martes, 6 de octubre de 2015

CUANTOS ESFUERZOS VANOS

(Lc 10,38-42)


Si observamos la calle, sobre todo por lugares ajardinados y paseos peatonales, vemos a mucha gente paseando de forma rápida o corriendo. Son ejercicios saludables que muchos practicamos para mantener el cuerpo sano y en forma. Los gimnasios están llenos de jóvenes que se esfuerzan en mantenerse saludables con esas tablas de ejercicios físicos, y hasta las piscinas se ven asediadas por muchos que practican los ejercicios acuáticos para luchar contra las enfermedades.

La vida es una lucha constante por mantener el tipo y la salud, pero todo es vano, aunque eso no quiere decir que no se haga, pero bien sabemos dónde terminará nuestro querido y cuidado cuerpo. Por lo tanto, una sola cosa es importante, preservar nuestro cuerpo de la corrupción final dándole vida eterna. Y eso es posible porque, quien ha vencido a la corrupción y la muerte del pecado, lo ha dicho: Xto. Jesús.

Sucedió en Betania, en casa de Lázaro, Marta y María. Llegó Jesús para descansar, y mientras Marta se afanaba en preparar todo para que Jesús descansara y cenara, María, postrada a sus pies, le escuchaba atentamente. Tanto ensimismamiento y escucha levantaron la queja de su hermana Marta reclamando su presencia en las tareas de la casa. Pero sorprendentemente Jesús respondió: «Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada».

Y a eso iba, nos preocupamos por muchas cosas que a la largan son inútiles. Lo único importante es cuidar nuestra actitud de amor, y de servir a los demás. Y es que no hay mejor ejercicio que el servicio, que mueve tu cuerpo por todas partes y lo mantiene en buen estado. Y el amor, el amor del que hablamos, necesita la Gracia del Espíritu de Dios para mantenerse activo y en forma. De ahí nuestra atención a su Palabra y a la escucha de la acción del Espíritu Santo.

No se trata de criticar las actitudes que otros tengan, ni lo que hagan por cuidar de sus cuerpos, pues también tenemos responsabilidad de cuidarlo, sino de darnos cuenta que lo que hagamos sea lo mejor, y lo mejor es cuidarnos de nuestra salvación, la salvación eterna. 

Y esa salvación no está en los ejercicios físicos ni en el poder o las riquezas, está en el Señor y la escucha de su Palabra. Tal y como hizo María, por eso ella había elegido la mejor parte.

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