro origen, y, de la misma forma perdemos nuestro destino. Quedamos atrapados en este mundo sin salida, porque sin Dios no hay salida ninguna. Sí, sabemos mucho de astros, de medicina, de avances técnicos, del sistema planetario y de muchas cosas más, pero nos desconocemos nosotros mismos. Y, sabiéndolo, perdemos el sentido de lo justo y bueno, permitiendo lo injusto y malo.

Y si no descubro que soy hijo de Dios, y que de Él he salido y a Él regresaré, mi camino por este mundo será confuso, triste y en vano, porque mi vida queda vacía, sin sentido y sin verdad. Porque la verdad es una, y está escrita dentro del hombre, que entiende lo que es bueno y malo. Pero que no se preocupa sino de hacer y vivir en sus apetencias y locuras, que le satisfacen, pero por poco tiempo y sin plenitud. Dejan insatisfacciones y vacío que no le llevan a ninguna parte.

jueves, 22 de octubre de 2015

EL MOTOR DE ARRANQUE

(Lc 12,49-53)


Cuando falla el arranque quedamos parados, y a merced de lo que otros hagan. Está claro que no debemos pararnos, pero también, muy claro, que ese constante movimiento abruma, cansa y nos hace el camino duro. Pero esa es la cruz de nuestro tiempo. No cabe sino esperar a que el Señor venga de nuevo.

Jesús expresa esa ansiedad de terminar y convertir este mundo en un Reino de justicia, amor y paz, que Él mismo experimento. Por eso nos dice que no viene a traer la paz, sino la guerra, el movimiento, la acción de transformar el desamor en verdadero amor. Y arde en deseos de prender esa llama que nos enfrentará a unos con otros: el padre contra el hijo y el hijo contra el padre, la madre contra la hija y la hija contra la madre, la suegra contra la nuera y la nuera contra la suegra.

El camino queda claro. Será una lucha constante, sin descanso, hasta el final. Eso nos puede servir para no desfallecer ni desesperar. Sabemos que la cruz estará siempre presente hagamos lo que hagamos. Jesús mismo la padeció. ¿Cómo no nos pasará a nosotros lo mismo? Por eso, debemos estar preparados y alegres, porque cuando las cosas se pongan tensas y enfrentadas, está pasando lo que tiene que pasar. Porque son muchos los que no quieren oír la Palabra, y confían en las ofertas de este mundo sin pensar lo que realmente son: tesoros caducos que terminan en el más profundo vacío existencial.

Hay muchos amores que matan y que enfrentan a las familias y a los hombres. Amores que tienen sus propios proyectos apoyados en ellos mismos y guiados por su propia razón. Amores interesados y egoístas, porque todo proyecto humano descansa en un interés y egoísmo. Y eso tiene su fin y su vacío, que cuando llega termina por hundir y destruir al hombre.

Abramos nuestro corazón para aceptar todo el fuego de amor que Jesús viene a traernos y a infundir en nuestros corazones, y llenos del Espíritu Santo llenemos de fuerza para continuar la marcha por el camino que Jesús nos señala.

miércoles, 21 de octubre de 2015

EN LA MEDIDA DE NUESTRAS RESPONSABILIDADES

(Lc 12,39-48)


En muchos momentos hemos pensado que mejor no saber nada, porque así no seremos responsables. Confieso que, al menos a mí, muchas veces me ha tentado este pensamiento. Conviene reflexionar sobre el mismo, porque hoy el Evangelio nos habla de eso.

«Aquel siervo que, conociendo la voluntad de su señor, no ha preparado nada ni ha obrado conforme a su voluntad, recibirá muchos azotes; el que no la conoce y hace cosas dignas de azotes, recibirá pocos; a quien se le dio mucho, se le reclamará mucho; y a quien se confió mucho, se le pedirá más».

Siguiendo las indicaciones de lo que más arriba se nos dice, parece que cuanto menos se sepa estaremos más libres de culpas y recibiremos un castigo menor. Algo parece no cuadrar en nuestra atribulada razón, que nos deja perplejos y confundidos. Pidamos luz para discernir y entenderlo.

Posiblemente, en el pensamiento de Dios has venido con unos determinados talentos, talentos que no se te han regalado para tu disfrute personal. La misión es ponerlos a disposición del bien común. Por otro lado, la herida del pecado, abierta en tu corazón, te limita e inclina a emplearlos en beneficio propio. Y también se te ha dado libertad para hacer una u otra cosa. Tú decides.

Creo humildemente que este es el sentido. Si no negocias esos talentos, que también, se nos aclara en la parábola de los talentos, y te esfuerzas en que sean productivos y explotas en beneficio de aquellos que lo necesitan, y que, posiblemente, se crucen en tu camino, tu responsabilidad será medida en esos parámetros. Pero nunca te medirán por aquellos otros hechos para los cuales tú nada podías hacer. Entre otras cosas porque no se te dio talentos para ello.

Hay una frase que lo sintetiza muy bien. La he compartido varias veces en muchas de mis reflexiones. La oí en un cursillo de cristiandad: "Si tienes capacidad para ser capitán, no te quedes en sargento". Creo que lo deja claro. Hemos recibidos unas cualidades y, tú las sabes, porque la vida te las va mostrando. No te inhibas ni te muestres indiferentes. Explótala y ponla en función del bien de todos, especialmente de los que las necesitan.

martes, 20 de octubre de 2015

CUESTIÓN DE VIGILANCIA ACTIVA

(Lc 12,35-38)


Es bueno saber que esperamos a Alguien. Alguien muy importante, el más Importante, y que vendrá a salvarnos. Tener esta perspectiva presente nos ayudará a soportar muchas esperas amargas, cansinas y hasta confusas. Nos ayudará a soportar los momentos y circunstancias en que todo se nos pone oscuro, mal y nos amenaza con destruirnos.

Servir es nuestra bandera, y servimos en todo momento. Incluso cuando no entendemos lo que sucede, y, sobre todo, cuando nuestros esfuerzos se ven amenazados y hasta destruidos. Eso es el único significado del amor: soportar sirviendo. Porque amar estando a gusto y a favor de la corriente nos gusta a todo, y es muy fácil. Esa clase de amor, que también hay que saber saborearla y agradecerla, no es la cara más importante del amor. El amor es verdadero amor cuando presenta la cara del sufrimiento, de la tristeza, de la renuncia, del compartir penas y dolores.

Estar prestos a abrir la puerta cuando el Señor, nuestro Señor, nos llame, es estar en estrecha y activa vigilancia frecuentando los sacramentos, la Eucaristía y la Penitencia, y en constante oración. No hay otra forma de vigilar. La oración es el ejercicio que nos mantiene activos y en permanente actitud de servicio. 

No se trata de hacer cosas, de ser muy activo. Igual nuestro servicio es acompañar, estar y ayudar con nuestra simple presencia. Servir es experimentar que estás esforzándote por aliviar a otra persona que lo necesita, no por capricho. Personas que necesitan tu consejo, o tu testimonio, o tu luz, o simplemente tu actitud de escucha, de darle espacios para desahogarse, para albergar esperanzas de vivir y de encontrar una razón para esperar la salvación.

Servir es estar en actitud de amar. Y amar es estar en actitud de servicio. Ambas actitudes hacen una: Amor. De tal manera que amor sin servicio, es mentira. Y servicio sin amor, es interés. Pidamos al Espíritu Santo que nos ilumine y nos dé la sabiduría de entender y vivir el amor sirviendo.

lunes, 19 de octubre de 2015

LA REALIDAD DE LA VIDA

(Lc 12,13-21)


No hace falta imaginar ni suponer, ocurre a menudo y, sin embargo, el hombre no reacciona. Hace poco tiempo, unos meses, falleció un hombre cuya vida estuvo siempre dedicada al trabajo. Poseía bienes y que acaparaban toda su atención. Ni siquiera conocía el mundo. Ahora, ya fallecido, su fortuna la disfrutan otros, o continúa el mismo camino.

La pregunta está en el tejado, ¿vale la pena atesorar riquezas en este mundo? El Evangelio de hoy nos presenta este problema y esta situación real de la vida de cada día. Hay muchas fortunas inútiles guardadas y almacenadas, que permanecen pasivas sin utilizarse para el bien de los hombres. Simplemente, duermen en y para la codicia de sus dueños, que ni la disfrutan ni dejan que otros lo hagan.

La cuestión es que esa fortuna no ha valido para nada, ni el trabajo gastado en ella, tampoco. Porque al final, su dueño ya no vive en este mundo, y sólo le queda el otro. Y el otro, los bienes y riqueza no son importantes, sino el amor. Dependerá la riqueza de amor que lleves para que seas bien tratado y aceptado en ese gozoso mundo que será para Siempre.

Por lo tanto, la enseñanza del Evangelio de hoy es: la mejor riqueza que vale la pena atesorar es la riqueza del amor. Un amor que nos exige libremente servir y estar en disposición de compartir y utilizar toda nuestra riqueza: talentos, dones, cualidades, bienes...etc., para el disfrute y beneficio de aquellos que lo necesitan. Ese es el verdadero Tesoro por el que vale la pena luchar.

Pongamos nuestra vida en Manos del Espíritu, y abramos nuestro corazón a la acción del Espíritu Santo, para que sepamos atesorar verdaderos tesoros, que nos sirvan para la verdadera vida, la que es para siempre en plenitud y junto a nuestro Padre Dios.

domingo, 18 de octubre de 2015

TODO AL REVÉS

(Mc 10,35-45)


Lo lógico es que ya que vienes a ofrecerme la salvación, yo pague por tus servicios. Pero no fue así con Jesús. Vino, se ofreció voluntario, según la Voluntad del Padre, para ofrecernos la salvación, y encima paga con su Vida en una muerte de Cruz, padeciendo y sufriendo. Quién lo entienda que lo explique, porque, en nuestro mundo de hoy y de siempre, quien paga tiene servicios en correspondencia, y si no son los que nos corresponden, protestamos.

Aquí, en el caso que nos ocupa, con Jesús, ocurre todo lo contrario. Viene, se ofrece y se da, nos sirve y se preocupa por cada uno de nosotros, y encima paga. ¡Y qué precio! Una muerte de Cruz. Crucificado y condenado como un malhechor. 

No nos cabe en la cabeza. El Rey, el Señor de todo, se despoja de su Poder, para salvarnos y pagar con su Vida. Sólo hay un mensaje que nos lo puede hacer comprensible: el servicio. Jesús, el Hijo de Dios Vivo, vino a servir al hombre, y a ofrecerse, hasta el extremo de su propia vida, por salvarlo. Nos revela su actitud de servicio, es decir, de amor. 

Porque el amor no se cuenta por riqueza, por bienes o poder, sino por servicio. La sustancia y esencia del amor es servir. El amor habla con el servicio, de tal forma que quien te sirve te está hablando y diciéndote que te ama. Ayer, cuando llevaba mi perro al veterinario, un joven me miró y viendo a donde iba me indicó que el veterinario se había trasladado a otra dirección. Me sorprendió su mirada interesada, y su amabilidad de asesorarme sobre el lugar donde se había trasladado el veterinario. Pues bien, eso es amar.

No es tan difícil amar o servir, porque se ama en la medida que sirves de forma gratuita y desinteresada. No hay intereses por medio. Sólo queda amor. Porque el amor no siempre se siente, a veces, exige voluntad y valor para darlo. El amor es un compromiso, y no un privilegio de poder.

Las Palabras de Jesús a sus discípulos, y también a nosotros son: el que quiera llegar a ser grande entre vosotros, será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros, será esclavo de todos, que tampoco el Hijo del hombre ha venido a ser servido, sino a servir y a dar su vida como rescate por muchos».

sábado, 17 de octubre de 2015

EL SEÑOR VIGILA MIS PASOS

(Lc 12,8-12)


Nada de lo que hagamos aquí, en la tierra, mientras caminamos por nuestra vida, queda sin recompensa. Dios nuestro Padre lo ve todo, y nos premiará lo bueno y olvidará, perdonándonos, lo malo. Porque es un Padre Infinitamente bueno y, sobre todo, Misericordioso.

No cabe duda que la Misericordia de Dios está apoyada en nuestra fe. Sin fe no conseguiremos el perdón de Dios. Necesitamos creer en Él para recibir su Misericordia. No se entendería de otra forma. ¿Cómo vamos a ser perdonados por alguien en el que no creemos? Eso supone y significa que tampoco creemos en su poder. Menos aun que pueda perdonarnos.

Ya le ocurrió eso con los que presenciaron la curación del paralítico, o la conversación con la mujer adultera que le perfumaba los pies. En ambos casos, Jesús, les perdonó los pecados. Y la fe en Él no la podemos comprar, ni adquirir en algún lugar, ni hacer oposiciones o méritos, ni por preparación y formación, ni herencia. La fe es un don de Dios gratuito y regalado por Él.

A nosotros sólo nos cabe el pedírsela y esperar. Eso sí, abrir nuestro corazón a su Gracia y dejarnos invadir por la acción del Espíritu Santo. A pesar de nuestras dudas y razonamientos, como el mundo, y que mi razón diga lo contrario. 

Es cuando, en las dificultades, peligros y adversidades, el amor, y por tanto, la fe, se descubren y viven dentro de nosotros. Y es, entonces, cuando el Señor actúa y nos invade con su Gracia, llenándonos de fe. Somos sus siervos y estamos postrados a sus pies y en súplica constante mendigando la fe. El Señor nos la regala dónde, cómo y cuándo quiera.

Ocurre que en esos momentos nos llenamos de valor y fortaleza, y experimentamos ese impulso que nos invita a dar la cara por el Señor, capaces de hablar a los demás e impartir catequesis, visitar cárceles y proclamar con nuestra vida y palabra que el Señor vive, nos ama y nos salva. Y también experimentar que nuestras palabras, inspiradas por el Espíritu Santo brotan como escritas por Él, de nuestro corazón.

No quiero terminar sin citar un comentario, que viene en las lecturas de la Eucaristías de cada día, del libro "Orar y celebrar", que dice así textualmente:
No os preocupeis de lo que vais a decir. Al menos sabemos -yo estoy convencido- que el Espíritu Santo interviene en nosotros cuando más lo necesitamos y cuando menos nos los esperamos. Todos hemos notado la presencia del Espíritu en nosotros. Algunos hemos  sentido su presencia cuando hablamos. Otros lo notamos en el teclado del ordenador (del cual yo soy testigo que lo experimento) que guía nuestros dedos al escribir. El Espíritu Santo se hace presente de múltiples formas. No lo dudemos. Está aquí, a nuestro lado, porque a través de la Iglesia lo hemos recibido desde el bautismo y nos acompaña a lo largo de la vida.

viernes, 16 de octubre de 2015

LEVADURA ADULTERADA

(Lc 12,1-7)


Hay levaduras que fermentan las masas para acrecentarlas y hacerlas mayores, de forma que dé y sobre para todos. Pero hay otra clase de levaduras que envenenan las masas y enferman a todos aquellos que la comen intoxicándolos de mal. 

Las primeras son buenas levaduras, pero las segundas son levaduras enfermas y malas que se conocen con el nombre de hipocresías. A esa clase de levadura pertenecen los fariseos, que aunque ahora no tengan ese nombre, siguen existiendo como tales. Son aquello que marcan diferencias entre lo que dicen y hacen. Son aquellos que la mentira está a flor de labios, y les importa poco decirla.

Sin embargo, son necios que ignoran, se vendan los ojos,  que toda mentira será descubierta, porque al final todo se sabrá. ¿Para qué entonces ocultarlas? Son aquellos que se afanan en trabajar y coleccionar bienes y riquezas para entregarlas, en un día no muy lejano, a otros que las disfrutarán o las derrocharán. De poco les vale su trabajo o sus mentiras.

Y no es que tratemos de quitar mérito al trabajo, al buen trabajo. Pero un trabajo sensato, prudente y medio en cuanto a las necesidades que la vida nos demanda, pero nunca un trabajo que sea el centro y norte de nuestra vida, con el fin de luego derrocharlo en fiestas, juergas y borracheras. ¿Tiene esto sentido?

Cuidado, no con aquellos que nos pueden poner dificultades y tropiezos en nuestra vida, porque lo más que podrán alcanzar es quitarnos la vida corporal, pero nada más. Tengamos cuidado con Aquel que puede condenar nuestro cuerpo y nuestra alma para la vida eterna. Esa debe ser nuestra máxima preocupación, porque nuestra vida no se acaba con la muerte, eso sería una suerte, sino que continuará eternamente viviendo la amargura y la tristeza de estar separado de Dios.

Nosotros esforcémonos en vivir en la Verdad según la Palabra de Dios, confiados en que por su Amor y Misericordia, seremos llevados al gozo y la felicidad de vivir eternamente en su presencia y compañía.

jueves, 15 de octubre de 2015

SÓLO SIENDO COMO NIÑO PUEDES ACEPTAR LA PALABRA DE DIOS

(Mt 11,25-30)


No se puede de escuchar la Palabra de Dios, y menos asumirla o aceptarla sino siendo niño, abajandote a la mentalidad ingenua y sencilla de niño. Porque en cuanto quieras entender al Señor con tu razón, y no creas en el testimonio de aquellos que no encontraron su Cuerpo y fueron visitados por el Señor, estás perdido. La fe necesita dejarse llevar, y eso es exactamente lo que hacen los niños, confían plenamente en lo que les dicen sus padres.

Así tenemos que creer nosotros en la Palabra que Jesús nos dice y enseña de parte de su Padre. Jesús viene a revelarnos la locura de Amor de su Padre por todos los hombres pero sólo los sencillos y humildes, con un corazón de niños, serán capaces de escucharle y creerle.

Hoy, Jesús, nos repite estas palabras en el Evangelio: «Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. 

Realmente eso es cierto, los sabios e inteligente se la saben todas, y a ellos no les entra nada que no vean o entiendan. Esas cosas, dicen, son para los niños. Y así es, sólo los niños las pueden entender. Ellos, sabios y entendidos, son suficientes y nada necesitan. Ese es el problema, la muralla que nosotros mismos levantamos ante nuestro corazón y rechazamos al Espíritu Santo.

Nuestra necedad es grande y ciega. El mundo no nos deja ver y empecinados en buscar la felicidad, nuestro objetivo y meta, en un mundo caduco y temporal, rechazamos la Verdad. Derrumbar esa muralla levantada en nuestro corazón nos exige humildad y sencillez, lo característico de los pequeños, aquellos que por su pequeñez necesitan la protección de un Padre.

De un Padre que les cuide y los salve de los peligros, y les dé apoyo y descanso cuando la dureza del camino les fatigue y les haga desfallecer.

miércoles, 14 de octubre de 2015

COHERENCIA EN LA VERDAD, JUSTICIA, CARIDAD Y FIDELIDAD

(Lc 11,42-46)


Las palabras, las prácticas, las apariencias, la liturgia y todo lo que quieras añadir no valen para nada, si detrás no hay una vida coherente con lo que se piensa. En el Evangelio de hoy, Jesús nos descubre que esa coherencia de vida es lo verdaderamente importante.

No tiene ningún sentido decir que crees en Dios, si después no tratas de acercarte a aquellos que necesitan de ti. En la mayoría de los casos piensas en lo necesitados de limosna, pero no es simplemente eso. La parroquia necesita de ti, de tus carismas, de tus dones, de tu trabajo. Los otros también necesitan de ti, los que van a la parroquia o los que necesitan recibir mejor formación, testimonio y luz.

¿Tú qué puedes dar? Es, quizás, la pregunta que hoy nos hace Jesús en el Evangelio. No te esmeres tanto en cumplir con la ley, que hay que hacerlo, si luego olvidas y dejas de vivir en el amor y la justicia a los demás, y a las necesidades parroquiales. Hay mucha tarea que cubrir, y que nos espera.

No se trata de hacer lo que me gusta, sino lo que puedo y para lo que experimento que puedo ayudar. Tampoco se trata de que hagan las cosas a mi gusto y apetencia. Algo tengo que soltar y sacrificar. Lo que duele es lo que exige amor, y el amor es la esencia y el fundamento que nos hace seguidores de Jesús.

Se trata, pues, de estar disponibles y dispuestos a dar parte de nuestro tiempo, de nuestras comodidades, de nuestros placeres y también, si tenemos, dinero. Se trata de compartir y de dar lo que podamos en el esfuerzo y la preocupación por construir un mundo mejor.

Se trata en definitiva en que nuestras prácticas y cumplimientos, tantos civiles como religiosos, tenga una respuesta coherente en nuestra vida.

martes, 13 de octubre de 2015

NO SON LAS COSTUMBRES Y TRADICIONES LAS QUE IMPORTAN

(Lc 11,37-41)


La historia es historia, y las tradiciones forman parte de ella. No por ser tradición las cosas deben mantenerse, sino por su valor de verdad y justicia en cuento busca el bien del hombre. No por lavarte las manos eres buena persona, sino por vivir en el amor de Dios. Lo demás tiene su importancia, pero sin ser fundamental.

No es la Virgen grande por ser la Madre de Dios, sino porque escucha la Palabra y la cumple según la Voluntad de Dios. La Virgen es grande porque se hace la esclava del Señor según su Voluntad. Eso es lo que la hace grande, y, precisamente por eso, es elegida para ser la Madre de Dios.

De la misma forma, no es el hombre mejor por lavarse las manos y mantenerse limpio exteriormente según los ritos judíos de acuerdo con sus leyes, sino porque escucha la Palabra de Dios y la pone en práctica. Y es eso lo que Jesús, en el Evangelio de hoy, pone en práctica en la casa del fariseo que le invita a comer. Le descubre claramente lo que piensa de ellos: «¡Bien! Vosotros, los fariseos, purificáis por fuera la copa y el plato, mientras por dentro estáis llenos de rapiña y maldad. ¡Insensatos! el que hizo el exterior, ¿no hizo también el interior? Dad más bien en limosna lo que tenéis, y así todas las cosas serán puras para vosotros».

Vivimos de apariencias, y aunque no las pongamos en práctica, sí nos importan mucho. De tal manera que quedamos mediatizados por lo que piensen y digan otros. En muchas ocasiones nos inhibimos de hacer algo porque pensamos que a otros no le gusta, sin pensar si está bien o es un bien para los demás. Y eso es también vivir en las apariencias.

Lo importante es actuar en la verdad y la justicia, y dejarnos alumbrar por el Espíritu Santo. Buscar siempre el bien como la propuesta más importante, es actuar mirando lo que importa y lo que es bueno para los demás.

lunes, 12 de octubre de 2015

DICHOSOS/AS LOS QUE CUMPLEN LA VOLUNTAD DE DIOS



Cumplir la Voluntad de Dios no es simplemente oír misa, rezar rosarios u otras oraciones. Tampoco es guardar los preceptos de los mandamientos. Porque eso no es tan difícil de hacer. Un militar cumple con todas las normas del ejército, pero eso no implica que sea luego un buen hombre.

Cumplir no es amar. Pero amar si es hacer la Voluntad de Dios. Y el que ama, no sólo cumple los mandatos, preceptos y todo lo demás, sino que hace precisamente lo que el Señor nos pide: "El esfuerzo de amarnos unos a otros como Él nos ama".

Por eso, ese piropo nacido desde los más profundo del corazón de aquella mujer fue un piropo muy acertado y otra bienaventuranza más auspiciada por el Espíritu Santo. Porque dichosa es precisamente la Madre de Jesús, nuestra Señora, hoy celebrada bajo la advocación de nuestra Señora del Pilar, que fue la primera en aceptar y cumplir la Voluntad del Padre Dios.

Ella, la Virgen, renunciando a todos sus proyectos, y vaciándose de sí misma, se entrego en cuerpo y alma para ser partícipe y corredentora en la obra salvífica del Señor. Ella, guardando todo, lo extraño, lo ininteligible, lo doloroso y misterioso, supo esperar con paciencia y confianza la Voluntad del Señor. No se puede ser más dichosa, y su Hijo, el Señor, le lanza uno de los piropos más hermosos que se pueden decir: «Dichosos más bien los que oyen la Palabra de Dios y la guardan».

Dichosa eres María, nuestra Señora del Pilar, que desde lo más alto del pilar proclamas incondicionalmente la grandeza del Señor Porque Ella fue la primera que escuchó y aceptó la Palabra de Dios en el anuncio del Ángel con su “fiat” incondicional. Su «Hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38) fue un asentimiento de fe que abrió todo un mundo de salvación. Como dice san Ireneo, «obedeciendo, se  convirtió en causa de salvación para sí misma y para todo el género humano». 

Pidamos a nuestra Señora, hoy bajo la advocación del Pilar, que por su intercesión tengamos también las fuerzas necesarias para, como Ella, ser dichosos no por cumplir normas y preceptos, sino por cumplir y hacer la Voluntad de Dios.

domingo, 11 de octubre de 2015

TÚ LO PUEDES TODO, SEÑOR

(Mc 10,17-30)


Nuestro mundo está organizado en función del dinero. Con dinero nos sentimos fuertes y poderosos.  Llegamos incluso a pensar que todo tiene un precio, y teniendo dinero podemos comprarlo todo. En un mundo así se hace muy difícil escapar de esta tentación y dejar de aspirar a ser rico.

Por otro lado, cuando tu corazón está lleno de riquezas o de esas aspiraciones de riqueza, no dejas lugar para otras cosas, y las de Dios tampoco. Como el joven rico de hoy, del que no conocemos sino que al parecer era joven y rico, rechazamos la oferta de Jesús de vaciarnos de tantas riquezas o bienes que llenan nuestro corazón y no dejan cabida para más.

Será necesario limpiarlo y dejarlo vacío de todo aquello que oscurece la verdadera visión que esconde esa felicidad que buscamos. Empezamos a amar en la medida que empezamos a desprendernos de todo aquello que ocupa el lugar del amor en nuestro corazón. Y es que en la medida que compartimos, recibimos. Si no compartes pierdes incluso lo que has dejado de compartir, pero también pierdes los bienes espirituales que podías haber recibido. Pierdes todo.

Pero cuando eres capaz de compartir, ganas. No sólo lo material sino también lo espiritual. Eso es lo que Jesús nos viene a decir hoy: «Yo os aseguro: nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o hacienda por mí y por el Evangelio, quedará sin recibir el ciento por uno: ahora al presente, casas, hermanos, hermanas, madres, hijos y hacienda, con persecuciones; y en el mundo venidero, vida eterna».

Hace mucho tiempo escribí una reflexión, "mis amigos los curas", que de alguna manera viene a experimentar eso que Jesús nos dice. 

Señor, queremos seguirte dejándolo todo, pero nuestras fuerzas y miedos Tú los conoces. Danos la Gracia de vencerlos y de darnos integramente al servicio de tu Palabra y Voluntad por amor.

sábado, 10 de octubre de 2015

DICHOSO QUIEN ES CAPAZ DE AMAR COMO AMA JESÚS

(Lc 11,27-28)


Supongo que muchos niños, concebidos y nacidos en el vientre de sus madres, no tendrán la oportunidad de oír ese piropo de "«¡Dichoso el seno que te llevó y los pechos que te criaron!». Muchos niños que son maldecidos y asesinados simplemente porque sus progenitores no desean que vivan. Posiblemente, muchos niños que no superan esa etapa gestante de su vida serían bendiciones para ese mundo que les espera tan necesitados de corazones entregados al amor y servicio y bien de la humanidad.

El hombre tiene un problema. No escucha, y ese no escuchar incluye también la Palabra de Dios. Y quien no escucha difícilmente puede entender, y menos vivir lo que se le intenta proclamar. El problema es que el hombre se escucha a sí mismo, algunos, porque otros muchos no escuchan nada, sino vuelan sin rumbo ni orientación. Y viven según las ideas que recogen de la influencia que reciben de las fuentes de las que beben, inclinados por la debilidad de su naturaleza humana que les arrastra a sus pasiones y apetencias. Son ciegos guiados por otros ciegos. El futuro es el precipicio, porque viven en la oscuridad y derraparán un día por el tunel de la perdición.

Se ven mediatizados por sus egoísmos. Claro, sin darse cuenta se defienden de esas exigencias en lo más profundo de sus corazones que les impulsan a amar. Pero también chocan con ese otro impulso egoísta que les tira e inclina a satisfacerse y buscarse egoístamente. No se abren a la Misericordia de Dios. 

Cumplir la Voluntad de Dios según su Palabra siempre va a encontrar dificultades, tanto del punto de vista humano como intelectual o espiritual. Se necesita abajarse como niño e ingenuamente abandonar la oferta racional y humana pecadora del mundo para abrir el corazón a la Misericordia de Dios.

Y en ese cumplimiento, su Madre, María, es modelo de criatura fiel a la Voluntad del Padre, poniéndose íntegramente a la Voluntad de su Plan de salvación.

viernes, 9 de octubre de 2015

DIFERENCIAS QUE BUSCAMOS QUE COINCIDAN EN LA VERDAD

(Lc 11,15-26)


Es fácil, muy fácil enfrentarnos, cada uno desde su punto de vista ideológico o doctrinal. Los discípulos de Jesús fueron corregidos por el mismo Jesús cuando querían impedir que otros expulsarán demonios en nombre de Jesús: «No se lo impidáis. Quien no está contra vosotros, está con vosotros» (Lc 9,50). 

Nos parece que si no piensan como nosotros están ciegos y equivocados. Hay personas que son buenas, es decir, viven en la justicia y en el amor, pero quizás alejadas de Cristo. No sabemos las razones de su lejanía, quizás la muralla que hemos levantado otros para que ellos se queden separados. Pero si hacen el bien y viven en la justicia y la verdad, dejémoslo que lo hagan, pues no podrán estar contra Jesús, sino a su favor.

Porque lo verdaderamente importante es el Amor. El la única razón por la que Jesús, el Hijo de Dios, ha venido al mundo, a enseñarnos a amar. Y amar es el esfuerzo de ayudarnos a vivir la verdad y la justicia de forma libre y en paz. 

Tengamos la confianza que quienes se esfuerzan por ese camino encontrarán la Fuerza del Señor, porque cuando nuestra actitud busca la justicia y la paz, termina por encontrar la Verdadera Justicia y Paz, que reside y mora en nuestro Padre Dios. Pero los que no lo hacen, buscándose a sí mismo y haciéndolo desde sus propias fuerzas, chocarán contra las fuerzas del mal, el demonio, que terminará por perderlos.

Sólo hay un camino y un camino que únicamente encontraremos siguiendo al Señor. Es posible que haya muchos atajos, veredas y cañadas oscuras, pero si vamos buscando al Señor, es decir, el único y verdadero Camino, Verdad y Vida, le encontraremos, porque Él nos busca primero y se nos hará el encontradizo a pesar de nuestra ceguera, nuestros pecados y nuestros tropiezos.

jueves, 8 de octubre de 2015

NO PUEDE HABER REGALO MAYOR

(Lc 11,5-13)


Si tenemos la promesa, promesa de Padre, que con su amor, parábola del hijo prodigo, nos lo demuestra, no sólo de Palabra sino con su propia Vida encarnado en el Hijo. Y nos promete lo más grande que puede existir, la Vida Eterna, a la que el hombre aspira y se desvive por conseguirla, ¿cómo no nos va a dar todo lo demás que necesitemos hasta llegar a Casa?

Es por descontado que el Señor está atento a todo lo que nos puede faltar, y nos lo va dando en la medida que eso nos va ayudando a transformar nuestro corazón de piedra en un corazón de carne. Las cosas no significan nada, porque para nada sirven. Sí, nos sirven para el camino de este mundo, pero un camino que está señalado y tiene su meta y, por consiguiente, su fin.

Por eso, el servicio y el fin que le demos a las cosas esconden su verdadero valor. A la hora de la verdad, sólo las personas que se han dado y han repartido sus riquezas terrenales con los que las han necesitado de verdad, son las personas que son despedidas en honores de multitud y de agradecimientos por tanto amor derramado durante su vida. Y ese es ya un adelanto de su juicio, porque tendrán también un recibimiento amoroso y gozoso en el Cielo.

Y cuando hablamos de riquezas no nos concretamos simplemente en el dinero, también el poder, el servicio, la fuerza de la influencia, la escucha, la compañía, el perdón, la misericordia...etc. Todas estas riquezas, cualidades o dones, regalados por nuestro Padre Dios tiene su verdadera importancia y valor en la medida que son dispuestas y disponibles para el servicio de los más pobres y necesitados.

Porque eso es precisamente amar, y de eso se trata, de amor. Porque sólo de amor evaluaremos nuestras acciones en la vida que ahora vivimos, y del amor que hayamos gastado viviremos en plena felicidad eternamente. Y ahora tenemos la oportunidad de pedir,buscar y llamar. 

Pedir lo que realmente interesa, que nuestro corazón se transforme en un corazón amoroso, abierto y dado a la generosidad. Buscar al Señor, el único y verdadero Tesoro en el que encontraremos todo lo que buscamos, la eterna felicidad. Y llamar, llamar al Espíritu de Dios para que nos dé la sabiduría y la fuerza para recorrer el verdadero camino de nuestra vida según la Voluntad de Dios.

miércoles, 7 de octubre de 2015

ORAR: RELACIÓN DE HIJO A PADRE

(Lc 11,1-4)


La respiración es la eternidad del corazón, si falta aire, se acaba el tiempo y el corazón se para. Orar es como si respiráramos, porque de no orar nuestra relación con Dios sería imposible. Es indudable que la vida se sostiene por la respiración. Sin respirar no vivimos, y respirando conseguimos vivir para, en la vida, buscar lo que necesitamos, pero fundamentalmente a Dios por la oración, nuestra respiración espiritual.

Es así que, de la misma forma el amor escondido en nuestro corazón, quizás dormido y sometido por las pasiones y ofertas de este mundo, sale a la luz y despierta por la oración.. La oración que nos une al Padre, y en Él encontramos las fuerzas y la capacidad para amar y luchar contra nuestros propios pecados que amenazan con destruirnos.

La oración que Jesús nos enseña es la oración que nos sostiene en un Padre Bueno, que nos ama y nos da todo aquello que necesitamos y nos conviene para nuestra salvación. Dios quiere salvarnos, es el mayor deseo del Padre, y no puede darnos nada de aquello, que quizás gustándonos a nosotros, no nos conviene porque es malo para nuestra salvación y puede perdernos.

El amor no es dar ni consentir todo, sino que vigila y aparta todo aquello que, aun aparentemente bueno, es un peligro para nuestro bien. Sabemos, por experiencia, que la plena felicidad no se apoya en lo fácil y lo placentero, sino que cuesta sudor y sangre.

Tener un Padre como el que nos revela y ofrece Jesús, es tener el Padre que todo lo que necesitamos nos lo garantiza en el Hijo. Pero, no solo lo que necesitamos, sino también de las amenazas y peligros que nos acechan en este mundo caduco.

Jesús nos enseña a adorar y a pedir al Padre todo lo que necesitamos cada día. Vivir en Él y con Él, en su presencia santificándolo a cada instante, porque todo lo vivido está en Él y se realiza por Él, y haciendo su santa Voluntad.

martes, 6 de octubre de 2015

CUANTOS ESFUERZOS VANOS

(Lc 10,38-42)


Si observamos la calle, sobre todo por lugares ajardinados y paseos peatonales, vemos a mucha gente paseando de forma rápida o corriendo. Son ejercicios saludables que muchos practicamos para mantener el cuerpo sano y en forma. Los gimnasios están llenos de jóvenes que se esfuerzan en mantenerse saludables con esas tablas de ejercicios físicos, y hasta las piscinas se ven asediadas por muchos que practican los ejercicios acuáticos para luchar contra las enfermedades.

La vida es una lucha constante por mantener el tipo y la salud, pero todo es vano, aunque eso no quiere decir que no se haga, pero bien sabemos dónde terminará nuestro querido y cuidado cuerpo. Por lo tanto, una sola cosa es importante, preservar nuestro cuerpo de la corrupción final dándole vida eterna. Y eso es posible porque, quien ha vencido a la corrupción y la muerte del pecado, lo ha dicho: Xto. Jesús.

Sucedió en Betania, en casa de Lázaro, Marta y María. Llegó Jesús para descansar, y mientras Marta se afanaba en preparar todo para que Jesús descansara y cenara, María, postrada a sus pies, le escuchaba atentamente. Tanto ensimismamiento y escucha levantaron la queja de su hermana Marta reclamando su presencia en las tareas de la casa. Pero sorprendentemente Jesús respondió: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada».

Y a eso iba, nos preocupamos por muchas cosas que a la largan son inútiles. Lo único importante es cuidar nuestra actitud de amor, y de servir a los demás. Y es que no hay mejor ejercicio que el servicio, que mueve tu cuerpo por todas partes y lo mantiene en buen estado. Y el amor, el amor del que hablamos, necesita la Gracia del Espíritu de Dios para mantenerse activo y en forma. De ahí nuestra atención a su Palabra y a la escucha de la acción del Espíritu Santo.

No se trata de criticar las actitudes que otros tengan, ni lo que hagan por cuidar de sus cuerpos, pues también tenemos responsabilidad de cuidarlo, sino de darnos cuenta que lo que hagamos sea lo mejor, y lo mejor es cuidarnos de nuestra salvación, la salvación eterna. 

Y esa salvación no está en los ejercicios físicos ni en el poder o las riquezas, está en el Señor y la escucha de su Palabra. Tal y como hizo María, por eso ella había elegido la mejor parte.