sábado, 3 de octubre de 2015

DAME SEÑOR LA SABIDURÍA DE SABERME INSCRITO EN EL CIELO

(Lc 10,17-24)


Me parece que no se puede dar lo que no se tiene. Y no se tiene lo que no se ha vivido. Porque la vida que tienes es la que vives a cada instante y eres consciente de ella. De la misma forma, si no experimentas un encuentro con el Señor a cada instante de tu vida, tampoco podrás transmitirlo.

Porque a la hora de transmitir, ¿qué vas a decir? He visto iglesias llenas de gente que celebran una efemérides a a su santo patrón, pero no saben ni entiende nada de lo que celebran litúrgicamente. Su fe se ha quedado parada en pañales, aquella que recibieron de niño para hacer la primera comunión. 

El desconcierto es tan grande que transmiten inseguridad, despiste e ignorancia religiosa. No saben cuando corresponde estar de pie o sentado, y andan mirando a ver que hacen los demás. Realmente, ¿qué están celebrando? De igual forma, ¿cómo van a proclamar la Palabra?

Ser enviado exige saber a qué se le envía, y conocer a quién les envía para dar testimonio de Él. Porque tus ideas y conocimientos son tuyos, pero no los de Dios. Proclamar el Evangelio es anunciar y transmitir la Vida de Salvación anunciada por la Palabra de Dios, y eso si no se vive ni se entiende, menos se transmite. 

De modo que proclamar la Palabra de Dios exige vivenciarla y hacerla vida en tu vida para darla y transmitirla a los demás. Esa es la sabiduría y la Gracia que pedimos hoy al Señor, ser instrumentos enviados de tu Palabra para proclamarla consciente de sabernos inscritos en el Cielo.

Sabernos instrumentos inútiles capaces de dar frutos por tu Gracia, no por nuestros méritos, y conscientes que nuestra alegría no debe apoyarse en nuestros resultados, sino en tu Poder, Señor, es la sabiduría que te pedimos. Danos Señor esa sabiduría que sólo Tú nos puedes dar

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